domingo, 7 de octubre de 2012

Raymundo Riva Palacio - Mancera

Miguel Mancera


Su cuerpo es menudo y su figura parece frágil. Su voz es aguda y aniñada a veces. Proviene de una clase media acomodada –su familia es dueña de la exitosa franquicia Los Bisquets de Obregón-, que lo equipó de trato atento y finos modales. Siempre parece estar de buenas, aún en los momentos más críticos, con la sonrisa pronta. Pero que nadie se equivoque. Miguel Mancera, próximo jefe de gobierno en la capital federal del país, el segundo cargo político más importante de la nación, tiene las formas suaves y el trato amable, pero la mano, cuando ha sido necesario hacerlo, la endurece. No está sólo en su formación y entrenamiento; está en sus genes.





Primer botón: cuando incipiente universitario en 1985, un automóvil embistió el suyo y lo envió a la Cruz Roja. Al salir le hicieron firmar el perdón para el responsable (siempre sospechó que por un acto de corrupción). Extrañado, Mancera investigó, se dio cuenta del timo y tocó todas las puertas en la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal hasta que llegó a la máxima, que escuchó el alegato y, finalmente, corrigió la decisión. El episodio no se detuvo ahí. Mancera tomó la experiencia de vida, definió que sería Derecho su carrera profesional, y la convirtió en la tesis de su doctorado muchos años después.

Segundo botón: En abril de 2010, sonaron las alertas de la policía porque un grupo de delincuentes entró en una casa de empeño y tomó rehenes, los altos mandos de la Secretaría de Protección y Vialidad se quedaron paralizados. Mancera, quien desahogaba asuntos como procurador capitalino, suspendió todo y se fue al centro del problema. Vio que uno de los delincuentes tenía tatuada una lágrima junto al ojo, que en el argot criminal significa que ya había estado preso por asesinato, y contra todos los consejos, se enfundó un chaleco anti-balas y se fue a negociar directamente con los secuestradores. Tras varias horas logró la libertad de los rehenes y asegurada su seguridad, detuvo más tarde a los criminales.

Este episodio le cambió la vida pública a Mancera, quien había llegado al cargo de procurador capitalino menos de dos años después por la crisis en el gabinete de seguridad del jefe de gobierno Marcelo Ebrard, derivado de la tragedia en el antro News Divine, donde por errores de procedimiento policiales durante un desalojo, cinco jóvenes murieron cuando el pánico propició una estampida. Su arrojo ante los criminales, criticado por los más cercanos asesores de Ebrard que levantaron los ojos ante el protagonismo, quedó rebasado por el impacto en la opinión pública, que lo escuchó describir en los medios electrónicos, no sólo cómo lo hizo, sino el miedo que sintió durante la negociación. Mancera, con la cara humana, ya no sería el mismo.

Durante los siguientes dos años, recuerda Juan Ricardo Pérez Escamilla, presidente de Eficiencia Informativa, que mantiene un seguimiento mediático de todas las figuras públicas, Mancera fue el funcionario de Ebrard mejor calificado. La emergencia del procurador se fue consolidando con una imagen de disposición permanente a los medios de comunicación cuando era requerido y por los resultados. Durante su gestión, todos los indicadores de seguridad pública en la ciudad tuvieron mejoría, pero como en la política el éxito público es problema, el futuro de Mancera estuvo a punto de descarrillarse.

Asesores de Ebrard lo intrigaron fuertemente y en 2011 estuvo con un pie afuera de la procuraduría. Ebrard lo maltrató y llegó a estar prácticamente dos meses si hablar con él. No lo pudo despedir por los resultados que había dado y, en alguna medida –ya que el jefe de gobierno es un rehén de lo que digan o no digan los periódicos de la ciudad de México-, porque era el favorito de la prensa para ser el candidato a sucederlo. “Es muy difícil que eso suceda”, dijo una vez el entonces senador Carlos Navarrete, una de las figuras de la izquierda que buscó la nominación para el cargo. “Miguel está sentado sobre un barril lleno de pólvora que en cualquier momento puede explotar”. Ese tambor nunca explotó.

Pero tampoco era el hombre en con el que Ebrard soñaba su tránsito sexenal. El candidato de Ebrard era el secretario de Educación, Mario Delgado, quien le había cuidado las finanzas capitalinas, pero al no crecer públicamente fue desplazado por Alejandra Barrales, quien desde la Asamblea de Representantes le había dado la gobernabilidad para el último tramo de su gestión. Mancera, quien nunca perdió la sencillez, no ocultaba ese deseo político, pero cada vez que se le preguntaba si se lanzaría, decía que no haría absolutamente nada, si Ebrard no se lo autorizaba.

La relación entre ambos era vieja y de gran confianza. Comenzó formalmente cuando entró al servicio público en 2001 como subsecretario en la Secretaría de Seguridad Pública capitalina cuando Ebrard era el titular en el gobierno de Andrés Manuel López Obrador. Cuando fue despedido por el presidente Vicente Fox –su atribución legal- tras el linchamiento de tres policías federales en Tláhuac, Mancera se quedó un tiempo en esa dependencia como asesor del relevo, Joel Ortega, y cuando Ebrard fue recolocado como secretario de Desarrollo Social, se volvió a ir con él.

Esa relación profesional, que continuó durante todo este sexenio, no había hecho a Ebrard pensar seriamente en él como sucesor. Inclusive, en diciembre pasado las instrucciones a sus colaboradores eran trabajar por Barrales, quien arrancó el año con la nominación en la mano. A mediados de enero la ecuación cambio y Ebrard y su equipo decidieron que Mancera debía ser el candidato. ¿Ebrard y su cerebro político Manuel Camacho pensaron que Barrales no era manejable y Mancera sí? ¿Pensaron que con ella no podrían gobernar desde las sombras y con él sí? Las dudas nunca podrán ser respondidas, pero los hechos muestran, hasta ahora, que si esa fue una consideración, difícilmente se concretará.

Mancera alcanzó una votación histórica para la izquierda de 63% del voto, con una candidatura ciudadana que alcanzó a muchos segmentos que no son de izquierda y que se volcaron en las urnas por él. Ebrard perdió la candidatura presidencial y todo el peso político dentro de la izquierda, donde sus viejos aliados, Nueva Izquierda, la corriente de Los Chuchos, apenas si le dio migajas en el Congreso y el Senado. Ebrard tiene aún el poder del cargo, pero no lo tendrá a partir de diciembre, lo que explica las presiones intensas sobre el equipo de Mancera para que un núcleo importante de sus actuales colaboradores, repita.

El próximo jefe de gobierno no ha dicho nada. Apenas este lunes recibirá la constancia de gobernante electo y hacia fines de la semana instalará formalmente su equipo de transición. ¿Gabinete? Hasta noviembre. Antes quedará su plan de gobierno –sobre las vertientes de seguridad, infraestructura y temas sociales- y los profundos planes de reordenamiento urbano, inspirados en parte en los éxitos de Londres y Nueva York.

Las presiones no cejarán. Pero Mancera, como ha probado, se sabe manejar con la adrenalina alta y, aunque disciplinado, como lo mostró durante el proceso de selección de candidato al gobierno capitalino, también ha probado que marioneta tampoco es.

rrivapalacio@ejecentral.com.mx || twitter: @rivapa



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