viernes, 7 de marzo de 2014

Ricardo Raphael - Del #VivaMexicoCuarones al #dejendecelebrarqueapesta

Yo nunca he pretendido que ‘Gravity’ es una película mexicana. Es película de un mexicano, escrita, dirigida, producida, editada por un mexicano,” declaró para la BBC Alfonso Cuarón, pocos días antes de que recibiera la estatuilla Oscar como mejor director. Ya con el premio en la mano abundó: “estoy agradecido con el apoyo en México pero me encantaría si ese mismo apoyo se da a otras películas que salen de ahí con cineastas mexicanos, rodadas en México y con temas locales.”
 
Estas frases parecieran estar emparentadas con las que algunos tuiteros inundaron la red esta semana: “México no aportó nada para la película, fue el esfuerzo de él no de México así que dejen de celebrar” (@antonioGM987); “felicidades cuaron pero realmente no ayuda nada al país” (@ZahidLpz); “#VivaMexicoCuarones, tan ingenioso que apesta, ganó el Cabrones, no México (@Yaoi_Bishonen).
 
Las reacciones ácidas entre los mexicanos a propósito del triunfo de Gravity no se dejan pasar desapercibidas. Hablan fuerte de ésta, nuestra sociedad, cuya identidad está atravesando por una época de desbalance. Abusando de la metáfora, podría decirse que lo mexicano trae extraviado el sentido de la quinestecia, esa función que tenemos los seres humanos para regular el equilibrio y los movimientos que hacen coherente el desplazamiento del cuerpo.
 
 
 
 
 
 
 
Al menos en este punto Gravity podría ser una película muy mexicana, sobre todo por la ausencia de ídem que padece hoy el ser mexicano.
 
Probablemente Cuarón se vio obligado a declarar cosas tan bizarras ya que, de haber sido la suya, una película mexicana, no habría tenido derecho a competir en las 7 categorías donde arrasó.
Con todo, vale la pena el ocio de preguntarse: ¿cómo se define una película mexicana? ¿Por el origen del dinero que la financió? ¿Por la nacionalidad del productor? ¿Por las locaciones? ¿Porque en ella se hable chilango-español? ¿Porque la Virgen de Guadalupe tenga un lugar estelar? ¿Porque los personajes coman en plato de peltre? ¿Es mexicana solo si se filmó al sur del paralelo 28 y al norte del 90? ¿Si el caos juega un papel protagónico? ¿Si la violencia está presente? ¿Si el sentido del humor sabe agridulce?
 
Perdone el lector si no me queda claro… Será que me siento más cómodo con  la idea de que lo mexicano es aquello que hacen los mexicanos, sin importar dónde lo hagan o con quién lo hagan. Y es que no veo de qué otra manera podría ser para una sociedad que no se vive limitada a un solo territorio, ni habla un solo idioma, y tampoco cabe hoy en una sola identidad.
 
Habita fuera de lo que convencionalmente se percibe como México una población de más de 31 millones de personas que, por voz propia, asegura tener herencia mexicana.
 
Buena parte de esas personas son bilingües y biculturales y no por eso, insisten, han dejado de ser mexicanos.
 
Significan un puente inmenso entre dos civilizaciones, que a su vez esconden muchas otras. ¿Quién podría decirle, por ejemplo, a los irlandeses del norte que no son irlandeses sino británicos? ¿O a los alsacianos que hoy solo son franceses aunque sus abuelos hayan sido alemanes? ¿O a los palestinos que viven en Jerusalén, que no son árabes sino israelitas?
 
Aunque con mucho ahínco queramos negarlo, los mexicanos somos una sociedad que vive en dos países porque nuestra diáspora es la más escandalosa de la era.
 
Desde esta obviedad vale de nuevo hacerse la pregunta: ¿lo mexicano es solo aquello hecho en México o también lo que hacen los mexicanos?
 
Si la pregunta provoca angustia, nausea o mareo es porque hace tiempo que la anquilosada identidad mexicana fue lanzada al espacio sideral en búsqueda de su urgente actualización.
 
Para cerrar estas confusiones me quedo (y me identifico) con las palabras de Alejandro González Iñarritu a propósito de su amigo Alfonso Cuarón:
 
“(Él) como muchos otros grandes directores mexicanos (Reygadas, del Toro, Escalante, Eimbeke, Naranjo) … es un grande no por lo que se ve en la pantalla sino por el portentoso atrevimiento de explorar, innovar, empujar los límites … defendiendo a muerte lo que Eliseo Alberto llamaba el derecho a fallar … Ante el rechazo o la duda, la dignidad y la confianza … Ante la limitación, la creatividad”.
 
 

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