martes, 13 de noviembre de 2012

Rafael Loret de Mola - Guerra por desconfianza


Analicemos bien el contexto en el que deja calderón –en minúscula, por favor-, la agenda militar de la Presidencia de la República. No es que la haya recibido vacía pues durante los paralizantes mandatos de sus predecesores, los Fox y Ernesto Zedillo, la tolerancia excesiva hacia los mandos castrenses promovió el mercado negro de armas –privilegiando, de entrada, a los cárteles y grupos subversivos que limpian las rutas en pro de los primeros-, el trazado de una nueva geografía para asegurar el paso de los convoyes del vicio a través de carreteras y mares y, sobre todo, la conveniencia de aglutinar en un solo mando la fuerza intrínseca de los capos. Con ello, claro, se obligó a cada uno de ellos a reforzarse en exceso y en condiciones superiores a las de un ejército cada vez más limitado en materia de equipo e instalaciones.
Tal mal andaba la cosa que calderón –en minúscula-, no tuvo más remedio que fortificar a los militares y blindarse mediando inversiones no del todo justificadas, como la creación de infraestructura subterránea –los famosos búnkers- escasamente utilizada por el mandatario saliente y por quienes le aconsejaron construirlas. Sólo en la superficie se mueven algunos datos aprovechando las ventajas del mundo cibernético y los radares electrónicos capaces de identificar las voces tanto o mejor que las huelas digitales; de allí, al banco de datos no hubo sino un paso en el renglón de secuestros pero, curiosamente, no en el de los narcotraficantes más buscados. Esto es: la eficacia, por así decirlo, tuvo más resonancia en cuanto a la entrega y desmantelamiento de bandas de raptores que con relación al flagelo de las drogas. Con ello, por supuesto, pretendió calmarse el enfado general porque los capos y sus organizaciones están muy alejados de los intereses primarios de las familias bajo amenazas... a menos que se atraviesen –por ominosa casualidad- entre el fuego cruzado de la guerra abierta entre las mafias, las de dentro y las de fuera del gobierno.




Durante el mandato de Zedillo, el gran consejero del panismo y a quien la dirigencia de este partido colocó en un nicho por su supuesto alcance democrático luego de reiteradas traiciones al PRI –no me refiero, por supuesto, al resultado de los comicios de 2000 sino a las trabas anteriores y el miserable uso de un candidato anodino, Francisco Labastida, cuyo hermano Jaime es ahora uno de los “intelectuales” reconocidos por Enrique Peña-, toleró y acaso impulsó en exceso la construcción del nuevo modelo del narcotráfico basándose en la conjunción de todos los cárteles; para ello, el entonces secretario de la Defensa Nacional, Enrique Cervantes Aguirre, organizó –cobrando por ello una enorme tajada-, un encuentro entre los célebres hermanos Arellano Félix y el “señor de los cielos”, Amado Carrillo Fuentes, a principios de 1997. Pero, para su infortunio, dos organismos comenzaban a funcionar en combinación con el gobierno –hipócrita, por cierto- de los Estados Unidos: la Unidad de Inteligencia Financiera, encabezada entonces por Ismael Gómez Gordillo –sin parentesco, al parecer, con la eternizada “maestra”-; y el Instituto Nacional de Combate a las Drogas cuyo titular en esos días, el general Jesús Gutiérrez Rebollo, fue aprehendido en 1997 apenas unas semanas después de su nombramiento y de ser felicitado por el Pentágono por la efectividad de sus acciones.
De hecho, de acuerdo a una conversación que sostuve con él en marzo de 2002 en el penal de Alta Seguridad del Altiplano, en Almoloya de Juárez, cayó en desgracia precisamente por abrir sus cartas y dar a conocer el enlace sucio de Cervantes con los principales narcos del país si bien acaso desconocía –no lo sé a ciencia cierta- que el hilo conductor llegaba hasta Los Pinos: precisamente el dinero dado por los “capos” para posibilitar su encuentro –algo así como treinta millones de dólares- fue transportado en una patrulla de la Policía Federal de Caminos... ¡adscrita a la residencia presidencial! Aten cabos, amigos lectores, y encontrarán siempre a Zedillo detrás de los enjuagues que modificaron el perfil histórico del país. Su antecesor en estos menesteres, Miguel de la Madrid, ya no vive para contarlo y se quedó con las ganas de hacerlo para poner en su lugar a algunos de sus infieles colaboradores, como Manuel Bartlett, el coordinador actual de la bancada petista en el Senado, habiendo perdido las elecciones en Puebla y ocupando un sitio plurinominal con el cual se protegió, y represor por aquellos años de la izquierda, en su condición de secretario de Gobernación. Así se las gasta el sistema.

Peña Nieto hereda, por tanto, dos décadas, cuando menos, de desencuentros y chantajes de la mayor magnitud. Y no es sencillo destrabarlos. No se olvide que, precisamente, para contrarrestar la desconfianza de calderón en minúscula-, se dio facultades extraordinarias a la Secretaría de Marina honrando así una ala petición del secretario de Seguridad Pública, Genaro García Luna, aunque para ello el general secretario, Guillermo Galván Galván, uno de los contertulios frecuentes a las tardeadas en los jardines de Los Pinos y, por ello, comprometido por una amistad tan artificial como perentoria; no es difícil que entorno así, las marrullerías de García Luna y sus afanes manipuladores se extendieran por encima de los grados militares y las estrellas de los rangos. Pasó por encima y Galván lo toleró, dicen, por fidelidad a quien le abrigaba en la casa oficial como si de un mecenas se tratara siempre bien provisto de lo necesario para pasarla estupendamente. Negar tal por simplismo no sólo revela las señales de los mercenarios de la pluma, abundantes, sino la red de intereses creada desde los centros neurálgicos de la seguridad amarrados con hilos de viñedos refinados.
El caso es que ahora no pocos generales de alta graduación, con quienes he conversado, incluyendo al aprehendido Tomás Ángeles Dauahare, coinciden en que es necesario reestructurar los mandos bajo una tesis militarista que se antoja razonable:
--Las Fuerzas Armadas están formadas por tres segmentos: el ejército, la marina y la fuerza aérea. No existe razón alguna para que uno de éstos figure como secretaría aparte –la marina, claro-, sino que es necesario aglutinar a todos los elementos bajo un mando común, el del general responsable de la Defensa Nacional.
Por supuesto, el Almirantazgo ha dado un brinco mayor al de los atletas como el inolvidable Bob Beamon –recordman en nuestros Juegos Olímpicos-, y no parece estar siquiera receptivo a tratar sobre el tema: ya ganó la calle con más facilidad que el cuidado de los mares en manos de buscadores de yac9imientos petroleros y de los norteamericanos quienes no reconocen nuestros mares territoriales e imponen sus criterios –doce millas náuticas en vez de doscientas-. El asu8nto puede trastocar, severamente, las interrelaciones de los mandos castrenses con el presidente Peña Nieto a quien sólo le falta reunirse con lo9s prohombres muertos para sentirse halagado y convencedor... pero no efectivo.
México, nos dicen, es así. Muchos brincos aunque el suelo parezca parejo. Pero sólo lo parece: antes de la asunción presidencial –faltan diecisiete días-, el PRI y su cabeza ya han perdido varias batallas en el Congreso y en la calle.
Debate
En las naciones con sistema parlamentario suelen ser de trascendental importancia los acuerdos posteriores a la realización de lo0s comicios, sobre todo cuando ya es muy lejana la posibilidad de alcanzar la mayoría absoluta salvo en regímenes totalitarios –digamos Venezuela-, o bajo la conducción de líderes naturales arrolladores, cada vez menos. En México, pese al enjambre de votos obtenido por el PRI –más de diecinueve millones aunque no falten voces, a la que se ha sumado la del dolido ex dirigente nacional del mismo partido, Humberto Moreira, en el sentido de que muchos fueron “comprados”-, no puede presumir de haber obtenido loa mitad más uno de los sufragios y, con ello, sumando, los opositores son más.
Tal obligaría, en otros territorios más avanzados en la materia, a realizar encuentros y asegurar compromisos para fortalecer los vínculos comunes y establecer gobierno a partir de proyectos signados por las distintas minorías, esto es los sufragios de los congresistas suficientes para no paralizar la vida institucional del país como ha venido sucediendo desde 1997, cuando el PRI perdió su hegemonía en las Cámaras y comenzaron los chantajes soterrados y los compromisos inconfesables. Ya llevamos detenidos en este punto, nada menos, quince años.
El mandatario electo, Peña Nieto, sin embargo, bien aconsejado, ha sostenido reuniones “privadas” –nunca debieron serlo-, con las distintas fuerzas de la oposición, especialmente con gobernadores y legisladores del PRD en donde se aglutina, hasta hoy, el sector más fuerte de la izquierda aunque los riesgos de una escisión masiva por causa dl mesianismo lópezobradorista sea bastante más que una simple advertencia. Es, de hecho, el desafío mayor para cuantos deseen encabezar a esta opción política: esto es, la pulverización que conlleva una dura puja interna sin destino posible salvo la rendición incondicional de alguno de los bandos. No obstante, Peña dio un paso relevante aunque sin dosis de democracia: de haberse hecho públicos los compromisos nos alejaríamos de los chantajes y nos acercaríamos al parlamentarismo para dar un paso más hacia la extinción de los regímenes autocráticos que perviven como las historias del Jurásico.
La Anécdota
¿Y hacia dónde girará el timón en manos de Peña Nieto? Salinas de Gortari, en 1990, optó por ver hacia el norte, aun sin estar convencido de ello porque como buen economista –de esto no puede acusársele- sabía muy bien que las asimetrías entre México y las potencias del norte eran tan severas que acabarían por asfixiarnos. Y no andaba mal y, pese a ello, habló en principio de crear un “Mercomún” si bien sus asesores corrieron a las redacciones para anular el término que implicaba, entre otras cosas, la compleja unidad monetaria que nos hubiera depauperado desde el inicio; y nos quedamos con TLC obviamente preferencial para los fuertes.
¿Por qué no pensar en una Unión Latinoamericana como aconsejó, en el ya lejano 1986, el argentino Raúl Alfonsín, tratado con injusticia en vida y con reverencia tras su muerte? Más que un golpe de efecto se lograría –como incluso aceptó el radical Fidel Castro-, hermanar a quienes procedemos de un tronco común sin raíces anglosajonas. ¡Ay, si Peña Nieto optara por ser un visionario... como el general Cárdenas!¿Lo veremos?
E-Mail: loretdemola.rafael@yahoo.com


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