sábado, 14 de diciembre de 2013

Jaime Sánchez Susarrey - Moraleja

Quienes advertimos que el punto de quiebre del Pacto por México serían las reformas fiscal y energética no nos equivocamos.

Pero además, ese hecho obliga a reflexionar sobre la forma que han ocurrido las grandes transformaciones en México en los últimos 30 años.

Antes de entrar en materia conviene hacer un doble señalamiento: La “reforma” hacendaria constituyó, sin duda alguna, un retroceso. Pero lo más sorprendente fue que el Gobierno de Peña Nieto asumiera la propuesta del PRD. Los costos económicos y políticos de esa decisión se harán sentir más temprano que tarde.

La reforma energética, en cambio, constituye un gran paso adelante, que se debió haber dado en 2008. No fue posible entonces porque el PRI se opuso a modificar la Constitución y contemplar los contratos de riesgo.







Por eso hay que reconocer que la reforma energética es, por una parte, obra del PAN; pero, por la otra, efecto del triunfo de Enrique Peña Nieto.

Dicho de manera simple, sólo un presidente priísta podría jalar, desde la Presidencia de la República, a los priístas hacia posiciones reformistas y modernas. De otro modo, el conservadurismo nacionalista-revolucionario seguiría imperando en sus filas.

No hay en este hecho nada novedoso. Eso es lo que ocurrió entre 1982 y 2000. Los gobiernos de Miguel de la Madrid, Salinas de Gortari y Ernesto Zedillo -particularmente los dos últimos- transitaron esa ruta con un aliado estratégico, el PAN.

Las resistencias en el interior del PRI fueron enfrentadas, una y otra vez, desde el único lugar que podía desmantelarlas: la Presidencia de la República.

Pero la verdadera reacción, la más tenaz y radical, provino de los priístas disidentes reagrupados en el PRD, que pese a la retórica no es democrático ni revolucionario, sino conservador.

La paradoja está en que la dinámica reformista se entrampó con la alternancia. Los gobiernos de Fox y Calderón no encontraron interlocutores para impulsar su agenda. Lo que, en realidad, no tenía nada de extraño.

¿Dónde iban a encontrarlos? ¿En el PRD que se había opuesto sistemáticamente a todas y cada una de las reformas económicas que se impulsaron entre 1982 y 2000? Obviamente, no.

¿En el PRI que se balcanizó y carecía de un liderazgo único, ya no digo reformador? Obviamente, tampoco. El pluralismo y la diversidad jalaron a los priístas, como si se tratara de un hoyo negro, a los lugares comunes y prejuicios que habían sostenido durante 70 años.

De ahí, el aparente contrasentido: para que la agenda reformista de los panistas pudiera salir adelante era indispensable que se cumplieran dos condiciones: a) que el PAN perdiera la Presidencia de la República; b) que los priístas se alinearan bajo el liderazgo de un Presidente tricolor que asumiera un programa modernizador.

Corolario: Las reformas en México han tenido, en las últimas tres décadas, dos soportes fundamentales: el ala reformista priísta y el PAN. Históricamente no hay otra verdad.
El Pacto por México parecía desafiar esa verdad y la ley de la gravedad. Los acuerdos por consenso marcaban la nueva ruta. Pero ese mecanismo, que sí funcionó al principio, terminó por convertirse en espejismo.

Basta con recapitular lo ocurrido. La reforma laboral, como ahora la energética, fue acordada entre el PAN y el PRI. La reforma educativa fue torpedeada por la CNTE, con la abierta complicidad del PRD. La “reforma” hacendaria, que constituye un retroceso, fue acordada por el PRI y el PRD.

En suma, si se separa el grano de la paja en la serie de cambios que han ocurrido en lo que va del sexenio, se puede concluir que la alianza del PAN con el ala reformista del PRI sigue siendo el motor del cambio.

No sólo eso. Las experiencias alternas han resultado contraproducentes. Cuando el PAN se ha aliado con el PRD, para contener el avance de los priístas, se han engendrado pequeños monstruos en los estados, como el Gobierno de Gabino Cué en Oaxaca.

Y otro tanto puede decirse de las alianzas en materia electoral. La supresión del IFE para dar paso al INE fue inicialmente pactada entre el PRD y el PAN.

De hecho, el antecedente de este retroceso fue la alianza PRI-PRD en 2007 para imponerle al Gobierno de Felipe Calderón una serie de cambios en materia electoral, que golpearon, por primera vez, al IFE.

La moraleja de toda esta historia es, o debería ser, muy simple: los cambios exigen acuerdos entre panistas y priístas. La inclusión del PRD ha tenido efectos perturbadores y negativos. O como reza el refrán: “El que con niños se acuesta, mojado se levanta”.

Leído en http://www.am.com.mx/opinion/leon/moraleja-5695.html



No hay comentarios:

Publicar un comentario

Por favor, sean civilizados.