La política recurre en ocasiones a un lenguaje encriptado para que solamente unos cuantos puedan descifrarlo.
Es el caso de la entrevista que concedió el expresidente de México Carlos Salinas de Gortari al periódico El Universal, donde la mayor parte del contenido es un distractor, salvo aquel comentario donde se refiere a quienes intentaron “derribar su gobierno”.
El objetivo parece ser denunciar las actividades clandestinas que hoy realiza el senador Manuel Camacho Solís en contra de las reformas encabezadas por el presidente Enrique Peña Nieto.
No lo dice así, pero es evidente la intención que tiene Salinas de Gortari de lanzar una advertencia pública sobre la posibilidad de que el que fuera jefe del Departamento del Distrito Federal —ahora desde la izquierda— intente construir un escenario de confusión y desestabilización similar al de 1994.
“Querían descarrilar las reformas y no pudieron, entonces decidieron descarrilar el gobierno, y eso es lo que intentaron en 1994”, respondió el político al periodista Rogelio Cárdenas Estandía, cuando éste le pidió explicar las causas de los magnicidios y la irrupción armada del Ejército Zapatista de Liberación Nacional que se produjeron en su sexenio.
Los señalamientos de Salinas de Gortari en contra de su examigo y excolaborador, aunque indirectos, son graves. Son tal vez los más graves que se pueden hacer a un funcionario, por el impacto que generó en la vida del país y de los mexicanos una irrupción guerrillera que desembocó —se quiera o no ver así— en el asesinato de un candidato a la Presidencia de la República.
Sin embargo, Camacho Solís en su respuesta evadió el tema y prefirió remontarse a las “dificultades” de la elección presidencial de 1988 y al rechazo de Salinas de Gortari a pactar la transición con Cuauhtémoc Cárdenas.
Ninguno de los dos personajes habla con suficiente honestidad ni arroja luces sobre lo que representa una de las páginas más negras y amargas del México contemporáneo. Sin embargo, entre ambos hay una clara diferencia: mientras a Salinas de Gortari ya lo juzgó la historia —y lo hizo con bastante dureza y rapidez—, Camacho Solís pretende aparecer, desde la izquierda, como un demócrata.
Con frecuencia, desde el Senado, se le escucha criticar el régimen autoritario y entreguista de Peña Nieto, sin embargo, cuando él formaba parte del equipo de campaña de Salinas de Gortari —y, por cierto, no era un colaborador cualquiera—, jamás abogó a favor de pactar la transición con Cárdenas o a su favor.
Hoy es evidente su interés por presentarse como un aliado del ingeniero y poder ampliar su presencia política dentro de ese partido, en un momento en que esa fuerza política atraviesa por una seria crisis de liderazgo.
En la guerra de entrevistas que se ha desatado entre uno y otro se asoma con frecuencia la sombra del pacto traicionado, el resentimiento por la promesa incumplida. Sin embargo, el rencor más vivo está en el laberinto de Camacho Solís, en quien permanece viva y abierta la herida de su frustrada candidatura a la Presidencia de la República.
“Camacho no podía ser mi sucesor”, asegura el expresidente en la entrevista, “porque el PRI consideró que no era el hombre adecuado”. Prueba de ello es que en el 2000 crea el Partido Centro Democrático para postularse como candidato a la Presidencia de la República y obtiene menos de 1% de la votación.
En alguna ocasión esta periodista solicitó a un excolaborador del gabinete salinista que definiera la personalidad de Ernesto Zedillo, y su respuesta fue: “Gregorio Marañón escribió una biografía sobre el emperador Tiberio, la cual tituló Historia de un resentimiento”.
Ésa es también la historia de Camacho Solís. Un resentimiento que está vivo y hoy quiere que paguemos todos los mexicanos.
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