Un ingeniero de Pittsburg, que representa aquí una fábrica americana, me llevó la otra noche a una tertulia de noctámbulos, especie de figón, café, teatro y garito. Se bebe, se fuma y se aburre como en todas partes. De cuando en cuando sale, de detrás de un telón rojo y oro, una carroña femenina mal garbeada y mal vestida que regurgita una canción más triste que su cara degradada. O bien un aborto engrandecido, del sexo masculino, con pantalones amarillos, la barriga violácea y la joroba escarlata -una cosa entre el payaso desocupado, el tísico dipsómano y el poeta revolucionario-, grita algunas injurias en versos libres, acogido con los aplausos distraídos de los indígenas. En conjunto. una melancolía siniestra.
Por fortuna, vino a sentarse a nuestra mesa, después de medianoche, un amigo (?) de mi compañero: un joven ruso que había rodado por medio mundo, hablaba tres o cuatro lenguas, y había sido bailarín, actor, escenógrafo, crítico, dramaturgo y probablemente también espía. Su pasión dominante era, sin embargo, el teatro, y comenzó de pronto a extravagar en torno de sus ideas fijas.
-Entre nosotros -decía- hay en Alemania muchos burgueses corrompidos que se torturan el cerebro para transformar el teatro. Pero ninguno ha llegado a la locura lógica de la reforma esencial. El teatro no debe ser la «imitación» de la vida real, sino la exacta «reproducción» de la vida. La primera reforma consiste, por tanto, en despachar en seguida, hasta el último, a todos los actores de oficio. El realismo radical, que es la fórmula base de la época proletaria, no puede tolerar ficciones inmorales ni en el teatro. Aquello que el poeta ha escrito debe acontecer al pie de la letra, seriamente, sin trucos ni simulacros. El sistema de la hábil mentira es indigno de los tiempos nuevos. Si se representa Julio César, aquel que desempeña el papel de César debe ser verdaderamente herido por verdaderos puñales, es decir, morir realmente, y en el Moro de Venecia, la mujer que hace de Desdémona debe ser verdaderamente asfixiada bajo las almohadas. Nada de sangre hecha a base de tinta encarnada, nada de fingidos cadáveres. La sangre debe ser verdadera sangre humana y los cadáveres no deben ser llevados tras las bambalinas para resucitar al primer sonido del aplauso, sino directamente al asilo mortuorio.
»Usted comprenderá, por tanto, que ya no nos podemos servir de actores profesionales, gente vil y aferrada a la existencia. Algunos papeles corresponden a delincuentes, condenados a muerte o a personas que han decidido suicidarse y que se prestan altruisticamente a hacer servir su muerte para la distracción de las masas.
»Una imitación, aunque sea genial, no podrá sustituir nunca a la realidad. El que hace un papel en la vida debe ser también llamado a representarlo en el teatro. Si tengo necesidad de un general, llamaré a un general retirado o degradado, o por lo menos a un coronel; si se quiere un pope en escena, no será difícil encontrarlos a puñados; y lo mismo se puede decir de los comerciantes, de los gentileshombres y de los labriegos. Pero como sería difícil procurarse reyes y emperadores, desterraría de mi repertorio todas las obras donde figurasen personajes coronados. Hamlet, por ejemplo, no perderá nada de su profundidad si, en vez de desarrollarse en la Corte de Dinamarca, fuese transportado a una villa de grandes aristócratas.
»La salvación del teatro está en esta sola palabra: "autenticidad". Y, por consiguiente, el teatro no será purificado y redimido de las pobres vergonzosas del engaño y de la falsedad hasta que no condene al ostracismo a todos los actores. El teatro fue grande cuando el pueblo mismo, como en la Edad Media, recitaba los Misterios. Antoine y Copeau habían comprendido la necesidad de licenciar a todos los actores, pero se detuvieron a medio camino. Y poco a poco sus intérpretes se convirtieron en profesionales o en algo peor. Cómicos y trágicos son los dos tumores del teatro, y hasta que no sean extirpados no veremos el renacimiento de este sucedáneo del templo.
Observé tímidamente que, por este procedimiento, la pura fantasía -que ha producido, sin embargo, obras maestras con Shakespeare y con Gozzi- quedaría desterrada de la escena.
-El realismo absoluto y radical -replicó el enemigo de los actores- ha de ser aplicado rigurosamente cuando se trata de representaciones inspiradas en la vida humana. Para restablecer los derechos de la imaginación, que pueden representar útilmente la parte del ilota, hay un remedio: componer acciones escénicas donde no aparezcan hombres. Y le diré que yo mismo he comenzado a preocuparme de esto. He escrito una «imposibilidad en cuatro actos» donde los personajes son Angeles, Demonios, Espectros, Sombras, ídolos animados, Centauros mudos, Máquinas parlantes y Monos. ¡Ningún hombre, ni ninguna mujer! Sin embargo, ningún director -ni en Berlín- quiere poner mi Circuito de la nada. Si permanece en Moscú y está dispuesto a gastar medio millón de chervonetz para la representación, estoy dispuesto a dedicársela. Es la primera obra teatral del género «trashumano» y usted participaría, con un pequeño sacrificio, de mi gloria.
Me di cuenta de que el discurso adquiría un aspecto embarazoso y dije a mi amigo que estaba cansado y quería volver al hotel. El joven entusiasta me acompañó en el automóvil y no quiso abandonarme hasta que no le hube dado el dinero necesario para la impresión de su «imposibilidad».
Tomado de Gog
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