René Delgado
15 Feb. 14
Aun cuando el diccionario acepta el hambre y el apetito como sinónimos, hay un matiz de diferencia entre ellas.
Al hambre se le vincula con una necesidad; al apetito con un deseo. Hoy, en el país, hay hambre y apetito. La urgencia de algunos sectores por cubrir necesidades fundamentales y la de otros sectores por no perder privilegios conquistados. Pobreza y riqueza conviven, pero no cohabitan ni comparten. No encuentran en la idea de nación el denominador común que podría vincularlos y depararles un destino más seguro, más justo y equilibrado, menos confrontando y, por lo mismo, más prometedor.
En un ambiente de concordia nacional, hambre y apetito encontrarían puntos y puentes de comunicación y entendimiento, pero tanto se abandonó la política como ejercicio de acordar, tanto se confundieron derechos y privilegios y tanto se fomentó la polarización que, hoy, el país se halla en una encrucijada y, en medio de la cual, el gobierno intenta, como puede, abrir las tenazas de esa pinza que, cuando no lo inmoviliza y neutraliza, lo aprisiona.
Por eso, estos días son tan apasionantes como difíciles. Plantean un enorme desafío al gobierno porque, desde el pragmatismo que lo anima y sin estar solo pero tampoco acompañado, advierte la urgencia de atender necesidades básicas y de frenar el deseo desmedido. Y plantean a la sociedad un crucigrama donde aparecen palabras sin uso en la noción de nuestra democracia: qué tanto apoyar, qué tanto resistir las reformas estructurales; qué tanto respaldar, qué tanto debilitar al gobierno.
Esa compleja situación explica por qué, en su aparente contradicción, esas reformas intentan abatir el hambre y el apetito, al tiempo de reivindicar para el gobierno la capacidad de intervención del Estado en los asuntos nacionales. Explica también por qué, curiosamente, hay quienes ven en el presidente Enrique Peña Nieto el fantasma del echeverrismo o del salinismo, bateando la posibilidad de que Enrique Peña Nieto encarne a Enrique Peña Nieto.
Justo cuando la instrumentación de las reformas -sin reducir éstas sólo a las constitucionales- despierta la resistencia de quienes advierten que sus intereses se verán afectados, la relectura del discurso inaugural del gobierno del presidente Enrique Peña da luces sobre la difícil operación que se propone el mandatario como también sobre el peligro supuesto en la torcedura de los propósitos planteados.
A más de un año de distancia, esa pieza es todavía más interesante que cuando fue pronunciada. El mandatario habló de "romper, juntos, los mitos y paradigmas, y todo aquello que ha limitado nuestro desarrollo" y reivindicó los grandes movimientos, revolucionarios y reformistas, protagonizados por el país como el motor del sacudimiento de la conciencia nacional "para cambiar lo que no puede ni debe permanecer".
Desde esa plataforma, convocó a la nación a ser parte de una gran transformación, haciendo una doble precisión: "Transformar a México significa vencer los rezagos. Transformar a México implica mover todo lo que se tenga que mover: la gente, la mentalidad, las instituciones". En ese marco, de seguro, se acuñó la frase -hoy eslogan de la propaganda oficial-: "mover a México".
En el léxico priista la palabra "romper" no gusta, se prefiere la de "cambiar". Se venera la revolución, pero se privilegia la reforma bajo la pobre filosofía de "lo deseable, lo posible". Se practica la política, pero sin dejar de comprar voluntades cuando es posible. Se elogia el federalismo, pero sin renunciar al centralismo. Se ensalzan las decisiones democráticas, pero fascina la concentración del poder. Se lanzan las convocatorias llamando a la nación en su conjunto, aun cuando tengan destinatarios precisos o, por su naturaleza, excluyan a porciones o sectores de la nación.
Pues bien, en aquel discurso, el presidente Peña Nieto echó mano tanto del léxico tradicional priista como del prohibido por la prudencia y la corrección políticas. Llamó a romper mitos y paradigmas como a cambiar lo inaceptable y, en la convocatoria, llamó al conjunto de la nación a sabiendas que romper o cambiar afectaría a éste o aquel otro sector y, por lo mismo, encontraría apoyos y resistencias en un juego complejo y contradictorio.
Por eso, el país se ve y está movido. Del discurso se pasó a la práctica recurriendo a todas las artes y a todas las mañas, a todas las virtudes y todos los vicios de la cultura priista. Hay negociación y chantaje, hay pulcritud y suciedad, hay conciliación y fuerza, hay firmeza y doblez. Hay negociaciones hasta con el diablo en el ánimo de ahuyentar a los demonios. Hay todo eso en la operación política de estos días.
Todos esos recursos están puestos al servicio de alcanzar el objetivo propuesto, si se quiere, con dosis de autoritarismo pero también con dosis de inteligencia ante un hecho ineludible: en la coyuntura nacional es asunto de sobrevivencia para el Estado.
El peñismo quiere, más allá del resultado de la gestión, gobernar los problemas en busca de su solución, no administrarlos ni paliarlos. Entiende, es la impresión, la gravedad del momento nacional y ve oportunidad en la crisis.
Pronosticar el porvenir es ocioso porque la certeza del futuro se tiene cuando es presente. No antes.
Son tantos los frentes abiertos, son tan poderosos los intereses gremiales y empresariales afectados, son tan peligrosos algunos de los pactos que se están implementando y es tan pobre la comunicación y la explicación del proyecto y tan frágiles los pivotes donde el gobierno finca su actuación que, si bien se ha cumplido la promesa de mover de México, no está claro cuál pueda ser el resultado del sacudimiento. En ese punto, mucho más peligroso sería torcer el propósito de las reformas que sostenerlo.
Pese a la dificultad de estos días, es menester extender el periodo de gracia concedido al gobierno, instar a la reflexión seria sobre lo que hay que apoyar o resistir y reconocer que, de seguir por donde se iba, el desmadejamiento del país era el destino. Y que es preciso abatir el hambre y frenar los apetitos.
sobreaviso12@gmail.com
Leído en http://www.elsiglodetorreon.com.mx/editoriales/
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