miércoles, 4 de septiembre de 2013

Francisco Garfias - “¡Urgente! ¡Urgente! ¡Evaluar al Presidente..!”

“Se me hace que usted es senador”, soltó, amenazante, uno de los maestros que formaban la valla humana en la esquina de Insurgentes Norte y Edison.
Sus compañeros de la Coordinadora voltearon a este reportero que, muy trajeado, caminaba hacia la Cámara alta con la intención de escuchar el debate parlamentario sobre la Ley de Servicio Profesional Docente.
—¡Hágamela buena! -reviramos al maestro.
Una carcajada generalizada relajó el ambiente, pero no sirvió de llave para abrir paso hacia el Senado.
Las instrucciones de los dirigentes de la CNTE a los maestros eran claras: no hay paso.



Un metro atrás estaban las otras vallas. Las de metal. Gigantescas, sólidas, impenetrables. Los granaderos protegían el pequeñísimo espacio que permanecía abierto. Eran ellos quienes informaban las posibles vías de acceso. “¡Váyase a Puente de Alvarado y Ponciano Arriaga. Por allá sí hay paso!”, sugerían.
Pero caminamos en sentido inverso. Por Insurgentes en dirección a Reforma. Allí se concentraba el grueso de los inconformes. Los carriles centrales de la avenida más larga de México tenían aspecto de alameda de pueblo en domingo. El camellón que divide los carriles del Metrobús era un interminable banco.
Las modestas ropas de los inconformes no dejan lugar a dudas de que se trata de gente humilde. Muchos de ellos llevan tres semanas en la Ciudad de México. Duermen en el Zócalo. Se movilizan durante el día. Se les ve cansados, hastiados, desgastados, con ganas de regresarse a sus lugares de origen.
Los sostiene la creencia de que su lucha en las calles de la Ciudad de México los ayudará a poner a salvo los “derechos laborales”. Los sienten amenazados con la reforma educativa. No creen en el discurso oficial de que los cambios que se les hacen a las leyes es para bien del magisterio.
Al contrario: están convencidos de que se trata de una estrategia para “adelgazar” la planta de maestros, facilitar los despidos, ponerlos en situación vulnerable. Repiten que sus demandas no han sido tomadas en cuenta y que los legisladores les “toman el pelo”.
Están bien organizados y mejor distribuidos. Vimos a un grupo que analizaba planos de las calles de la zona. Otros maestros llevaban aparatos de comunicación. Unos te miran con sospecha, los más con indiferencia, los menos con agresividad.
En un largo mecate extendido en el carril de sur a norte de Insurgentes colgaban pancartas con demandas que van mas allá de las puramente educativas. “No a las reformas estructurales: energética, educativa, fiscal…”.
Las causas ya se mezclaron. Las autoridades dejaron crecer la movilización. La CNTE, que hoy se moviliza en 22 entidades, ya anunció que se queda a la manifestación “en defensa del petróleo”, convocada por López Obradorpara el próximo domingo.
Las consignas son abiertamente antigobernistas. Una maestra parada junto a una camionetita Nissan —atravesada en medio de la avenida— se desgañitaba en el altavoz: “¡Urgente! ¡Urgente! ¡Evaluar al Presidente!”.
En las vallas metálicas que los maestros tenían enfrente pegaron calcomanías en las que se leía: “El PRIAN lleva ocho años dañándonos. ¿Por qué crees que ahora será diferente?”
Nayeli Bustamante dijo pertenecer a la Sección 22 de Oaxaca. Se nos atravesó cuando guardias de resguardo y seguridad del Senado intentaban meternos de contrabando al perímetro controlado por la fuerza pública. La joven maestra se dio cuenta. Nos siguió hasta la mismísima valla de metal que servía de puerta.
Sus palabras frenaron al comandante de granaderos que iba a abrir el paso. “¡Esto es una provocación! Si usted deja pasar al señor, no respondo por la reacción de la gente!”, advirtió.
Protestamos. Le preguntamos por qué la agresividad contra la gente. “No le des explicaciones. No hay paso y punto”, dijo otra maestra.
“¡No estamos en contra de ustedes!”, les dijimos. Esta vez se metió un hombre de lentes negros. “Pero tampoco están a favor”, reviró.
No había modo de entrar. Desistimos.
Seguimos a Nayeli. Queríamos saber sus razones. Su tono tranquilo contrastaba con el de su compañera. Es de las primeras que llegó a la Ciudad de México desde su natal Oaxaca. De esto ya hace tres semanas.
“Si hubiesen tomado en cuenta nuestras peticiones nos hubiésemos regresado. Hemos ido al diálogo, pero los acuerdos no se respetan. Creéme que estar aquí es muy desgastante física, emocional y económicamente. No es cómodo taparle el paso a la gente.
“Esto va creciendo. No nos gusta la intervención de otros grupos. Nos complica las cosas, pero no podemos evitarlo”, puntualizó.
Le preguntamos si no había leído el addendum que los diputados le hicieron a la Ley de Servicio Profesional Docente. No estaba enterada de que se eliminó su carácter punitivo. Tampoco pareció entender de lo que estábamos hablando. No dimos cuenta de que a los maestros que están en la calle, los de infantería, les falta información.
Seguimos nuestro camino. Llegamos al Caballito. Nos topamos con las siglas de la APPO escritas en las boyas colocadas frente al hotel Meliá. Otra señal del río revuelto.
Alonso Cano, un viejo transportista ajeno al movimiento magisterial, estaba que trinaba. Llevaba tres horas a la vuelta y vuelta. Portaba un folder en la mano. Tenía que hacer “unas diligencias” en la zona. Tampoco lo dejaban pasar.
Es la otra parte de la historia. La de los rehenes de todas las causas. La de aquellos cuya irritación aumenta día con día. Don Alonso, abuelo de una niña de cuatro años “que ya sabe leer”, resumió sus sentimientos con dos palabras que reflejan su frustración: “¡Pinches maestros!”.


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