sábado, 19 de abril de 2014

Manuel Espino - Catolicismo y ciudadanía

El vivir en un Estado laico —en lo cual no debe haber jamás retrocesos ni concesiones— no impide que en estas fechas los calendarios cívico y religioso se entrecrucen en un periodo que para la gran mayoría de los mexicanos tiene un peso histórico, social y espiritual.

Alrededor de la Semana Santa existen diversos aspectos, siendo los más obvios los de la convivencia familiar propiciada por la pausa en las actividades laborales; según un estudio del Centro de Opinión Pública de la Universidad del Valle de México 40% de los mexicanos aprovechará esta temporada para viajar y otros más vacacionarán en sus hogares.






No obstante, sin que ello signifique dejar de vivir en un ambiente celebratorio, la Semana Santa para los católicos es una oportunidad de reencontrarnos con nuestra fe, adentrarnos en el conocimiento de nuestra religión y reforzar los lazos que nos unen como iglesia, palabra que en una de sus acepciones es sinónimo de “comunidad”.


Las ceremonias religiosas tienen un trasfondo de unidad y de acercamiento entre los católicos como individuos y como parte de una grey. Se trata, pues, de una celebración marcada por un espíritu de reencuentro.

No obstante, para un país como México la Semana Santa también tiene un componente que no es político, pero sí es cívico. Se trata de uno de los países con mayor feligresía en el mundo, en el que las tradiciones y las costumbres sociales, así como episodios de gran trascendencia histórica, han sido marcados y enriquecidos por el catolicismo.

Ciertamente, cada vez hay menos católicos, pero aun así la estadística es clara: en el año de 1900 la población católica mexicana alcanzó el máximo número de fieles, pues estos consistían un 99.5% de la población nacional.

A 2010 el número es menor, pero sigue siendo una gran mayoría: 83% de los connacionales seguimos profesando esta religión.

De ello se desprende que en tanto creyentes, sí, pero también como ciudadanos, para los mexicanos la Semana Santa sea una oportunidad de reflexionar sobre nuestro quehacer cívico y nuestro paso por este mundo como una oportunidad para servir al prójimo no solo en lo espiritual, sino también en lo terrenal, con un ánimo solidario, generoso y concertador.

Es también oportunidad de recordar que la doctrina social de la iglesia nos impele a ser más tolerantes, más respetuosos de la diversidad y más abiertos al diálogo. Lejos estamos ya de las visiones confrontacionales y de polémicas estériles entre religiones.

Ahora es el tiempo de extender la mano al diferente, al que pensando desde otra trinchera ideológica o desde otra concepción espiritual puede coincidir en el ánimo de trabajar por México. Es tiempo, también, de recordar con todo compromiso que un buen católico debe ser, también, un buen ciudadano.


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