sábado, 14 de diciembre de 2013

Beatriz Pagés - Reforma energética: nace una era, cae un mito

La reforma energética aprobada por las cámaras de Senadores y Diputados, que abre toda la cadena productiva del petróleo y la electricidad a la iniciativa privada —a través de la modificación a los artículos 25, 27 y 28 de la Constitución—, puede convertirse en la Revolución Mexicana del siglo XXI.
La iniciativa aprobada incorporó gran parte de las propuestas del PAN. Sin embargo, quien creó las condiciones y operó como cabeza política de un cambio, calificado como “paso gigante” por Los Angeles Times, es Enrique Peña Nieto.
Todo dependerá, sin duda, de la forma en que se aplique el nuevo diseño institucional del sector energético. De que sea respetado el contenido social y de desarrollo económico contenido, por ejemplo, en el Fondo Mexicano del Petróleo, un órgano creado específicamente para garantizar que la venta de cada barril esté destinada a mejorar la vida de cada mexicano.






Luiz Inázio Da Silva, Lula, publicó con motivo de su primera campaña a la Presidencia de su país un libro, en cuyo título parafraseó a Martin Luther King: Tengo un sueño. Y el sueño, de acuerdo con el prologuista de esa obra, se sintetizaba de la siguiente manera: “En Brasil los contrastes son hirientes. Un país enorme, lleno de campesinos sin tierra. Un país cargado de recursos naturales, en donde millones de personas pasan hambre. Un país moderno, en el que demasiada gente viven en condiciones miserables” El sueño de Lula consistía en darle un vuelco a la historia.
México se encuentra en condiciones similares a las descritas: se trata de un país petrolero, con inmensos recursos naturales, inaceptable y condenablemente pobre. Peor aún, cada vez más pobre y cada vez más miserable.
La privatización del sector puede provocarnos desconfianza, sin embargo, responde a una realidad: la expropiación del petróleo por Lázaro Cárdenas se dio en un mundo que hoy, aunque nos disguste, ya no existe.
La lucha futura, la del siglo XXI, tiene que darse en otro terreno: en la imperiosa necesidad de convertir la apertura y competitividad internacional del sector en justicia social. Y en algo tan relevante como lo primero: en la aplicación transparente, honrada, nacionalista, de la ganancia petrolera.
Esta reforma podrá cambiar a México siempre y cuando se impida, a toda costa, que sólo sirva para enriquecer o incrementar las fortunas de los de siempre o de unos cuantos elegidos.
Va a llevar tiempo medir el alcance que tendrá en la vida nacional la modificación constitucional más profunda que se haya hecho en 78 años, desde que Cárdenas ordenó la expropiación del petróleo. Acontecimiento que generó no sólo un modelo económico sino una cultura política que posteriormente se radicalizó y fue llevada al extremo de la intolerancia y el dogmatismo por el PRD.
A los cardenistas no sólo les preocupa la apertura del sector petrolero a la iniciativa privada, sino el fin de un paradigma que parecía intocable, de un referente ideológico que hoy se ve amenazado por una nueva forma de pensamiento y cuya expresión más evidente es la autodestrucción de una izquierda incapaz de subirse al carro de la modernidad.
El cambio que hoy experimenta el país es imparable e equiparable a la caída de muros y estatuas adoradas como dioses. Ésta es, sin duda, una derrota histórica para la izquierda dogmática que está a punto de llegar a su fin.


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