Los líderes mundiales están legítimamente preocupados por la fragilidad de la economía global, y siguen muy de cerca lo que ocurre en la zona del euro, especialmente las difíciles situaciones de Grecia y España.
Sin embargo, lo que está en juego va más allá de Europa o el mundo desarrollado. En efecto, se trata de cómo la crisis afectará a las economías en desarrollo, en particular a los más frágiles como Haití. Mi visita a este país a comienzos de noviembre es importante porque no podemos dejar de enfocarnos en estos países. Debemos centrarnos en dos objetivos interrelacionados: acabar con la extrema pobreza en un plazo mucho más breve e impulsar una prosperidad compartida a través de todo el mundo.
Algunos podrán decir que esta tarea es demasiado ambiciosa. Sin embargo, son más de mil millones de personas que viven en la extrema pobreza a nivel mundial, las que no pueden esperar.
Durante los últimos años, más de 50% del crecimiento global ha provenido de países en desarrollo. Y cuando los Estados frágiles se complican aún más en conflictos perdemos una gran oportunidad de impulsarlos hacia una senda de estabilidad que los pueda llevar a contribuir al crecimiento global.
Creo que el camino para acabar con la pobreza y aumentar la prosperidad debe construirse sobre tres pilares.
En primer lugar, necesitamos aportar nuevas soluciones empíricas para fortalecer los esfuerzos de desarrollo. En medio del pesimismo económico mundial de los últimos años, no debemos olvidar que se redujo a la mitad el porcentaje de los más pobres en los últimos 25 años.
En la década anterior a la crisis financiera de 2008-09, las economías de África al sur del Sahara crecieron un 5% a 6% anual en promedio. Hoy en día, la mayor parte de las economías de los países africanos ha recuperado y superado los niveles anteriores a la crisis. Si estas tasas se mantienen, el Producto Interno Bruto (PIB) del continente se duplicará en unos 12 años.
En segundo lugar, a medida que avanzamos creo que debemos prestar más atención a las cuestiones de equidad y justicia en el proceso de desarrollo económico. Es necesario garantizar que los beneficios del crecimiento lleguen a todos. El empleo ocupa un lugar central en este proceso y es el sector privado el que genera 90% de la ocupación. Por ello los gobiernos deben crear un ambiente más favorable para un crecimiento con inclusión.
En tercer lugar, debemos centrarnos aún más en el logro de tangibles resultados en las iniciativas de desarrollo a pesar de nuestros limitados recursos. Debemos poner en práctica un enfoque más científico en la prestación de servicios, creando sistemas confiables y sostenibles.
El Grupo Banco Mundial también tiene que cambiar en esa dirección. Nos hemos referido mucho a nosotros mismos como el Banco del Conocimiento. Ahora estamos en un punto de inflexión. Debemos convertirnos en el Banco de las Soluciones.
No es que tengamos todas las soluciones, ni mucho menos. Pero podemos ayudar a recopilar y difundir soluciones a los problemas más difíciles, a los obstáculos que frenan el desarrollo.
Las mejores ideas provienen de todos los rincones del planeta. Lo que podemos hacer ahora es ayudar a capturar soluciones empíricas y crear una “ciencia de la entrega de servicios de desarrollo”.
En Haití próximamente y en otras naciones debemos mantener animados debates en torno a estas ideas. Debemos forjar un camino hacia adelante que conduzca a la prosperidad para todos y no deje a nadie atrás.
Martin Luther King, Jr. captó esta búsqueda universal de progreso y dignidad, cuando dijo: “El arco del universo moral es largo, pero se inclina hacia la justicia”. Creo que es hora de inclinar el arco de la historia. Con la solidaridad mundial basada en un impulso incesante para lograr resultados, podemos, debemos y lograremos poner fin a la pobreza y generar una prosperidad compartida.
Jim Yong Kim
Leído en http://www.vanguardia.com.mx/laluchacontralapobrezaenmediodelaincertidumbre-1409070-columna.html
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