En México tenemos la costumbre de llegar a las decisiones de manera tardía y desbocada. Siempre llegamos tarde y mal, entre otras cosas porque tenemos una gran incapacidad para ponernos de acuerdo. Nuestro sistema político, producto de eternas reformas y fundamentales desconfianzas, hace que los pocos acuerdos que logramos sean, además, muy costosos.
La reforma energética que está planteando el gobierno de Peña, es en esencia la misma de Fox de hace diez años. Hay muchos cambios en los detalles, pero el objetivo sigue siendo el mismo: abrir Pemex para hacerla más eficiente y obtener los energéticos que hoy por falta de capacidad técnica y flexibilidad administrativa no somos capaces de extraer o generar. Hoy como hace diez años, el modelo a seguir es el que siguieron todas las grandes compañías petroleras paraestatales, con la diferencia de que ellas ya van de regreso y nosotros apenas vamos.
Algo muy similar nos sucedió en los años noventa con la liberalización del comercio. México se resistió durante años a incorporase al Tratado General sobre Aranceles y Comercio (el famoso GATT, por sus siglas en inglés), y cuando al fin nos decidimos, lo hicimos de manera abrupta y exagerada. Pasamos de ser uno de los países más cerrados, al más abierto, en menos de cinco años, con consecuencias terribles para varios sectores de la economía, y por lo mismo, sobre decenas de miles de familias que de ello comían.
A estas alturas del partido no hay duda que se requiere una reforma energética: tenemos nada mas una década de retraso. La pregunta y el debate está en qué reforma energética es la que se requiere, pues el modelo imitar, el brasileño, está sacando el cobre y mostrando sus grandes defectos, y no parece haber una reflexión crítica entre los impulsores de la reforma. La demagogia se ha apoderado del discurso de los que están a favor o en contra y se ha perdido el sentido práctico.
Los dos grandes problemas de Pemex son la corrupción y la ineficiencia. La discusión no es si debe haber contratos de riesgo o no, sino qué contratos de riesgo y para qué. Si los contratos son favorables para Pemex, y por tanto para los mexicanos, bienvenidos, pero si la administración va a tener manga ancha para decidir el contenido de los contratos, podemos augurar que detrás llegará la corrupción y el desastre. Si los contratos son para generar tecnología y conocimiento, bienvenidos, si son para tapar la ineficiencia operativa, estamos confundiendo gimnasia y magnesia.
Hay que ver las cosas que Brasil hizo bien, y peor también las que hizo mal. Estamos a tiempo de evitar la catástrofe financiera que ocurrió en Petrobras, y de hacer una reforma que tenga un sentido más pragmático que ideológico. Ya llegamos tarde, no o hagamos mal.
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