viernes, 2 de noviembre de 2012

Hilda García - La intolerancia mexicana

¿Cuántas veces no hemos escuchado sobre el naco, el indio, la tortilla, el puto, los jodidos, el prieto, el muerto de hambre, la gorda, la vieja? Todos estos, adjetivos no calificativos, sino peyorativos. 

Se acerca el Día Internacional para la Tolerancia y ni entre los ciudadanos ni entre los partidos políticos luce una verdadera intención de borrar las diversas expresiones de intolerancia que amenazan la convivencia de los ciudadanos. 

Los actos de intolerancia vividos en nuestra sociedad por razones de etnia, nacionalidad, preferencia sexual o el color de piel, así como por tener ciertas creencias religiosas y políticas son cotidianos. 





El año pasado, incluso, fuimos testigos de un sinnúmero de casos viralizados en las redes sociales donde se veía a las “Ladies de Polanco” o al “Gentleman de las Lomas” manifestando su clasismo, mas no su clase. Y donde no son más que una mínima expresión de lo que diariamente se manifiesta en las escuelas, los lugares de trabajo y en las mismas familias. 

De moda se ha puesto hablar de bullying, pero en realidad las escuelas terminan muchas veces expulsando o maltratando aún más a la víctima que al victimario. Las relaciones de discriminación o extremismo se ejercen a todos niveles y parece preferible resolver el tema a favor del fanfarrón o del que grita más, que de la persona que ha sufrido las burlas o la presión del grupo. 

En 1995, se instituyó el Día Internacional para la Tolerancia, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y en realidad no ha pasado mucho tiempo para todo lo que tendría que resolverse en un mundo que parece cada vez más extremista y radicalizado. 

En México, el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred), liderado por Ricardo Bucio Mújica, ha luchado por la protección de las parejas del mismo sexo, de los migrantes, de los indígenas, de las personas con distintas capacidades. Incluso ha establecido manuales para periodistas a fin de evitar el mal uso de palabras que refuerzan la discriminación y ha incentivado trabajos de investigación que eliminen las barreras entre víctima y victimario. 

Sin embargo, aún falta mucho por hacer. La gente en México prefirió votar por un candidato que les daba tarjetas de Soriana o porque estaba guapo, antes que entender que su misma hija había sido educada por él y era capaz de insultar en una cuenta de Twitter a los mexicanos como “la prole” en un tono totalmente despectivo.

Incluso, muchos mexicanos se ríen de los programas transmitidos por Televisa o Univisión donde los hombres se disfrazan de mujeres con tubos para caracterizar a las amas de casa o donde el peluquero de telenovela es un gay con movimientos femeninos exagerados. 

Nos falta aún mucho por aprender a querer al otro, a respetarlo y aceptar que todos tenemos el derecho a ser diferentes. Sin embargo, en una sociedad que tiende a homogenizar o a hacer una cultura universal donde todos debemos pensar igual, porque si no, no somos parte de esa comunidad, la capacidad de aceptar que hay otros que piensan diferente en cuanto a preferencia sexual, política, social, cultural se va nulificando. Lo demostramos en las pasadas elecciones. Se rompieron amistades porque alguien apoyaba a un candidato y su amigo pensaba que el otro era el bueno. No había capacidad de diálogo, sólo adjetivos calificativos sobre uno y otro candidato o sobre la misma personalidad de los amigos. 

Lo mismo pasa sobre la comunidad gay y peor aún si son lesbianas. Hombres que se creen muy hombres se alejan (no es contagioso) o los rechazan haciendo bromas o hasta se pegan en el pecho con el puño cerrado para calificarlos de “puñales”.  Y qué decir si en clase una niña, por muy tranquila o dulce que sea, si no se pone pintura, es la primera que responde en clase o se ríe de los demás es a la que marginan. Por no decir de las niñas o niños obesos, de los niños con dificultad para aprender o de aquellos que tienen alguna capacidad diferente. No hemos logrado aún hacer ver a los demás, a los otros, nuestras diferencias. 

Y ojo…  aquí queda aún más por hacer cuando hablamos de tolerancia. 

La tolerancia, tal y como se entiende hoy, tampoco sirve. Para el biólogo y epistemólogo chileno, Humberto Maturana, la tolerancia es la resignación de convivir con un ser “equivocado” y ofrecemos, como sociedad una saludable intención de vivir en armonía. 

Toleramos lo que nos “aguantamos”, pero sólo hasta que nos dure la paciencia. Imaginemos esto, no sólo en el plano individual, sino también en lo social, en lo político. Toleramos al otro porque nos distinguimos y en algún momento podría cambiar de opinión, no porque tengamos la capacidad de convivir o de coexistir. 

Quizá debiéramos aprender a reconocer el Día Internacional de la Aceptación y con esto, hacer sociedades más claras, más inteligentes y más a favor del bienestar común. 

Tolerar al otro nos puede llevar a un límite y ejercer en una u otra forma la violencia cuando ya no podamos más con el otro…  o quizá el otro se harte de nosotros, y cuando su tolerancia se termine, busque la manera de maltratarnos, discriminarnos, torturarnos, eliminarnos.


Este contenido ha sido publicado originalmente por SINEMBARGO.MX en la siguiente dirección: http://www.sinembargo.mx/opinion/02-11-2012/10482. Si está pensando en usarlo, debe considerar que está protegido por la Ley. Si lo cita, diga la fuente y haga un enlace hacia la nota original de donde usted ha tomado este contenido. SINEMBARGO.MX

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