martes, 11 de febrero de 2014

Federico Reyes Heroles - Lastre

La mujer se presenta en el mostrador y empieza a manotear y reclamar su asiento invocando su calidad de legisladora. Otra sube a las redes su fotografía “iguaneando” en La Rumorosa. Otra legisladora juega con su tablet en plena sesión. ¿De verdad querían ser legisladores..?

La legisladora argumenta que nadie la va a limitar en el uso de minifaldas. Está en todo su derecho, pero la imagen que produce en tribuna también es su responsabilidad. El senador decide hacerle una “fiestecita” a su mujer, está en todo su derecho, salvo que el ágape se lleva a cabo en una terraza del Senado. Allí comen, brindan. Suponemos que el senador pagó los gastos. ¿Cuál es el daño?, se podría preguntar alguien. De nuevo la imagen. La senadora invita a su novio a una sesión y las incontrolables cámaras la captan en un beso amoroso, muy su asunto salvo que, de nuevo, el recinto legislativo es el escenario. Los señalamientos podrían sonar a moralina pura, pero el asunto es más complejo.








Supongamos estar en la cama de un hospital, un individuo entra vestido con botas, pantalón vaquero, camisa a cuadros y sombrero texano, toma el expediente y pasa a auscultarnos. Lo más probable es que le preguntemos, oiga y usted quién es. La expectativa de la bata blanca y el nombre del médico en ella no es exagerada, algo muy serio está entre sus manos. Abordamos el avión y al voltear a la cabina vemos a dos individuos vestidos de paisanos, uno de ellos con los cabellos sobre el rostro moviendo botones en el tablero. Preguntaremos, ¿y los pilotos? Entre más delicada sea la función que se ejerce mayor la exigencia de cuidar las formas. No hay sorpresas, si alguien toma por profesión ser doctor debe imaginarse que portará bata blanca. En el sector financiero los códigos son muy estrictos. Los conductores de televisión se atienen a los códigos. Como en casi todos los oficios, el de la política también exige un código de comportamiento, por estricto respeto al oficio.

La mujer se presenta en el mostrador y empieza a manotear y reclamar su asiento invocando su calidad de legisladora. Otra sube a las redes su fotografía “iguaneando” en La Rumorosa. Nadie la sorprendió, lo hizo por voluntad propia. Otra legisladora juega con su tablet en plena sesión. ¿De verdad querían ser legisladores, asumir la enorme responsabilidad de modificar y proponer leyes que tocan la vida de decenas de millones de seres humanos? Pareciera que están allí por mera casualidad, por error, y que no ambicionan un mínimo de trascendencia. Por eso no les importa la institución, ni siquiera la percepción de su partido. El asunto es específico del Legislativo. Sobre el Ejecutivo y su esposa a diario cae un severísimo escrutinio. Representan a los mexicanos, de ahí la exigencia. En la SCJN la solemnidad es parte esencial de la impartición de justicia. En todo proceso hay solemnidad. Por qué se asombran los legisladores de su mala imagen si la construyen todos los días de manera incansable.

Si no quieren tener restricciones a sus expresiones cotidianas de vestido, de lenguaje, de comportamiento, que no escojan la carrera legislativa. Pero si buscan la posición entonces deben ser congruentes con el cuidado de la dignidad institucional. No van al recinto ni a coquetear ni a festejar a un pariente ni cortejarse. Además, cargarán con esa condición en cualquier lugar público en el que se encuentren, porque la investidura los acompaña hasta la puerta de su hogar. La carga y sacrificio de ser un servidor público es enorme y supone un comportamiento en algún sentido ejemplar. Ejemplar en tanto que una farra de malos resultados será imputada al diputado o senador, a sus partidos que todos sostenemos, no a los individuos.

El quehacer político, como muchos otros, trae una serie de expectativas en el comportamiento. La persona deja de representarse sólo a sí misma y pasa a representar a su partido y —aún más importante— a los ciudadanos que sufragaron. Qué decir del Poder Legislativo, un pilar de la República. No se trata de regresar a los peluquines del siglo XVIII, tampoco de imponer togas o algo similar para poder acceder a la tribuna. Pero la vestimenta es sólo la expresión más inmediata. Estamos ante una triste degradación de las formas, de las conductas esperables y deseables por parte de los legisladores, degradación que pareciera no tener límite. Las historias son sistemáticas y demasiadas, recordemos el caso del diputado Godoy. Por algo pasan los años y no se mueven de los últimos peldaños de la confianza institucional, muy por debajo del Ejército, de la CNDH, de los medios de comunicación, de la SCJN, del IFE, de la Presidencia e incluso de los sindicatos. Se codean con la policía.

Todo comportamiento humano transmite un mensaje. La imagen del Legislativo está hecha pedazos y por los comportamientos de las actuales legislaturas, nada bueno se mira en el horizonte. El problema es que la República está integrada por tres Poderes y al degradar la imagen de uno de ellos, dañan todo el andamiaje institucional. Ser y parecer. ¿Cómo creer en la seriedad de su trabajo si todos los días se boicotean a sí mismos? “Darse a respetar” es la expresión popular, interesante reflexivo. Por más reformas democratizadoras que se aprueben, si los legisladores son un símbolo del circo, los mexicanos seguiremos cargando con un lastre.

                *Escritor

Leído en http://www.excelsior.com.mx/opinion/federico-reyes-heroles/2014/02/11/943148

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