sábado, 9 de noviembre de 2013

René Delgado - Reacomodo del poder

En política, generosidad y mezquindad no necesariamente son antónimos como tampoco lo son grandeza y pequeñez. En los juegos de poder, las palabras y las acciones siempre llevan un velo que, como protege, oculta su significado o su sentido manifiesto. Es el resultado de ellas, el beneficio o el perjuicio nacional, el que califica de manera definitiva qué las dominó.
Hay políticos que mueren sin saber de su talla de estadista como también hay pretendidos estadistas que mueren sin saber que su talla era la de una miniatura política.




Algo de eso tienen las reformas estructurales que se vienen concretando, hasta ahora, a nivel legislativo. En el corto plazo, reacomodan los polos de poder y establecen una nueva correlación entre ellos; en el largo plazo, en su efecto final y firme, se estampa el sello de su grandeza o pequeñez.
Viene a cuento el asunto porque, aún bajo el efecto de la primera impresión de las reformas, hay quienes piden concederles el simple propósito tricolor de recuperar las riendas del poder y sostenerlas por los sexenios de los sexenios, a partir del sometimiento o acotamiento de aquellos factores y actores de poder que se lo disputan. Ese único propósito y ni uno más.
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A raíz del anterior Sobreaviso -"Cambio o resistencia"- un lector envió un lacónico, pero contundente mensaje: "Convendría que leyeras la página 102 de Los corruptores".
¿Qué escribe Jorge Zepeda en esa página de su novela (Planeta, 2013) que, con fuerte arraigo al momento mexicano, ha sido bienvenida en el mercado hispanoamericano? En esa página, el personaje central juega una partida de ajedrez y, en plática con su adversario, dice:
"Los factores de poder, los monopolios, los medios de comunicación y hasta el crimen organizado están regresando al redil dictado por el presidencialismo, no porque vayan a desaparecer o debilitarse, sino porque van a acomodarse con el nuevo amo. Pero terminaremos pagándolo con un retroceso de veinte años en materia de libertades públicas y espacios democráticos".
Evidentemente, la sugerencia de leer ese pasaje reclama advertir un hecho simple en las reformas emprendidas por el gobierno y su partido, con el respaldo de la oposición: la reconstrucción o rehabilitación del edificio del poder tricolor no bajo la intención de emparejar el piso social, económico y político del país para darle perspectiva a la nación, sino de crear las condiciones para restablecer y asegurar el imperio de su dominio. El poder por el poder sin mayor sentido en su ejercicio.
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Ciertamente, en el plano inmediato, las reformas emprendidas pegan en sectores gremiales y empresariales que, de un modo u otro, dieron la espalda al partido tricolor para poner su fuerza u organización detrás del partido albiazul.
Colocados en esa perspectiva, el caso más emblemático es el de Elba Esther Gordillo. Aun cuando el poder de la ex lideresa magisterial tuvo por cuna su cercanía con el gobierno tricolor de Carlos Salinas de Gortari, al darse la alternancia en la Presidencia de la República, la maestra se reacomodó. A costa de la educación y en beneficio de prebendas y privilegios personales y gremiales, apoyó política y electoralmente tanto a Vicente Fox como a Felipe Calderón. Luego, como si ese giro fuera una minucia, pretendió regresar al redil priista encareciendo con exageración el poder y la fuerza que representaba. La respuesta no se hizo esperar.
De un modo mucho más discreto pero no menos importante, poderosos empresarios de los ramos hoy afectados por el capítulo de la reforma fiscal destinado a reducir el consumo de calorías extendieron su apoyo a Josefina Vázquez Mota, cuando la entonces candidata presidencial albiazul competía con Enrique Peña Nieto y Andrés Manuel López Obrador y, si se quiere, con el calderonismo empeñado en sabotearla. Ese capítulo de la reforma fiscal podría entenderse como la respuesta a ese apoyo.
En esa lógica también podría explicarse el apoyo de las oposiciones panista y perredista a las reformas emprendidas por el gobierno tricolor a través del Pacto por México. Ese apoyo aseguraba a Gustavo Madero y a Jesús Zambrano en su respectiva dirigencia partidista. Uno recibía el fuego nutrido del calderonismo que nunca ha dejado de mostrarle los dientes; el otro advertía el peligro supuesto para su organización, en el anuncio de Andrés Manuel López Obrador de crear un nuevo partido de izquierda. El apoyo los aseguraba en su posición, al tiempo que les permitía impulsar algunas de sus banderas en el Pacto.
El acercamiento y el Pacto del nuevo gobierno con esas oposiciones fue y es un toma y daca que, por un lado, le permite hacer frente a los poderes no formales que disputan su control, así como al calderonismo y el lopezobradorismo y, por otro lado, sostiene en las direcciones partidistas a su interlocutor. La respuesta en ese caso fue el Pacto.
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Sí, desde la perspectiva del corto plazo y sin conocer su efecto definitivo, las reformas emprendidas por el gobierno se pueden entender simplemente como la vía para asegurarse en el poder, a partir del acotamiento o sometimiento de aquellos factores o actores que se lo disputan. En esa lógica, el efecto final de aquellas poco importa porque, en el fondo, éstas sólo pretenden un reacomodo del poder. Peor aún, en ellas se pueden ver tintes de venganza y de rencor, sentimientos no ajenos a los políticos.
Sí, pero tampoco puede ignorarse el espacio que esos factores de poder no formal conquistaron durante los sexenios panistas y la urgencia de emparejar el piso social, económico y político si se le quiere dar perspectiva al país. No puede ignorarse que la política perdió institucionalidad y que, sin el menor pudor, la extorsión y el chantaje cobraron peso como instrumento de negociación de privilegios. Extorsión y chantaje frente a los cuales muy poco ha podido hacer el gobierno en el campo del crimen organizado, marcando un peligroso polo de poder no acotado ni sometido.
Falta por saber, ciertamente, el efecto último de las reformas: si su sello será el de la generosidad o la mezquindad, la grandeza o la pequeñez. Lo evidente es la intención del gobierno de sacudir -mover, dice él- y reacomodar los polos del poder, reivindicando para sí algunos de ellos. Conjurar el peligro de que se reconstituya un imperio de poder sin límite ni sentido depende en buena medida del empoderamiento ciudadano.


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