MÉXICO, D.F. (apro).- La falsa muerte de Nazario El Chayo Moreno, líder de Los Caballeros Templarios, exhibe una vez más la esencia fraudulenta de Felipe Calderón que cruza todo su sexenio: Desde su asalto a la Presidencia de la República hasta la traición a Josefina Vázquez Mota.
Igual que Vicente Fox, Calderón fue una monumental estafa a los mexicanos que creyeron que habría en México un cambio para bien pero, además de ser intrínsecamente inepto, se colocó del lado de la corrupción.
No hay modo de que Calderón escape al juicio popular y de la historia. En el PAN mismo, el partido que presidió, su figura genera más repulsión que respeto y su grupo, ya residual, va de derrota en derrota.
Uno tras otro, los episodios de engaño desnudan a Calderón, quien asumió el gobierno por contubernios que lo mantuvieron prisionero de los cacicazgos sindicales, patronales, oligárquicos y hasta criminales.
Su oferta de ser el “presidente del empleo” quedó en una tasa de desocupación de 5 puntos, 1.4 más que los 3.6 que había cuando llegó al gobierno: De un millón 600 desempleados en 2006, pasó a 2 millones 468 mil, casi un millón más.
Caracterizado por el estancamiento económico, el gobierno de Calderón fue una fábrica de pobres: Al menos 12 millones de mexicanos adquirieron esa condición.
Faccioso y enemigo del talento, pobló de incondicionales la administración pública y solapó su enriquecimiento desde el poder. Los nuevos millonarios son de su camarilla.
Calderón no será recordado por su aporte a la educación, la cultura, el saber, que desdeñó, pero su principal apuesta, la supuesta lucha contra la criminalidad, fue un rotundo fracaso. Puros fraudes.
El fiasco de su estrategia contra la inseguridad y la violencia fue evidente desde que comenzó, pero se aferró a ella y los enormes costos sociales son brutales: Miles de muertos y desplazados, huérfanos, viudas, familias rotas…
El “Michoacanazo”, el procesamiento de presidentes municipales y funcionarios de Michoacán, fue un montaje que se derrumbó muy pronto.
La Operación Limpieza, instrumentada por los exprocuradores Eduardo Medina Mora y Marisela Morales y que supuestamente terminaría con la corrupción policiaca, resultó muy sucia.
En medio del desaseo y la ineptitud destaca el todopoderoso Genaro García Luna, secretario de Seguridad Pública, con quien Calderón se obnubilaba por todas sus complicidades.
No podía acabar bien un gobierno encabezado por quien traicionó también a la candidata de su partido sólo para conseguir impunidad.
Después del encarcelamiento de Elba Esther Gordillo, la recaptura de Joaquín El Chapo Guzmán, la persecución al magnate Gastón Azcárraga y los negocios de Amado Yáñez Osuna, todos ligados a él, Calderón no puede tener duda de que Enrique Peña Nieto es un pragmático que, si pactó con él, fue sólo para ganar.
A estas alturas, Calderón sabe que, como en las arenas movedizas, si se mueve, se hunde…
Comentarios en Twitter: @alvaro_delgado
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