PRIMER TIEMPO: Toooficos… ¡mmmmm qué ricos! En los 60s, Ifigenia Martínez, una reconocida economista hoy militante del PRD, era la directora de la Facultad de Economía de la UNAM, y había iniciado un programa piloto para los estudiantes que, probada su capacidad académica, pudieran avanzar de grado sin necesidad de terminar el semestre completo y acelerar sus estudios de posgrado. Este sistema había reunido a un trío de amigos, Manuel Camacho Solís, Emilio Lozoya Thalmann yCarlos Salinas de Gortari. Como en ese grupo había varios jóvenes de familias pudientes, los llamaban “los toficos”, porque en ese entonces había un anuncio en la televisión sobre unos chiclosos de la marca de Toficos, donde al aparecer la cajita de dulces, gritaban varios jóvenes: “¡Mmmm! ¡qué ricos!”. Los tres tenían ambiciones políticas y traían sangre de servicio público. Lozoya Thalmann era hijo de Jesús Lozoya, militar y empresario que fue gobernador interino de Chihuahua. Salinas de Gortari era hijo deRaúl Salinas, secretario de Industria y Comercio y de Margarita de Gortari, presidenta y fundadora de la Asociación de Mujeres Economistas de México.
Camacho Solís era hijo de Manuel Camacho, un militar de carrera, sin antecedentes en la política. La troika de amigos se había planteado la llegada al poder. Quién llegaría primero, ya verían, pero irían sumando a más amigos de la Facultad, como José Francisco Ruiz Massieu, que se casaría con la hermana de Salinas de Gortari, Hugo Andrés Araujo, quien junto con Raúl, el hermano mayor de Salinas organizó en la Comarca Lagunera un experimento agrícola comunista, y Alberto Anaya, fundador del Partido del Trabajo. Formaban parte del llamado “grupo compacto”, como Camacho, en el arranque de la carrera presidencial de Salinas, definió en una entrevista en La Jornada con el historiador Héctor Aguilar Camín, que se añadió años después al equipo. El embrión de la búsqueda por el poder incubado en Ciudad Universitaria, tardó poco menos de una década en alcanzar su objetivo y, al lograrlo, empezó su desintegración.
SEGUNDO TIEMPO: Todos eran iguales, pero unos más que otros. Al terminar la licenciatura, comenzaron Manuel Camacho, Emilio Lozoya y Carlos Salinas, su recorrido por el servicio público y los posgrados. Lozoya obtuvo dos maestrías de universidades Ivy League, Columbia y Harvard, mientras Salinas se doctoró en Harvard. Camacho se convirtió en maestro por El Colegio de México. Salinas, con ventaja por el arropamiento político de su familia, fue quien más alto y rápido avanzó en el sector público, y aunque nunca desplazó a Lozoya, era Camacho el alter ego político y hombre fuerte de Salinas en todo el recorrido a la Presidencia. Camacho era el operador de Salinas, por encima de José Córdoba, a quien le presentó Francisco Labastida Ochoa, cuando era el subsecretario Hacienda, y que hacía las veces de alter ego intelectual, o de Pedro Aspe, a quien admiraba como economista. También estaba muy por encima de Luis Donaldo Colosio, a quien desde que era subsecretario de Programación y Presupuesto, comenzó a tallar como su creación política. Camacho fue secretario general del PRI durante la campaña presidencial de Salinas, y en la noche de la elección, cuando todo parecía desmoronarse en la ciudad de México, fue quien habló con Cuauhtémoc Cárdenas, candidato de la izquierda, para pactar con él posiciones políticas a cambio de no incendiar las calles mexicanas. Camacho le ofreció las senadurías del Distrito Federal, Morelos, Michoacán y Guerrero, pero sólo cumplió con la mitad. Ayudó a desactivar la protesta, y luego sería, a través de su silencio, cómplice de la furia del salinismo en contra de la izquierda y de sus intentonas para remplazar al PRI con un nuevo partido, Solidaridad, cuyo paso nunca se atrevió a dar Salinas en 1993. Camacho estaba casi convencido que Salinas lo haría su sucesor, y veía con desdén a Colosio, su rival en los medios. Había olvidado que los reyes heredan a sus hijos, no a sus hermanos, y en aquellos años, la Presidencia mexicana era un poder monárquico.
TERCER TIEMPO: El arrebato que nunca terminó. Durante la mayor parte del sexenio de Carlos Salinas, Manuel Camacho era jefe del Departamento del Distrito Federal, pero hacía las veces de secretario político sin portafolio. Se ufanaba de su acceso al Presidente y su capacidad de influir en la toma de decisiones. Era un político que diariamente invertía horas para hablar con columnistas políticos, que tomaban taquigrafía de sus dichos y los reproducían. Camacho nunca se dio cuenta, o quiso darse cuenta que en septiembre de 1993, Salinas ya había escogido a su sucesor —aunque no necesariamente le había dicho aún—, Luis Donaldo Colosio, a quien había construido como presidente del PRI, senador y titular de una secretaría que convirtió en la caja de los beneficios federales, Desarrollo Social, y le dio un programa generoso y altamente clientelar, Pronasol. Camacho pidió la candidatura en noviembre, días antes del destape, pero siempre había sido tarde. Cuando Colosio fue ungido, encolerizó y nunca lo felicitó. En su arrebato renunció, pero Salinas lo persuadió de permanecer como canciller y después lo hizo comisionado para la Paz en Chiapas, en donde se fue evaporando sin dejar de causar estragos políticos y desestabilización. Camacho logró su objetivo de que Colosio no llegara a la Presidencia, pero no de la manera como habría querido. Miguel Montes, el primer fiscal para investigar el asesinato de Colosio, dijo una vez que si bien Camacho no lo hizo, creó las condiciones para que se cometiera el crimen. “Los climas matan”, decía Montes. Nunca se quitó ese estigma Camacho, como Salinas no pudo sacudir del imaginario colectivo que él, después de su creación, había sido la segunda víctima política del asesinato. Los dos siguen arrastrando sus penas, desencuentros y rencores, viudas los dos de Colosio, por un legado que no se han podido sacudir.
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