Giovanni Papini 1881 - 1956 |
Diversiones
Berlín, 18 noviembre
Únicamente en esta ciudad -que ha arrebatado a París la primacía de la vida nocturna y del vicio europeo- me atrevo a divertirme; Berlín es una pequeña ciudad que se cree inmensa, pero todos los gustos son admitidos en ella e incluso la corrupción está organizada de un modo perfecto.
He probado el opio: me pone idiota. Todos los alcoholes: me transforman en un loco repugnante. La cocaína: embrutece y abrevia la vida. Haschich y éter son buenos para los pequeños decadentes retrasados. La danza es una estupidez que hace sudar. El juego, apenas perdidos dos o tres millones, me disgusta: diversión demasiado común y costosa. En los music-halls no se ven más que los acostumbrados pelotones de girls muy pintadas, desnudas, odiosas, todas iguales. El cinema es un oprobio reservado a las clases humildes.
La velocidad -en automóvil o aeroplano- en los primeros tiempos distrae; pero después parece ridícula: no se ve nada v se llega en estado de imbecilidad a un lugar donde no se espera nada más que la hora de marcharse. El teatro es una diversión para viejos y para snobs, infectos de estética. En los conciertos se puede oír, de cuando en cuando, alguna pieza que hace que uno se olvide de sí mismo -resultado deseable-; pero tener que oír tantas, y en medio de piaras de humanidad que se entregan hipócritamente al éxtasis, mientras piensan Dios sabe en qué torpezas y porquerías, es un tormento.
En lo que se refiere al deporte es preciso ser joven, fácil de contentar y primitivo.
Desearía otro vino, otro teatro milagroso, un deporte más trágico, un opio que mude para siempre el yo. ¡Estos hombres se satisfacen con tan poco...! Dos dedos de carne teñida, unas horas de frenesí artificial, alguna imagen vieja, algún sonido oído mil veces, un facsímil de emoción, una inconsciencia bestial...
Tengo bastante dinero para conseguirlo todo y todo me aburre. Los recursos epicúreos de una gran ciudad me hacen pensar en las fiestas de niños sosos y ajados. No tienen sabor para mí. Hombres como Calígula o Kafur podrían tal vez divertirse; yo no me atrevo. No basta el dinero: es necesario el poder y la ingenuidad. Tal vez ellos también se aburrían. Hacer morir a los hombres no es tal vez aquella voluptuosidad que los asesinos platónicos imaginan. También el sadismo termina con la saciedad. Es engendrado por el aburrimiento y no puede matar a su padre. Tiberio y Gil de Retz me parecen tristes después, mucho más que antes.
Y, sin embargo, debería inventar alguna cosa. Es increíble que un hombre como yo, provisto de millones y desprovisto de escrúpulos, se tenga que aburrir.
Las diversiones que me ofrece el mundo conducen a la imbecilidad o a la locura, al tedio o a la muerte. No quiero saber nada de ellas. Debo encontrar por mí o en mí un nuevo placer, una alegría inédita. ¿Lo conseguiré?
Este Berlín, al fin y al cabo, no es más que un falso Nueva York sin mar, con algún pedazo de Montmartre y de Babilonia para uso de los pedantes que tienen prisa.
Tomado de Gog
El placer de hacerlo todo pedazos
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