lunes, 31 de marzo de 2014

Jesús Silva-Herzog Márquez - Paz contra Paz

Octavio Paz nunca dejará de ofrecernos su mirada. Como el clásico que es, le hablará a las generaciones venideras y ayudará a perfilar identidades -sea por afinidad o por oposición. No desaparecerá del horizonte cultural de México, nunca nos será indiferente. Algunos sentirán el hechizo de su universo completo; la mayoría escogerá un trozo de Paz: unos su poesía, otros su crítica de arte, la biografía de Sor Juana, sus apuntes sobre el erotismo. Algunos preferirán al joven Paz, otros al maduro. Muchos afilarán cuchillos en su piedra. Pensarlo como contrincante será siempre atractivo. La crítica que él ejerció como una pasión vital llama a las dos relaciones: la admiración y el desapego; el elogio y el reparo.








Los homenajes oficiales del centenario amenazan con convertir en estatua al crítico. El incansable experimentador transformado en catálogo de frases para los discursos. Salones Octavio Paz; en letras de oro, Octavio Paz; en los billetes de lotería, Octavio Paz; en espectaculares y camiones, Octavio Paz. Paz musicalizado; Paz fosilizado. Cruel ironía, el hombre que denunció al dinero como la araña que convertía en moscas a los hombres, transformado en moneda acuñada por el Banco de México. El hombre que quemaba billetes, prestando cara al dinero. La celebración de Paz, meritoria por muchas razones, deslumbrante por su convocatoria y organización, resulta también irritante por hegemónica: el poder político y el poder económico, los medios y los partidos, las universidades y los diarios en afanosa competencia de elogios. No me he ahorrado los míos: más que convencerme, Octavio Paz me conmueve. Me maravillan la limpieza y la hondura de su razón sensible. Por eso mismo me incomoda la aplanadora de los aplausos. El poeta se erige en Autoridad Inapelable por decreto del poder y los negocios, negación absoluta de la hélice crítica.


Octavio Paz sigue siendo una presencia abrumadora, en alguna medida, aplastante. No hay territorio que no haya recorrido, no hay sitio donde no haya dejado huella. Es cierto que a Paz se le lee mal: como pensador concluyente. Su tono puede ser, en ocasiones, imperativo, su vehemencia polémica era, sin duda, demoledora. Pero nunca dejó de ser un ensayista en la plenitud del sentido original: un escritor que no solo expone ideas sino también dudas: que examina, propone, sugiere. Un autor abierto como nadie al sentido de la contradicción. Leído como Autoridad, Paz termina cualquier diálogo. Si lo dijo Octavio Paz, la discusión ha terminado. Está escrito en el Laberinto y por lo tanto, así somos los mexicanos y así seremos siempre. Si lo dijo Octavio Paz se trata de un engaño al servicio del neoliberalismo. Hacer de Octavio Paz el tapón de nuestras conversaciones es hacerse impermeable a la verdadera seducción de su pensamiento: acercarse al mundo por vía de una imaginación comprometida con la verdad. La crítica como creatividad arraigada.

Embotellar su pensamiento en una ideología es falsearlo. Comprimir su rica complejidad es un atajo escolar, un recurso de panfleto. Algunos le reprochan la imperfección de su liberalismo; otros lo describen como liberal vergonzante, un conservador que no se atreve a dar la cara. Vale, por supuesto, el debate sobre la naturaleza de su filiación política. Creo que habrá que alabar y criticar sus posiciones frente al poder a lo largo de su vida. Pero, ¿tiene sentido etiquetar su pensamiento? Prensarlo en una fórmula compacta servirá para venerarlo o combatirlo -no para entenderlo, ni siquiera para criticarlo. El pensamiento de Paz, a pesar de lo que pretendan admiradores interesados y enemigos, se resiste al embalaje de los ideólogos.

Hay que leer a Paz también contra Paz. Valdría leer al joven frente al viejo; al rebelde frente al mandarín; al gozoso frente al regañón. Y después ofrecer derecho de réplica: que el maduro le conteste al soñador; que el escéptico responda al jacobino y el pugilista discuta con el moderado. "Un pensamiento que renuncia a la crítica, especialmente a la crítica de sí mismo, no es pensamiento. Sin crítica, es decir, sin rigor y sin experimentación, no hay ciencia; sin ella tampoco hay arte ni literatura. Inclusive diría que no hay sociedad sana". Nada hay sagrado para el pensamiento crítico, dijo alguna vez. Y habrá que hacerle caso.




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