Llegó el momento de las visitas. Maquillaron mi rostro para darle el toque de viveza que la palidez había menguado, me pusieron mi mejor traje, que llevaba esperando en el armario desde hace años, esperando un motivo para vestirlo…Me venía un poco grande, pero no dejaba de estar elegante.
La gente comenzó a desfilar por donde yo me había acomododado, me miraban, suspiraban, me cogían la mano y las lágrimas comenzaban a brotar de sus ojos…por aquí pasó casi toda la familia…el tío Andrés, el primo Luís, la tita Lola, sus hijos Juan y Roberto y su novia, la abuela María Rosa y el abuelo Enrique…
Nunca había visto a tantas personas queridas juntas, “es una pena que solo nos reunamos en ocasiones como estas” repetía mi sobrina…
Un molesto llanto inundaba la sala, era mi hija Lourdes, la pobre, se nos iba a casar la semana que viene, han aplazado la boda y todo, es lógico, después de esta pérdida está destrozada…su madre siempre ha sido su mejor amiga.
Quise levantarme y darle un fuerte abrazo para consolarla, pero ninguna extremidad de mi cuerpo respondió.
En ese momento Encarna, mi esposa, entró vestida de negro en la sala.
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