M A C A R I O S C H E T T I N O
Mitos duraderos
Hoy se conmemora, es un decir, el 60 aniversario del ataque al Cuartel Moncada, que lanzó a Fidel Castro al estrellato, y unos años después al poder en Cuba.
Quienes participaron en ese evento, los que siguen vivos, están ya prácticamente en su novena década de vida: Raúl y Fidel, por ejemplo.
El ataque al cuartel fue un fracaso, pero Fidel logró sobrevivir, se le permitió defenderse a sí mismo, pronunciar un largo discurso ("La historia me absolverá", que se convirtió en un clásico), y se le conmutó la cárcel por el exilio poco tiempo después.
Vino a México, organizó un nuevo grupo y, con el apoyo del Gobierno mexicano (Fernando Gutiérrez Barrios), regresó a Cuba para tomar el poder el 1 de enero de 1959.
Muy rápido, la Revolución Cubana y el ataque al Moncada alcanzaron el nivel de mito.
En esta América Latina tan urgida de enfrentar a Estados Unidos (siguiendo la ruta propuesta por Rodó a inicios del siglo), los pocos que logran algo son rápidamente elevados al Olimpo. Por lo mismo, dejan de tener defectos, y sus errores, o sus crímenes, se vuelven inexistentes.
Pocos recuerdan que Fidel no mostró, en los "juicios revolucionarios" que siguieron a su toma del poder, nada cercano a la tolerancia que el Gobierno cubano previo le había otorgado en Moncada.
Para la izquierda latinoamericana, los héroes de la Revolución construían para el futuro, y en esa construcción había que destruir lo anterior sin miramiento.
El mito ha sido duradero, como Fidel. Todavía hoy hay muchos jóvenes que siguen viendo en Cuba (y en sus epígonos: Venezuela, Nicaragua, Bolivia, Ecuador, etcétera) ese mundo alternativo más justo que anhelan, como es normal en los jóvenes. Yo mismo, hace 30 años, así veía las cosas.
Pero si hace tres décadas esa percepción sólo podía explicarse por ignorancia, ahora se requiere algo más: información falsa. Algo similar ocurrió con la revolución soviética, que hasta 1937 podía defenderse por desconocimiento, pero después sólo podía hacerse por interés, como lo hicieron tantos filósofos franceses en la posguerra.
En el mito se olvidan los muertos que rodean a Castro, desde Camilo Cienfuegos hace más de 50 años, hasta Arnaldo Ochoa hace 25. Se olvidan sus compañeros que cayeron por su abandono, desde Abel Santamaría hasta el Che. Se olvidan las condenas y expulsiones, desde Huber Matos hasta Padilla, Lezama, y tantos otros.
Porque todo eso, seguramente, es un infundio del imperialismo yanqui. Los mitos se construyen así: una causa fundacional, una construcción de discurso desde el poder, y la defensa paranoica. En América Latina eso significa un golpe al Imperio, un cuento nacionalista-pobrista, y culpar de todo a los gringos. Todo es todo.
Pero si la Cuba de Castro tiene su mito de 60 años, que les sigue dando legitimidad aunque hoy sean, en palabras de Raúl mismo, una sociedad que ha retrocedido en educación y cultura, nosotros no tenemos de qué quejarnos.
Nuestro gran mito ha cumplido ya 75 años, y amenaza con sobrevivir un nuevo enfrentamiento en las próximas semanas.
El mito de la Revolución Mexicana se construyó en realidad durante el gobierno de Lázaro Cárdenas, que es quien transforma en verdad al País.
Los sonorenses, que gobernaron de 1920 a 1935, no cambiaron la estructura económica del País ni la forma de ejercer el poder, pero sí abrieron el espacio a un creciente radicalismo que se reflejó en una reedición de la historia nacional en los muros públicos, esencialmente en los pinceles de Diego.
Todo ese discurso era inútil sin el golpe al Imperio: la expropiación petrolera. A partir de ahí, el mito.
Como en los casos antes mencionados, defender el mito por ignorancia era algo posible hasta 1965, pero desde entonces se requiere algo más: información falsa, intereses, ambición. Y como en esos casos, toda la defensa del mito es paranoica: los gringos, los empresarios, los vendepatrias, los privatizadores.
La información es muy clara: el país más cerrado del planeta; la "empresa" más ineficiente y quebrada del mundo, y tal vez la más corrupta; energía cara, escasa y poco confiable; la cadena de valor destruida. Ah, pero seguramente son infundios del Imperio y de "la Mafia".
La discusión que viene no es por la energía, es por el mito, es decir, por "el alma nacional".
Quienes defienden al mito tendrán que hacerlo apelando a la ignorancia, las creencias y los intereses. No tienen evidencia para apoyar sus argumentos.
Pero eso nunca ha importado en las guerras religiosas; es decir, en la defensa de los mitos.
www.macario.mx
@macariomx
Profesor de Humanidades del ITESM-CCM
Leído en http://www.noroeste.com.mx/opinion.php?id_seccion=104
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