Educación, telecomunicaciones, energía, tres zonas vedadas al acuerdo durante décadas, estrenan código constitucional. En estos ámbitos, el País inaugura una compleja y detallada regulación. Sería absurdo negar la magnitud de estos cambios que han modificado, en lo fundamental, el arreglo normativo que rige la actividad de los docentes, que estructura la competencia en telecomunicaciones y que redefine las claves para la producción de energía.
El elogio que el Gobierno se hace a sí mismo alaba la intención de los cambios y el trazo grueso de las reformas. Hemos logrado cambiar las reglas con el objetivo de mejorar la calidad de la educación, para alentar la competencia, queriendo atraer la inversión. Se festeja, sobre todo, que se haya podido superar la congestión de los partidos y que se hayan ensamblado las coaliciones suficientes para modificar las normas constitucionales. Se nos dice que estos cambios son producto de un maduro consenso público que la tacañería política había bloqueado durante décadas. Gracias a estas reformas tendremos maestros mejor preparados, romperemos la concentración en los medios, recibiremos abundantísimos recursos del exterior. Festejo de los deseos proclamados.
El festejo triunfalista recoge los viejos listones del 94 y canta las mismas canciones. La música es vieja y la comida se sirve fría. Las pancartas son usadas: dicen que ahora sí hay proyecto y que ahora sí hay estrategia. El Primer Mundo, otra vez, a la vuelta de la esquina. Los invitados de fuera se unen al coro de las celebraciones: el País vuelve a estar de moda. Deshechos los nudos de la obstinación conservadora, el reformismo se celebra. La violencia vuelve a ser el colado inoportuno del festejo; el impertinente que grita mientras todos bailan. La violencia en Michoacán, dijo el presidente Peña Nieto en Davos empaña nuestros logros. Una mosca en el pastel. Esa es la única manera de entender la devastación del orden público en un estado de la República cuando el ánimo gubernamental es autocelebratorio.
Algo podríamos aprender de aquella fiesta que tan mal terminó. Advertir, por ejemplo, que fiesta que se adelanta es fiesta que sale mal. Que celebrar es distraerse, abandonarse. Aprender que las reformas a las leyes incuban, si acaso, el cambio. Pero que el cambio es resultado de un empeño más complejo y más discreto: el aterrizaje del propósito en transformaciones palpables. La cuestión hoy es dilucidar si el trazo concreto de las reformas (no su propósito sino su redacción legal) sirve realmente para preparar su aterrizaje. Tras el furor del reformismo constitucional, vendrá un intenso proceso de creación legislativa. ¿Sirven o estorban las reformas constitucionales para concretar en normas secundarias los propósitos transformadores? La primera evaluación de las reformas constitucionales la tendrán que hacer los propios legisladores, al enfrentar a sus flamantes criaturas.
Lo que se celebra es el cambio constitucional más profundo y más indeliberado de la historia reciente de México. Nadie puede cuestionar la hondura de las reformas. Nadie puede tampoco negar su carácter atropellado, sus deficiencias técnicas, su ostentosa inconsistencia. ¿Pertenecen a la misma Constitución la reformas en telecomunicaciones y la reforma energética? ¿Hay una idea compatible de regulación en una y otra? ¿Cómo se puede fundar una legislación secundaria en una norma constitucional imprecisa hasta con el lenguaje? El caso es que no hemos podido hacer el balance de lo que se hizo con tanta prisa y con tanta licencia. En nombre de Las Reformas Estructurales Que No Podemos Seguir Aplazando, se reformó con descuido. ¿Cuántas contradicciones quedaron como pilares de un edificio en obra negra? Ahora hay que recoger el tiradero constitucional, darle sentido, inventarle coherencia a eso que se festeja como el gran orgullo del Gobierno. El monumento de la eficacia peñista se puede transformar en un serio contratiempo. Celebradas como emblema de la intención reformista, las reformas constitucionales pueden ser en efecto, más que peldaños, estorbos, trabas, inconvenientes. Los apresuramientos tienen su costo.
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Leído en http://www.am.com.mx/opinion/leon/fiestas-prematuras-6630.html
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