Jorge G. Castañeda
REFORMA
26/12/2013
A
lo largo de las próximas semanas y meses, proliferarán los análisis y
recuerdos de acontecimientos decisivos para el país, todos ellos
sucedidos durante el fatídico año de 1994. Entre otros, el número de
enero de la revista Nexos incluirá textos recordando el alzamiento
zapatista, la entrada en vigor del TLCAN, el asesinato de Colosio, la
campaña presidencial, la ejecución de Ruiz Massieu, los errores de
noviembre y diciembre, y el consiguiente colapso de la economía a fin de
año. Los sucesos de ese año fueron muchos, y marcaron el destino del
país por mucho tiempo -hasta la fecha. Nos dejaron muchas enseñanzas,
pero una lección de suma pertinencia hoy en día puede haber pasado
desapercibida. Quisiera dedicar mis dos últimos artículos de este
sexagésimo año de mi buena vida a esa lección y su relevancia actual. Se
trata de lo que no aconteció en 1994.
La
resplandeciente transición mexicana desaprovechó una excelsa
oportunidad para consumarse a tiempo, debido a la ceguera de Carlos
Salinas, a la indiferencia de los poderes fácticos, y a la insuficiente
ambición de Diego Fernández de Cevallos. Algunos lectores recordarán
cómo a partir del debate presidencial de finales de mayo, gracias a la
aplastante victoria de Diego y la inmisericorde derrota de Zedillo (y de
Cárdenas), se invirtieron las tendencias de las encuestas.
Ascendió el panista, y aunque su campaña se pasmó, de no haber sido por
la incorporación completa de Salinas y del gobierno federal a la
contienda (a través del gasto, de la propaganda, del activismo del
Presidente y del aparente destierro de Diego de las pantallas de
televisión), el PRI podría haber perdido.
La
injerencia del gobierno en la competencia electoral de 1994 comenzó en
realidad justo después de la muerte de Colosio. En lugar de soltar la
paridad monetaria ante el inevitable nerviosismo de los mercados y
asumir una devaluación, Salinas prefirió evitar a toda costa una
depreciación de la moneda y un enfriamiento de la economía. Ni su
gabinete (José Córdoba había sido exiliado a Washington) ni sus amigos,
ni los grandes poderes tan beneficiados por él, reclamaron su actuación
ni sugirieron alternativas. Así, el empecinamiento de Salinas en una
victoria priista no era privativa del mandatario y resultaba lógica, si
se trataba de que el PRI venciera, también a toda costa. La pregunta es
¿para qué?
El
ejercicio contra-factual resulta interesante. Si se cae la moneda, ya
sea después de la tragedia de Lomas Taurinas, ya sea después del debate,
se ajusta la economía y el PRI pierde casi seguramente la elección.
Pero no hubiera sucedido la hecatombe económica de diciembre de 1994, no
habría caído a la cárcel Raúl Salinas en febrero de 1995, Diego
Fernández hubiera cuidado las espaldas de su amigo Carlos Salinas con
todo el cariño del mundo, y la transición mexicana se habría consumado
seis años antes, en condiciones más propicias para el país.
El
más perjudicado por los esfuerzos desmedidos de lograr la elección de
Ernesto Zedillo fue Carlos Salinas, y el principal beneficiario de una
derrota de Zedillo hubiera sido... Carlos Salinas. Y México, porque en
ocasiones las cosas que no suceden en el momento oportuno, si bien
acontecen después, ya no revisten el mismo éxito, el mismo impacto, la
misma trascendencia histórica.
De
allí la enseñanza: tal vez la alternancia mexicana, siendo mil veces
preferible a su contrario, a saber, la perpetuación del ancien régime
autoritario, se pasó de tueste. Cuando sobrevino, con por lo menos seis
años de retraso -en la óptica descrita- o doce -en la visión de los
vencidos de 1988- ya no pudo surtir todos los efectos deseados, ni logró
detonar los círculos virtuosos anhelados. Me pregunto si la reforma
energética de Peña Nieto, de enorme trascendencia para el país y
pletórica de promesas implícitas y algunas expresadas con excesiva
estridencia, no correrá la misma suerte. Not too little, but just too
late.
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