En contra de toda prudencia política y con una gran falta de generosidad con la república —a la cual le sobran conflictos y actores belicosos como el michoacano— Felipe Calderón está desplegando una más de sus estrategias subrepticias, seguramente con una agenda oculta que le permita mantenerse vigente en medios y asegurar espacios en el único refugio que le resta a su equipo: el Partido Acción Nacional.
La parte visible de esta estrategia consistió en la presentación de la Fundación Desarrollo Humano, la cual preside el propio Calderón y se define como “una institución no lucrativa cuya creación fue impulsada por el ex presidente y que tiene por objeto el análisis y elaboración de políticas públicas que contribuyan al desarrollo humano
sustentable”.
De entrada, nada descalifica más ese objetivo que la conocida personalidad de Calderón, pues para proponer políticas públicas y para debatirlas se requiere una capacidad de diálogo que jamás ha mostrado. Su historia lo muestra como un hombre alérgico a la crítica y cerrado al diálogo.
Ese mandatario que regañaba públicamente a empresarios que le hacían propuestas, el que etiquetaba como “ilusos” a todos quienes cuestionaban sus tácticas, al que en contra de la opinión informada de expertos nacionales e internacionales se obstinó en mantener su estrategia suicida contra el crimen organizado, ¿cómo va a poder ahora transformarse en un interlocutor tolerante y respetuoso?
Más congruente con su historia es que en realidad esté formando un ariete para dirigirlo contra sus enemigos, dentro del PAN y en diversas posiciones del gobierno.
Ya podemos prever que se habrán de presentar propuestas de escritorio que descalifiquen esfuerzos gubernamentales, con los reflectores y la potencialidad para el escándalo que siempre tiene un ex presidente.
Igualmente, por más que se quiera presentar esta fundación como una institución apolítica, basta ver la fecha de su presentación pública para darse cuenta de sus intenciones: aunque según diversos reportes de prensa fue formada en 2012, es hasta ahora que se presenta en el escenario nacional. El por qué es claro: ha tomado fuerza el proceso de sucesión al interior de su partido y Calderón está buscando fortalecer su grupo para derrocar a Madero, aunque a las cámaras declare no tener “ningún involucramiento en los asuntos internos del PAN”.
Ciertamente Calderón puede criticar al gobierno y cuestionarlo. También le asiste la prerrogativa de apoyar a los panistas que él consideré mejores para dirigir el partido que dejó en fase terminal.
Eso es incuestionable. Se trata de derechos inalienables para todo ciudadano, ejercicios de libertad de asociación y de expresión sobre los que descansa la salud democrática de México.
A lo que no tiene derecho, y eso hay que señalarlo, es a inmiscuirse en la vida nacional con engaños, con ocultamientos y con el disfraz de demócrata, siendo que lo que menos necesita México es que Calderón venga a enrarecer el ya de por sí caldeado clima político.
Leído en http://www.criteriohidalgo.com/notas.asp?id=220839
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