miércoles, 4 de septiembre de 2013

Sergio Aguayo Quezada - Cambiar

Las palabras son brújulas que orientan el análisis. En su primer informe de gobierno, Enrique Peña Nieto mencionó en 68 ocasiones cambio, transformación y reforma, pero nunca mencionó a la incómoda corrupción.


El Presidente se trepó al pedestal de los reformadores desde donde entonó el himno al cambio. Defendió su estrategia de "enfrentar múltiples desafíos al mismo tiempo", porque la "ventana de oportunidad para superarlos está abierta". También convocó a la tarea colectiva de mejorar a México: "tenemos 120 días para que 2013 sea recordado como un año de grandes transformaciones".
Hay que reconocerle su audacia y el haber consensuado con los diversos, en nueve meses, más renovaciones que las obtenidas en 12 años de panismo. Se justificaba entonces que presumiera la mejor coordinación en el área de la seguridad, las reformas en telecomunicaciones y la educación y el anuncio de que ya vienen marchando las tres hermanas: las modificaciones a las leyes sobre energía, fiscalidad y finanzas.




El informe tiene cinco apartados. El dedicado a la reforma educativa fue el más aplaudido y el que mejor ejemplifica los límites del reformismo. Cuando Peña Nieto se subió al podio ya había un acuerdo entre las élites políticas y al menos una parte de los maestros de la CNTE, que recibieron un trato exquisito del Presidente: después de un leve jalón de orejas ("las minorías deben respetar la democracia") los justificó por venir de estados donde hay "pobreza, marginación y atraso". Después sacó la zanahoria con el Presupuesto de Egresos 2014, donde habrá un "programa especial de apoyo a la enseñanza". Fluirá más dinero para la educación y no se divulgará el contenido de las evaluaciones individuales. Es probable que se vaya reduciendo el conflicto magisterial.
La evolución de la reforma educativa confirma que el poder está repartido y que los cambios llegan hasta donde alcanza la interacción de la voluntad presidencial con los intereses y proyectos de los partidos, los poderes fácticos, la sociedad organizada y los actores internacionales. Desde este panorama: ¿cuáles son las perspectivas de las reformas que se intentarán durante los próximos cuatro meses?, ¿tendrán la profundidad que el interés nacional demanda?
Hay ausencias que deslumbran. La más notable es que para el actual gobierno no existe la palabra "corrupción" que debilita o nulifica cualquier transformación. Mientras el Presidente leía el informe, la prestigiosa Red por la Rendición de Cuentas (RRC) realizaba en un hotel de Polanco un seminario internacional sobre el combate a la corrupción. En su boletín inicial subrayaron que todas las reformas estructurales propuestas hasta ahora carecen de "políticas efectivas en materia de rendición de cuentas y combate a la corrupción". Se atienden los síntomas, se ignoran las causas.
El informe no fue el lugar para escuchar temas rasposos y verdades incómodas. Fue una burbuja de autocelebración y nostalgia. En sus cinco primeros informes como gobernador del Estado de México, Peña Nieto fue al Congreso estatal, escuchó las opiniones y en dos ocasiones respondió preguntas de sus opositores. Su últimos informe lo envió por escrito y el gobernador se fue al Teatro Morelos a leer su mensaje con una coreografía bien cuidada y una producción entregada a Televisa.
En su primer informe como presidente se apegó a la segunda opción. Se evitó la visita al Congreso de la Unión y se atrincheró en una carpa de tonos cálidos donde imperó el respeto a las formas. Quien haya producido la transmisión del Primer Informe siguió el modelo establecido por Televisa en Toluca. Fue un acto grato a la vista porque las cámaras brincaban de la imagen del Presidente al público o a las cortinillas con frases resumen, o a imágenes relacionadas con lo que iba leyendo. El México que se fue desplegando tenía una buena dosis de irrealidad. Las jornaleras agrícolas pizcaban jitomates ataviadas como si fueran a las fiestas del santo patrón, no había chamacos obesos o chamagosos, ningún plástico sucio agredía al ambiente y la mirada. Y una y otra vez la imagen reiterativa del Presidente departiendo con los poderosos del mundo o firmando convenios.
Luego vino la exaltación de la capacidad de Peña Nieto para convocar a los diversos. Dedicó un buen rato a saludar de mano, intercambiar frases o dirigirse a los alejados tocándose el corazón con la mano. Fue un baño de élites que trascendió colores y oficios y contó con su cuota de naftalina política.
Era una concordia tan superficial como un presidencialismo refugiado en las formas. Un claro indicio vino en la sección dedicada a las reformas financiera, energética y fiscal. Casi triplicó en extensión a la reforma educativa pero sólo recibió un aplauso como anuncio de las batallas futuras. El poder está repartido entre la sociedad organizada, los poderes fácticos (nacionales e internacionales) y un ejecutivo que este lunes disfrutó de un plácido día de campo.
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Colaboró Paulina Arriaga Carrasco.


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