Giovanni Papini 1881 - 1956 |
El embrutecedor
Hace dos o tres días consiguió llegar hasta mí -a pesar de que me hallaba enfermo de un ataque de ictericia- un voluminoso viejo que se llamaba, al parecer, Sarmihiel.
Me vi delante de una vasta cara de enormes quijadas de boyero, endulzada por unos grandes ojos casi blancos, de extático. Me tendió una sólida mano de Goliat y me anunció que tenía necesidad de mi apoyo para una empresa de la que dependía la felicidad futura de los hombres. Le contesté inmediatamente que no me importaban absolutamente nada los hombres ni su felicidad y que podía ahorrarse el tiempo y la charla. Pero Sarmihiel no se arredró.
-Cuando tenga una idea de mi sistema -manifestó- cambiará tal vez de opinión. El escuchar no le costará nada. Yo no pido limosna, sino comprensión.
Por curiosidad y tal vez por efecto de mi debilidad en aquel día, me dispuse a escucharle.
-Usted conoce seguramente -dijo el viejo-el famoso aforismo de Federico el Grande: L'homme est un animal dépravé. Profunda sentencia comprobable diariamente. Todas las amarguras, las maldades y las melancolías del hombre provienen de su depravación, es decir, de haber renegado su verdadero destino, de haber violentado su naturaleza originaria. El hombre es un animal, nada más que un animal, y ha querido convertirse, por una perversión única entre los brutos, en algo más que en un animal. Ha cometido una traición, la traición contra la animalidad, y ha sido castigado por esta prevaricación. No ha conseguido convertirse en ángel y ha perdido la beatitud inocente de la bestia. Por esto ha quedado suspendido en medio del aire, torturado, angustiado, enfermo, turbado y no satisfecho Su única salvación está en volver al origen, reintegrarse plenamente a su naturaleza auténtica, volver a ser animal. Todos los grandes pensadores, desde Luciano a Leopardi, han reconocido que las bestias son incomparablemente más felices y perfectas que el hombre, pero nadie había pensado, hasta ahora, en elegir un método racional y seguro para operar la reunión con nuestros hermanos. Debernos volver a entrar en el paraíso perdido y el Edén no era, recuérdelo, más que un inmenso jardín zoológico. El paraíso que hay que reconquistar es la fauna.
»A Homero se le había presentado ya esta visión. Circe, que transformaba en cerdos a los compañeros de Ulises, es la magna bienhechora de la que me vanaglorio, a una distancia de tantos siglos, de ser el primer discípulo. Pero Ulises, que representa la astucia, es decir, la inteligencia corruptora, y es el protegido de Minerva, celosa de la felicidad de los hombres, hizo tantas cosas que al fin los restituyó a la condición humana es decir, al castigo. De cómo fue castigado por este delito, sabido es que se puede leer claramente en la Odisea.
-He comprendido la tesis -interrumpí-, lo he comprendido a la perfección, precisamente porque no soy una bestia. Pero todavía no veo...
-Un poco de paciencia -contestó Sarmihiel-. Usted es el primero que me escucha más de dos minutos y permite a un anciano que se desfogue al menos una vez en su vida. Yo no soy profeta rechazado, como Zarathustra, pero mi ideal es lo contrario del suyo: él era precursor de la superación, yo del embrutecimiento. Pero los dos estamos de acuerdo en sostener que el estado actual del hombre -situación vil y triste entre el mono y el superhombre- es demasiado absurdo e insoportable; no nos queda más que retroceder y volvernos monos.
»Un masoquista sueco del Setecientos se había acercado tímidamente a esta idea. Pero Rousseau predicaba el retorno a la vida salvaje. Sería un progreso, pero considere que los salvajes se parecen todavía demasiado a los hombres y no se parecen bastante a las bestias. Mi sistema es más radical. Pero es preciso ante todo experimentarlo y por eso he pensado en usted.
-¿En mí? ¿Qué debo hacer?
-Nada más que esto. Concederme por algunos años la gran extensión desierta que posee en los montes Alleghany y darme un poco de dinero para los primeros gastos. Yo llevaré allí tres parejas humanas, escogidas entre los miserables que no tienen oficio ni hogar, y les aplicaré mi método. Método que consiste en acostumbrar gradualmente a nuestra especie a las condiciones de vida de los animales no domésticos.
»Ante todo, nada de vestidos. Prohibición de cortarse el pelo, la barba, las uñas. Prohibida la posición erecta: deben acostumbrarse a andar a cuatro patas. Vedado el uso de la palabra y de todo lenguaje humano; deberán comunicarse conmigo y entre ellos solamente por medio de gestos, mugidos y aullidos. En el campo de experimentación no deben aparecer ningún utensilio, ninguna máquina, ningún objeto fabricado. Deben tender poco a poco a alimentarse de frutos, de raíces y de carne cruda. Naturalmente, no debe haber habitaciones o refugios de ninguna especie. Estará permitida la caza, pero sin armas, y la lucha cuerpo a cuerpo y diente contra diente entre ellos. Ninguna ley, ninguna moral, ninguna religión. Bestias libres bajo el cielo libre.
»Y creo que pocos años bastarán, si la vigilancia es continua, para obtener el embrutecimientto integral de estas criaturas y, por consiguiente, su plena felicidad. Todo lo que atormenta e inquieta al hombre, bestia degenerada y corrompida, desaparecería por encanto, y mis pupilos reconquistarían lenta, pero seguramente, la plácida inconsciencia de sus antiguos hermanos. Si este primer experimento, como creo, sale bien, se podría comenzar con probabilidades de triunfo el apostolado para el embrutecimiento total de la Humanidad. Surgirían seguramente objeciones, reacciones y hasta oposiciones violentas, especialmente por parte de los llamados "intelectuales", verdaderos bacilos nefastos para nuestra especie. Pero estoy seguro de que la mayor parte de los hombres, tanto en los ricos como entre la plebe, se convertirían rápidamente a una doctrina que responde a los profundos instintos secretos de la mayoría. Aunque los pedagogos del género humano hayan intentado torcer la sana animalidad primitiva con todas las drogas y sortilegios de la literatura, la filosofía y la religión, los hombres, sin embargo, han conservado la nostalgia del estado bestial y, cuando pueden, vuelven, con gusto, al menos por algunos minutos o algunas horas, a embriagarse con la pura voluptuosidad de los brutos. Son animales depravados y traidores, pero no hasta el punto de haber olvidado y destruido del todo la naturaleza primigenia. Apenas oigan mi voz, basada en la experiencía, se despertarán en ellos los. elementos de comadreja y de mono y me seguirán como a un salvador. Yo seré el Mesías de la animalidad recuperable. Los hombres descienden de los animales, pero han traicionado a sus padres. Yo conduzco de nuevo a su verdadera familia a estos hijos infieles y doy a todos la felicidad que habían perdido. Si en el nuevo reino la religión fuese admitida, me adorarían como a un dios.
-Perdone -le dije-, usted me parece demasiado inteligente y demasiado altruista para volverse bestia. ¿Por qué no comienza el experimento por usted mismo, si verdaderamente cree que la animalidad sea el sumo bien?
-No me ha comprendido -contestó con tristeza el colosal anciano-. Como todos los redentores, yo debo sacrificarme para la felicidad de los demás Lo mismo que a Moisés, me ha sido dado entrever la tierra prometida, pero no debo entrar. Si no fuese así, ¿quién dirigiría la inmensa operación de la contradomesticación que he ideado? ¿Quién difundiría la palabra de salvación? Yo soy lo contrario del domador: debo transformar a los civilizados en salvajes. Y si el domador debe ser un poco feroz para dominar a los feroces, yo estoy condenado, por el contrario, a conservarme inteligente para suprimir la inteligencia. ¿Comprende?
Para hacerle marchar tuve que prometerle que pensaría en su propuesta y que le comunicaría mi decisión dentro de una semana. Y Sarmihiel, el profeta embrutecedor, salió solemnemente de mi habitación, no sin antes haberme mirado fijamente con sus inmensos ojos de albino.
Tomado del Gog
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