sábado, 5 de abril de 2014

Víctor Núñez Jaime - María Félix, la leyenda

María Bonita, La Doña— estaba en España para asistir al homenaje que le brindarían en el Primer Festival de Cine de Madrid. Eran las ocho de la mañana cuando sonó el teléfono de la suite del hotel Ritz: “¡Me pedían que pagara el desayuno! Tengo dinero para pagar, pero… ¡¿qué desorganización es esta?!”, soltó con su voz grave y honda ante un centenar de periodistas, dejando claro su temperamento durante la rueda de prensa que ofreció la tarde del 7 de abril de 1997.

Había pasado medio siglo desde que la gran diva del cine mexicano —que cumpliría 100 años el próximo martes— visitó por primera vez este país. En el verano de 1947 vio en primera fila de la plaza de toros de Linares cómo un toro de casi media tonelada acabó con la vida de su amigo Manolete. Luego, bajo la dirección de Rafael Gil, protagonizó Mare Nostrum, la primera de las seis películas que realizó en España. Para entonces, buena parte del público hispano ya se había rendido ante la imponente belleza de “la mexicana” que un lustro antes se había adueñado de las pantallas cinematográficas.

María era una veinteañera, recién llegada a la ciudad de México, cuando se topó en la calle con el director de cine Fernando Palacios. “¿Le gustaría hacer cine, señorita?”, le preguntó. “Si me da la gana, lo haré. Pero cuando yo quiera. Y será por la puerta grande”, contestó ella. La puerta grande no tardó en abrirse, y en 1942 estelarizó El peñón de las ánimas al lado de Jorge Negrete. Pero el éxito le llegaría con Doña Bárbara, basada en la novela del venezolano Rómulo Gallegos, un personaje que, a partir de entonces, interpretaría delante y fuera de las cámaras. Dura, altanera, dominante, hembra-macha, “María Félix nació dos veces: sus padres la engendraron y ella, después, se inventó a sí misma”, dijo un día Octavio Paz.







Con la fama empezó la sucesión de hombres en su vida. “Yo los escogí a todos. Por eso los podía dejar cuando quería. ¿Luchar por un hombre? ¡Hay tantos!”, se ufanaba. Se casó cuatro veces, pero sus amores más sonados fueron los que mantuvo con “el charro cantor” Jorge Negrete y con el compositor Agustín Lara, quien le hizo “un himno”. Cuentan que, una madrugada, Lara llamó al cantante Pedro Vargas y al violinista Eulalio Uranga para que le ayudaran a interpretar “una canción divinamente cursi” que le acaba de escribir a su mujer. Mandó pedir también un piano blanco, y en el jardín de la mansión de la diva, los tres comenzaron la serenata: “Acuérdate de Acapulco / de aquellas noches / María bonita, María del alma…”

“Los dejaba cuando quería. ¿Luchar por un hombre? ¡Hay tantos!”, decía

El romanticismo de Agustín Lara, sin embargo, era eclipsado por los celos. “¿Cómo no tenerlos —decía— si es mía, pero todo el mundo se fija en ella? ¿Cómo no tenerlos —agregaba lleno de inseguridad— si yo soy más feo que muchos de sus pretendientes?”. Una noche, iracundo, cogió una pistola, entró en la habitación conyugal, donde María se estaba maquillando, y le disparó. Falló y, por un instante, la actriz se aterró. “¡Flaco cabrón!” le gritó, y le echó de casa.
Hizo 47 películas entre México, España, Italia y Francia, pero nunca cedió a la tentación de Hollywood. “Solo me ofrecían papeles de india. ¡Y yo no nací para llevar canastas!”, sostenía. Dejó los platós cinematográficos en 1970 y se dedicó a vivir de su leyenda. Cada tanto iba a los programas de televisión para desparramar sin tapujos sus recuerdos. Recorría festivales internacionales de cine y pasaba algunos meses del año en su casa de París. La mañana del 8 de abril de 2002, el cante Juan Gabriel (quien le había compuesto otro “himno”, María de las Marías) la llamó por teléfono para felicitarla por su 88º cumpleaños. “La Doña todavía no se ha despertado”, le dijo el mayordomo. La Doña ya estaba muerta. Nació y murió el mismo día, como si lo hubiese planeado.


Meses después, cuando se supo que le había dejado todas sus propiedades y dinero a su joven asistente, Luis Martínez de Anda, y nada a sus hermanos, estos pidieron que se exhumara el cadáver “para comprobar que María no fue envenenada”. Los forenses la sacaron de la tumba en directo para la televisión y no tardaron en decir que “murió por una insuficiencia cardiaca”. Sus familiares dejaron de hacer ruido y el heredero comenzó a subastar los muebles, los cuadros, los vestidos y las joyas de la diva. Muchos de esos objetos fueron comprados por fans. “El próximo martes inauguraremos un museo, cerca del aeropuerto del DF, donde todo el que lo desee podrá ver el patrimonio que hemos podido rescatar con nuestros propios recursos”, dice Alejandro Martínez Cadena, presidente del Club de Admiradores de María Félix. La lujosa casa donde La Doña vivió durante casi 50 años, en el elegante barrio de Polanco de la capital mexicana, fue derruida el pasado mes de marzo. Hoy es un descampado de unos 500 metros cuadrados y pronto será un edificio de pisos caros y ostentosos.


Leído en http://elpais.com/elpais/2014/04/04/gente/1396623928_108825.HTML



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