lunes, 2 de diciembre de 2013

Jorge Volpi - Nuestros Cervantes

La Atenas de Pericles. La Roma republicana. El Renacimiento italiano. El Siglo de Oro español. La Inglaterra isabelina. El Siglo de las Luces francés. El Romanticismo alemán. La Viena fin-de-siècle. Bloomsbury. La Generación del 27. ¿Cuál es la razón de que, en un tiempo y en un espacio bien definidos, haya una acumulación de talento que parecería rebasar cualquier distribución lógica? ¿Cómo es posible que, en una época y un lugar determinado, convivan tantos seres excepcionales al lado de unos cuantos genios?
            Sin abundar en los motivos de este fenómeno, sin duda ciertos lugares se han visto beneficiados, en momentos clave, por la actividad de individuos sorprendentes, capaces de descollar en algún área del conocimiento. De la literatura en el Siglo de Oro a la física en la Alemania de fines del xix y principios del xx, podría pensarse que la inteligencia llama a la inteligencia y que la simultaneidad de Lope, Calderón y Cervantes, o de Einstein, Heisenberg y Schrödinger, brota de una suerte de caldo de cultivo -unZeitgeist o "espíritu de la época"- que, jalonado por unas cuantas mentes brillantes, se expande y contamina a muchas otras.





            La concesión del Premio Cervantes a Elena Poniatowska parecería confirmar que, por lo menos en términos literarios, México -en el ámbito conjunto de América Latina- ha vivido unas décadas extraordinarias desde fines de la segunda guerra mundial (o desde la emblemática publicación dePedro Páramo en 1955). Su galardón se suma a los de José Emilio Pacheco (2009), Sergio Pitol (2005) y Carlos Fuentes (1987), todos ellos parte de la Generación de Medio Siglo que, bajo el impulso de otro de nuestros Cervantes, Octavio Paz (1981), transformaron radicalmente nuestro panorama intelectual. Si bien los premios pueden resultar engañosos, pues responden a consideraciones que van más allá de lo puramente literario, en el caso de nuestros Cervantes deberían servirnos como guías de un momento excepcional de nuestras letras, animado tanto por quienes lo han recibido como por quienes, por un motivo u otro, no se hallan en la lista.
Por la resonancia de su obra en todo el mundo, Fuentes ha sido visto como cabeza de su generación, al tiempo que Pacheco, Pitol y Poniatowska forman una especie de equipo juvenil dentro de ella -en la que se hecha en falta la ácida sensatez de Monsiváis-, pero entre unos y otros hay una buena cantidad de figuras que, con idéntica fuerza, despuntaron a partir de la publicación de la revista universitaria Medio Siglo (dirigida por el propio Fuentes), de la eclosión artística desarrollada en la Casa del Lago, la efervescencia de la revista de la Universidad de México, la Revista Mexicana de Literatura y el suplemento "La Cultura en México" de Siempre! y, poco después, a partir de su brutal confrontación con el poder priista durante el movimiento estudiantil.
De este modo, el Premio Cervantes a Elena Poniatowska -la voz que mejor catalizó las voces del 68-, debería impulsarnos a releerla a ella y a releer a sus compañeros de batallas: a Jorge Ibargüengoitia, que a últimas fechas ha gozado de un merecido revival en todo el ámbito hispánico por su mordaz descripción de la vida en México, a Salvador Elizondo y Juan García Ponce, autores de dos de las mejores novelas escritas en nuestro país, la concisa y perversa Farabeuf y la monumental e igualmente perversa Crónica de la intervención, a Inés Arredondo, creadora de algunos de los mejores cuentos mexicanos, a Juan Vicente Melo, cuya Obediencia nocturna le merecería ser rescatado de un injusto olvido, y, por supuesto, a Fernando del Paso, que conJosé Trigo, Palinuro de México Noticias del Imperio creó el mayor fresco narrativo de nuestra época, paralelo a la "Edad del Tiempo" de Fuentes.
Educados bajo el autoritarismo postrevolucionario y miembros de la incipiente burguesía que se consolidaba entonces, todos ellos vivieron las contradicciones de un sistema que se presentaba como una democracia sin serlo, y se aprestaron a demolerlo intelectualmente -fuese con el ácido humor de Ibargüengoitia, los esperpentos de La región más transparente, la irreverencia erótica de García Ponce o la crítica social de Poniatowska y Monsiváis-, decididos a que el lenguaje literario fuese el arma natural para combatir los dobleces e hipocresías de la lengua oficial. Aprovechemos, pues, el inicio de la Feria del Libro de Guadalajara para reivindicar el espíritu crítico de todos ellos, nuestros Cervantes.
           
Twitter: @jvolpi

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