Al presidente Enrique Peña Nieto no le gusta que se hable “del nuevo PRI”. Para él no hay uno nuevo ni uno viejo, sino una estrategia para eludir analogías y la fijación de parámetros sobre los cuales midan sus acciones. El recientemente electo líder nacional del PRI, César Camacho, también rechaza esas categorías, pero no puede esquivar que dentro de la cocina tricolor se está preparando la refundación del partido, que buscan comenzar en la tercera semana de febrero, cuando se celebre la asamblea general que coloque las ruedas para avanzar hacia el futuro.
¿Le cambiarán de nombre, color y logotipo?, se le preguntó este miércoles durante una entrevista en el noticiero Primer Café de Proyecto 40. Nada de ello piensa que sea necesario cambiar. No así el plan de acción, el programa, los estatutos y la ideología, para un rencuentro o la conquista de segmentos de la sociedad que, afirmó Camacho, son refractarios al PRI. Buenas frases, mitades verdades. “El presidente está convencido de que hay que refundar al PRI, inclusive cambiarle los colores y el nombre”, refutó una de las figuras más poderosas hoy en día del partido. La idea no es nueva, sino que se viene anidando desde los tiempos de presidente electo.
En este mismo espacio se apuntó el 7 de octubre que Peña Nieto quería hacer del PRI algo tan nuevo que a través de la demolición de símbolos y prácticas, hiciera la primera demostración de que con el Revolucionario Institucional con el que va a gobernar sepultó al del pasado. Desde entonces quiere refundar al PRI radicalmente. ¿Cómo? Sí habría revisión de estatutos, programa y plan de acción, pero también hasta lo que parece banal, un cambio de sede, y lo simbólico, el cambio de nombre, que sería el cuarto desde que nació en 1929.
En el entorno del presidente sostienen que las condiciones no se construirán en los dos meses que faltan para la asamblea, sino que tendría que trabajarse un plan para finales de 2013, a fin de que pudiera concretarse en la asamblea general de 2014. Cambiar sin cambiar no sería una solución, sino una burla, deslizó Camacho en la entrevista en Primer Café. Tampoco es lo que quiere Peña Nieto, aunque no se sabe si podrá vencer las inercias en el partido, o si tendrá finalmente la voluntad política.
Carlos Salinas, quien llegó a la Presidencia en medio de fuertes cuestionamientos en 1988 y se legitimó a través de acciones de fuerza en los primeros dos meses de su administración, planeó convertir al PRI en un Partido de la Sociedad. A la mitad de su sexenio, cuando ya había puesto en marcha el Programa Nacional de Solidaridad, su operador Carlos Rojas -hoy de regreso en el gobierno- había construido 150 mil unidades en todo el país, que habían cambiado la correlación de fuerzas con los viejos poderes priistas, al trasladar la asignación de recursos y poder de los gobernadores a los delegados de Solidaridad, con lo que el clientelismo cambió de control.
Era 1991, después de que arrasara el PRI en las elecciones federales intermedias y consolidara la Presidencia salinista. Sin embargo, el ex presidente cambió de opinión. Profundizó la reforma económica, pero contuvo la política. No se quiso vestir de demócrata y perdió la oportunidad histórica de cambiar al PRI, que es lo que en estos momentos Peña Nieto no quiere. Las condiciones son distintas, con una economía de mercado, totalmente abierta, y un proceso de consolidación democrática.
Tiene el camino allanado, pero tendrá que reajustar a los grupos de interés priistas, que son el pilar corporativo, como los sindicatos, para abrir las puertas a la refundación. ¿Podrá hacerlo? Tiene la fuerza, como la tenía Salinas en su momento. Tiene la voluntad, como la tenía el ex presidente. ¿Se arrepentirá como Salinas? No hay razón para que Peña Nieto recule, y ya se verá en los próximos meses que piensa invertir en ese salto hacia el futuro. Es sólo un año de gracia para saber si alcanzó a lograrlo o como Salinas, dio marcha atrás.
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