Antes de atacar a Siria, Estados Unidos nos derrota con guerra de nervios. Sin jugar de maravilla, aprovecha nuestros complejos en el futbol. ¿Sería un país pacífico si jugara más seguido con nosotros? Un imperio cuya economía depende de los gastos militares y cuya política exterior requiere de un enemigo externo no se calma con goles, pero ayudamos a subirle la autoestima.
Hubo tiempos felices en que la selección norteamericana era una víctima propiciatoria. La pérdida de la mitad del territorio podía ser vengada deportivamente por los botines de Chava Reyes. El futbol era entonces la reserva de la identidad donde comprobábamos que los güeros no dominan el chanfle. Aquellos futbolistas eran el reverso de los marines, muchachos dispuestos a perder en plan amable.
Esa etapa humanitaria se acabó. Ahora Estados Unidos nos gana hasta en futbol. Cada partido contra ellos es un caso de neurastenia pública. El egregio Rafa Márquez perdió los estribos cuando nos eliminaron en el Mundial de 2002 y le propinó un cabezazo a Cobi Jones. En 2007, Hugo Sánchez debutó como técnico de la selección ante el temido archirrival y llegó a incluir seis delanteros que fallaron un gol tras otro. Pocas veces fue tan claro que el complejo de inferioridad no se supera con estrategia. México perdió 2-0.
Después de una fase que despertó justificadas esperanzas, el Chepo de la Torre entró en el infierno de la clasificación y fue cesado antes del partido contra Estados Unidos. Luis Fernando Tena, admirable entrenador en los Juegos Olímpicos, asumió la misión de reconquistar Texas con carabinas 30-30. En forma previsible, una de las más flojas escuadras norteamericanas de los últimos veinte años nos venció 2-0 y se dio el lujo de fallar un penalti.
La selección parecía seguir un guión de Chespirito. Jesús Corona salió en falso para que Johnson rematara a placer mientras Salcido abrazaba a un rival en un gesto más allá del judo. Giovani dos Santos concluyó todas sus jugadas como inspector de pastos. Enemigo de la responsabilidad, prefería conseguir una falta que meter un gol. Para colmo, Tena dejó en la banca al mejor hombre del partido anterior, Oribe Peralta, y cuando lo incluyó, lo puso junto al Chicharito. Si el Barcelona juega con un falso 9, México duplica al 9. ¿Pueden dos cirujanos cortar con el mismo bisturí?
Y ya que usamos metáforas médicas: ¿dónde está el anestesista? ¿Hay modo de olvidar la recaída en Columbus?
En México la juventud heroica se asocia con el enfrentamiento a Estados Unidos. Como el destino tiene debilidad por los símbolos, hoy es día de los Niños Héroes. Los seis cadetes que murieron por la patria en la invasión de 1847 parecen preguntar desde las estampas que se venden en las papelerías: "¿no hay modo de chutar mejor?".
Aunque tenemos el futbol más rico y organizado de una región que recibe demasiados boletos para el Mundial, parece imposible que la calidad pase al terreno de la evidencia.
Más allá de las chambonadas puntuales de técnicos y jugadores, la crisis nerviosa se ha fraguado con esfuerzo. México es un país de liguilla. Cada medio año, las televisoras, que hoy critican a la selección, amasan fortunas con la falsificada emoción de los partidos a muerte. En esa ruleta rusa, el octavo de la temporada puede salir campeón. Si algo distingue a nuestro futbol es la inestabilidad. Cuando los Pumas de Hugo Sánchez ganaron dos mini-torneos seguidos parecían haber vencido la guerra de treinta años. Además, el verdadero negocio de nuestro futbol no es ganar sino vender jugadores. El dinero no depende de los títulos sino de la especulación con los fichajes, los patrocinios comerciales y los derechos televisivos.
La selección ha llegado a ser la cuarta que más dinero produce en el mundo. Sus pifias son respaldadas por millones de consumidores. En un proceso de mixtificación, Toyota y Citigroup han hecho publicidad en nombre del patriotismo futbolero mexicano y los seleccionados han aparecido en comerciales de cerveza y comida chatarra.
¿Para qué jugar bien si se gana tanto jugando mal? De César Luis Menotti a Hugo Sánchez, pasando por Manuel Lapuente, los técnicos del tri han pedido regresar a los torneos largos para aumentar la regularidad de los jugadores. Los seleccionados que se reúnen en marzo se han convertido en otros para la concentración de noviembre; algunos han cambiado de equipo y de ciudad, y los ganadores del primer mini-torneo del año se han transformado en el hazmerreír del siguiente.
De 1956 a 1965, el Guadalajara fue el "campeonísimo", la base estable para la selección que en el Mundial de 1962 venció 3-1 a Checoslovaquia, escuadra que sería subcampeona del torneo.
No es necesario ir tan lejos para encontrar motivos de orgullo. Claudio Suárez, Jared Borgetti, Jorge Campos o Benjamín Galindo son héroes de leyenda en comparación con lo que hoy tenemos.
Destrozada por un entorno donde el negocio supera al deporte, la selección pierde antes de pisar la cancha.
Un suicidio no se improvisa.
Leído en http://criteriohidalgo.com/notas.asp?id=191168
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