Hay declaraciones que retratan de cuerpo entero a una persona. El día de ayer Gustavo Madero, presidente nacional del PAN desde hace tres años, realizó un pronunciamiento que haría revolcarse en la tumba por igual a su ilustre antepasado o a los fundadores del partido en el que milita. En pocas palabras, dijo que el culpable de los “moches”, de los escándalos que han manchado la reputación del panismo, es “el sistema” pues es éste, en su eterna imperfección, el que posibilita que los humanos aprovechen, cuando la ocasión se presenta, para hacer mal uso de la función pública.
Todo eso ocurrió en una entrevista este lunes en Atando Cabos, donde Denise Maerker cuestionó al líder nacional panista si le escandalizaba el tema de los moches, ampliamente documentado la semana pasada por el diario Reforma.
“No, lo que me escandaliza es el sistema, o sea lo que tenemos que ir componiendo (…) el diseño es el que no te permite hacer las cosas bien, incluso permite que se den este tipo de comportamientos, si tu tienes la capacidad de dar recursos se pueden dar esas prácticas”.
Para el presidente de Acción Nacional, si usted tiene en sus manos recursos públicos y hace mal uso de ellos, por ejemplo si es diputado federal y está confeccionando el presupuesto y pide a los ayuntamientos una comisión de 35% y condiciona los recursos a que se contrate a una constructora específica, entonces usted es una víctima de una falla del sistema, que posibilita lo anterior, antes que una persona sin los mínimos principios de honestidad.
La periodista replicó a Madero que no se puede estar esperanzado en que serán siempre las leyes las que impidan esos comportamientos. Así fue el diálogo:
Gustavo Madero: “Sí creo que el sistema propicia o dificulta que se den este tipo… alguien decía que la ocasión hace al ladrón…”
Denise Maerker: “Eso es horrible”.
Gustavo Madero: “Bueno eso es naturaleza humana, es condición humana aquí o en China, es horrible…”
Madero concluyó de manera un tanto tramposa su intervención al respecto: “En el PAN no hay ángeles, estamos formados por seres humanos”.
Claro que no son ángeles, pues de esos no hay ni en política ni en actividad humana alguna. Pero de ahí a suponer que por no ser angelical, un humano es dado a los moches es ir en contra, ni más ni menos y para empezar, que de la filosofía con la que nació el PAN.
En El Partido Acción Nacional: La larga marcha (FCE, 1999), Soledad Loaeza explica en qué basaba el fundador de ese organismo las posibilidades de éxito de la naciente institución. Este es un fragmento del capítulo Un partido de minorías excelentes:
“A pesar del entusiasmo inicial, no hay ningún indicio de que Gómez Morín abrigara falsas expectativas en relación con el futuro inmediato de la organización. Sabía que, al menos en el corto plazo, estaba destinada a ser minoritaria, pero también confiaba en que ‘cualidades de excelencia’ de sus integrantes garantizaría su capacidad de influencia. A partir de esta creencia imaginaba que el partido fungiría en primer lugar como un organismo de vigilancia y fiscalización de la acción del Estado y de sus agentes, y definía el papel de la oposición leal en el sistema político mexicano: ‘Acción Nacional busca formar organismos que constituyan el equilibrio necesario en las funciones públicas y regular la vida del Estado en beneficio de las mayorías, organismos estables que aparte del campo electoral actúan constantemente pugnando por el cumplimiento de esos programas (…)’”.
Qué cuentas daría hoy Madero a su paisano Morin. Quizá al hilo de lo declarado a Maerker, le diría: “ahora que tenemos una amplia bancada en vez de garantizar aún de mejor manera esa fiscalización que proponías nos hemos convertido en parte del problema, más que en parte de la solución, pero Manuel, comprende, no somos nosotros, es el sistema”.
Madero vive un gran extravío. Con su conformismo, con su resistencia a ver lo obvio –que está rodeado de aliados impresentables que han convertido al PAN (no él exclusivamente, pero sí él denodadamente) en un partido tan identificado con la corrupción como antes lo fue el PRI– el actual líder nacional traiciona la ilustre batalla por la democracia que dieron cientos de militantes panistas.
Aunque suene a retórica trasnochada, habría que recordarle a Madero parte de la lucha de la que hoy él se privilegia. Recordarle por ejemplo cómo era el “sistema” que enfrentaron los panistas que construyeron el prestigio hoy perdido. Acudamos a Luis Calderón Vega, cronista del PAN. En la campaña del jalisciense Efraín González Luna, Calderón Vega consignó que “no faltaron ni la persecución de propagandistas, ni las cárceles para algunos, ni la intervención amenazadora de pistoleros, ni la acción opresora, mendaz de caciquildos”. Ese era el “sistema” de entonces. Ante él, los panistas antes que palabras de conformismo como las de Madero, tenían discursos como este, pronunciado en esa campaña durante su paso por Nuevo León:
“Ser hombre honrado, ser decente no es una característica; es una cualidad. No es como ser negro o blanco, feo o bonito. En cambio, la honradez, que es virtud, requiere vigilancia constante para mantenerse en común con ella. Se deja de ser honrado cuando se quiere. Se es o no se es. Y, quien acepta la complicidad del PRI para consumar una monstruosa imposición, una burla dramática a la ciudadanía, no puede llamarse honrado, no puede llamarse decente” (Memorias del PAN. Tomo III. Epessa).
Gustavo Madero se ha confesado. Para él y los suyos qué “cualidades de excelencia” ni qué nada. Son hombres del sistema. De lo peor del sistema. Porque mientras que sus antecesores, y su ilustre antepasado, buscaron –incluso a costa de su vida– refundar los respectivos sistemas con los que les tocó lidiar, él en cambio se resigna: a este panista le ganó el sistema. Y no le da pena confesarlo. Ni seguir cobrando a pesar de ello. Hay declaraciones que son un retrato de cuerpo entero. Las de ayer de Madero son insuperables.
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