Las guerras también se libran en el terreno de las ideas. En ese campo el Estado y la sociedad han entregado casi todas las plazas a la cultura de la violencia.
En Michoacán la victoria militar está cerca. El Gobierno de Enrique Peña Nieto ha sabido manejar e incorporar a las impetuosas autodefensas y se acelera la fragmentación de Los Caballeros Templarios. Ante ese panorama, el comandante en jefe victorioso llegó el lunes 3 de febrero a Morelia, donde presidió un acto típico de clase política y fuerzas vivas. Enrique Peña Nieto anunció una lluvia de dinero y obras y el espacio terminó de llenarse con las frases solemnes de políticos satisfechos.
Se les olvidó el frente cultural pese a que un día antes, el domingo, se realizó un concierto en el Pabellón Don Vasco propiedad del Gobierno de Fausto Vallejo. Durante 10 horas policías estatales y municipales cuidaron el orden para que Los de la A, Calibre 50 y Alfredo Ríos “El Komander” (también conocido como “El jefe del corrido alterado”) hicieran una “apología de la violencia (y) del crimen” prohibida por la ley. Para que no se olvidara que se veneraba a la muerte y a la delincuencia organizada, uno de los artistas gritó “si me mochan la cabeza me vale madre, compadre. ¡Puros Caballeros Templarios!” (Adán García, Reforma, 4 de febrero de 2014).
El silencio cómplice de la clase política se debe, en primer lugar, al fatalismo de quien no sabe qué hacer ante la fortaleza de los narcocorridos, una parte integral de nuestra historia. El primero se grabó en 1931 para contar el fin de “El Pablote”, un traficante de Ciudad Juárez al que la canción tacha de necio y majadero; ofendió el honor de un policía llamado “El Tecolote” (lo llamó feo y horroroso en varias ocasiones), quien respondió metiéndole un balazo calibre .45 en el pecho.
Ahora se ensalza a los traficantes. En la actualidad los narcocorridos son crónicas de guerra que exaltan a la violencia como el método indispensable para que el pobre y el marginado alcancen riqueza y poder con valentía, audacia y lealtad. Son personajes que ejercen al máximo la libertad individual en ese andar que usualmente termina en el sepulcro o la cárcel. Es una interpretación en clave popular de la filosofía de las élites del “haiga sido como haiga sido”.
No estamos ante un fenómeno marginal. Son los borbotones de un sistema de valores que normaliza la violencia y trivializa la muerte y el sufrimiento de los enemigos. La mejor prueba de que no hay tabúes y sanciones informales a este estilo de vida son las fotos de las familias y los niños entre los seis mil asistentes al concierto de Morelia que coreaban a Los de la A cuando cantaban: “Si un día me quieren matar, las balas a mí me resbalan. No me protege la ley ni la Santa Muerte, son los Templarios”.
Es notable el desenfado con el cual aceptan estos conciertos los gobernantes de los tres principales partidos. “El Komander” es muy popular y en los primeros días de febrero ha estado en Jiutepec, Morelos; en Tapachula, Chiapas; en Guanajuato y en Degollado, Jalisco. El único lugar donde le impidieron actuar en diciembre de 2013 fue en Cherán, Michoacán, el municipio indígena que se autogobierna. Aunque la prohibición no es el camino, en Cherán entendieron que era ilógico enfrentarse a los sicarios con las armas y abrirle las puertas a su mensaje.
La laxitud oficial también podría deberse a que no saben qué hacer y cómo reaccionar a la cultura de la violencia. Optan por ignorar a ese México. En el discurso que dio en Morelia, el Presidente sólo prometió “un centro cultural de avanzada”. Por supuesto es positivo que a Michoacán lleguen más conciertos, conferencias y obras de teatro. Es insuficiente para enfrentar la cultura de la violencia que alimenta al capital social negativo.
Estamos, lo sé, ante un problema endemoniado cuya resolución atañe a Gobierno y sociedad. Sería absurdo tomar el sendero de la prohibición de novelas, películas o canciones que glorifiquen la droga y trivializan la muerte. Ni el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta) ni Freud o Lacan ni el confesionario tienen la fórmula para resolver nuestras barrocas y profundas contradicciones. Tampoco es aceptable la capitulación y el abandono de la plaza al enemigo. Hay una confrontación entre civilidad y barbarie. Asumámosla.
Nota. Este texto se benefició de las investigaciones pioneras sobre el narcocorrido de Juan Carlos Ramírez-Pimienta y Luis Astorga.
Comentarios: www.sergioaguayo.org
Colaboraron Rodrigo Peña González y
Marcela Valdivia Correa.
Marcela Valdivia Correa.
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