Todos pensamos, y decimos, que queremos que México sea un país mejor para vivir, y con eso nos referimos a que nuestro país debería ser más competitivo, más democrático, y más justo. Sin embargo, lograr eso requiere acciones que, en el fondo, no queremos hacer. Y es por eso que México no es competitivo, democrático y justo. Al menos no en la medida que podría ser, y que decimos que queremos que sea.
Hay que recordar que eso de la democracia y el crecimiento económico son cosas modernas. Tienen poco de existir. Apenas en el siglo XVII puede uno encontrar los primeros esbozos de crecimiento económico, y es hasta el siglo XIX, hace apenas 200 años, que ese crecimiento es por fin constante y poco a poco accesible a todos. Con la democracia ocurre lo mismo, es en el siglo XVII que empieza a funcionar, de forma limitada, en Inglaterra. Todavía en el siglo XIX esa forma de gobierno está restringida a los hombres, blancos, mayores de 25 años, que sabían leer. Apenas puede uno decir que tenemos cinco o seis décadas de que la democracia empezó a ser popular en el planeta.
Cuando estas dos grandes ideas, el crecimiento y la democracia, empezaban a existir, nosotros nos retiramos de la discusión. América Latina se separa de España justo en esos momentos, y lo hicimos para no participar en esos experimentos. Quienes tenían poder en América no querían perderlo, y optaron por la colonización interna que acostumbramos llamar Independencia. Así, sin participar en la modernidad, hemos seguido 200 años más. En todo ese tiempo, nuestro crecimiento, cuando lo ha habido, ha sido resultado de venderle al mundo que sí crece, y disputarnos internamente los despojos. Nuestro crecimiento ha sido agotador: hemos crecido agotando nuestros recursos, vendiéndolos, y no produciendo riqueza.
El origen del crecimiento y la democracia en los últimos 200 años es la creación de una sociedad de iguales. Es sólo cuando todos nos consideramos iguales, frente a la ley y frente al mercado, que estas dos grandes ideas son posibles. Como decía, la sociedad de iguales no empezó con todos, se fue ampliando paulatinamente. Pero durante la segunda mitad del siglo XX, en los países que llamamos “de primer mundo”, la sociedad alcanzó prácticamente a todos. Todos son iguales, y son tratados iguales. Los mejores para producir y vender ganan más; los mejores para organizar y convocar, gobiernan. Todos se sujetan a las mismas reglas, la ley se aplica. Con todo, no es igual de fácil aplicarle la ley ni a los más ricos ni a los más poderosos, pero llega a ocurrir, a diferencia de nuestra experiencia.
Si en verdad queremos un México competitivo, democrático y justo, el paso fundamental que tenemos que dar es reconocernos como iguales. Todos los mexicanos, sin importar diferencias externas, debemos tener oportunidades similares, reglas similares, castigos o premios similares. Y aquí es en donde todo se complica. No queremos que sea así.
Nosotros queremos que se perpetúe el sistema de privilegios que venimos arrastrando frente a la modernidad del resto del mundo. Se entiende, ser de “clase media” en México (es decir, de eso que todo mundo interpreta como clase media, más allá de mediciones) es ser privilegiado: se les trata de “güeritos”, se les llama “don”, se pueden estacionar o dar vuelta en donde gusten, pueden menospreciar a los policías, ambulantes, domésticos y pueblo en general. Eso, en ese famoso “primer mundo”, no ocurre. Por eso, aunque el ingreso en México sea menor, nuestra vida “clasemediera” supera a la de cualquier país del primer mundo.
No queremos ser iguales . No lo quieren tampoco los empleados del sector público, porque si fuesen tratados como en el sector privado, sus ingresos serían de la mitad y su trabajo sería mayor. Oficinistas, ingenieros, licenciados, profesores universitarios, ganan mucho más cuando trabajan para el gobierno. Obligarlos a ser tratados como los demás, es algo inaceptable. Lo hemos visto muchas veces.
El gran cambio para México es construir esa sociedad de iguales. Tener un tramado de leyes aplicables a todos. Varias reformas de este año serán importantes en ese proceso. Por eso estoy convencido de que vamos por la ruta correcta, pero que será un camino que enfrentará grandes rechazos. Como ocurrió hace dos siglos en Europa, la construcción de esta sociedad implica la pérdida de privilegios para muchos. La sustitución de lo que nosotros llamamos “clase media” por una verdadera clase de medio ingreso es exactamente eso. Y no va a ser fácil. Feliz transformación. Feliz 2014.
Macario Schettino
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