Apartir del curso que siguen las reformas emprendidas, cabe una reinterpretación del Pacto por México.
Bajo el manto de recuperar para el conjunto de la nación la rectoría del Estado, la élite política la está rescatando para sí y, por lo mismo, se empeña en rehabilitar y fortalecer un solo monopolio: el suyo, sin asumirse como agente preponderante en la política.Tras el fracaso del panismo en el gobierno y varias décadas de echarse por error, debilidad, doblez, necesidad, ambición, interés o voluntad en brazos de los poderes fácticos, el retorno del priismo a la residencia de Los Pinos despertó la ambición de esa fuerza no sólo por ganar elecciones y administrar el país, sino por reconquistar y ejercer el poder sin asfixiantes patrocinios.
Acostumbrado a ejercer el poder sin cortapisas y habiendo sobrevivido a la intemperie política, supuesta en su desplazamiento del poder presidencial, el priismo entendió los nuevos tiempos. Comprendió las condiciones de la coyuntura y la estructura.
El peñismo repartió juego al conjunto del priismo y reconoció su propia debilidad así como la de las dirigencias opositoras, estableciendo que la suma de esa debilidad integraba una fuerza relativamente organizada y suficiente para, a partir de un Pacto, constituir un frente común ante los otros monopolios que, en distintos campos, le disputaban, arrebatan o disminuían el poder a la élite política, colocándola frecuentemente contra la pared.
Al tendido de puentes hacia el interior del propio priismo y hacia a los grupos hegemónicos en la derecha y la izquierda partidista, dando y recibiendo con gran pragmatismo, el conjunto de la élite política se dio a la tarea de avanzar en la dirección de recolocarse, en una mejor posición, en el juego del poder.
Pese a diferencias y reyertas, la dirección de los tres principales partidos compartían una coincidencia fundamental: recuperar por sí y para sí, sin apoyo en la ciudadanía, el poder y revertir la condición de sobrevivencia a que los sometieron los poderes fácticos de la más diversa índole: gremial, empresarial, criminal, transnacional o, incluso, eclesial.
Reconocida la circunstancia y hecho el inventario de recursos, la élite política reconsideró sus posibilidades. Dueña de partidos, congresos, gobiernos, ejércitos, policías y, por lo mismo, de prerrogativas, ingresos, egresos e instrumentos de control, así como de valiosas concesiones -amparada en la pluralidad pero sin renunciar a su unidad-, esa élite resolvió dar la batalla por el monopolio del poder político.
Ahí se explica el anuncio hecho en el discurso inaugural del sexenio, la firma del Pacto, el interesante tenor de las reformas constitucionales propuestas y aprobadas, el atemperado o contradictorio tono de la reglamentación de esas reformas y el manifiesto o soterrado afán por incidir o controlar comisiones, institutos y medios de comunicación.
En la variación del tono y la actuación de esa élite en las distintas etapas de la legislación y la instrumentación de las reformas se cifraba y se cifra el margen de negociación frente a los otros monopolios para proponer un nuevo reparto del poder, donde fuera de discusión quedaría el ejercicio del poder político por parte de esa élite.
Ahí se explica también por qué, en su conjunto, la élite tiende a practicar en estos días la solidaridad cuando no la complicidad en las trapacerías que comete éste o aquel otro personaje de no importa qué partido. El nombre del juego es tolerarse y no confrontarse de más entre ellos, denunciando los abusos o los actos de corrupción que protagonizan casi por turno, ya que el objetivo superior es asegurar su monopolio en el campo de la política. Por eso, casos como el de los moches, Oceanografía, Línea 12 del Metro, Cuauhtémoc Gutiérrez de la Torre desatan escándalos sin consecuencias, estridencias que no deben alterar el propósito de ir juntos contra los otros monopolios para recuperar y fortalecer el suyo.
Haciendo concesiones a diestra y siniestra, el priismo consiguió tomar el timón en la conducción del conjunto de las reformas, guardando para sí el dominio de la energética y perdiendo el concepto y el control de la político-electoral, cuyo desenlace está por verse.
El priismo tuvo claridad de concederle la mayor importancia a la energética y, en todo caso, hacer concesiones a la derecha para radicalizar la apertura de esa industria pero, a cambio, soltó la política-electoral que, en estricto sentido, es un mazacote difícil de resolver en su reglamentación y que, en meses, al arranque de la elección 2015, recolocará a los partidos en el terreno de las diferencias y no de las coincidencias.
La clave de la energética para el priismo en el poder es, así lo explica el senador David Penchyna, presidente de la Comisión de Energía del Senado, un asunto de ingresos. No hay detrás de ella un concepto vinculado al desarrollo económico y social del país, porque al frente está la urgencia de contar con recursos económicos y, sobra decirlo, dinero y democracia son términos que se funden cuando se compite por el poder, sujeto a elección.
El problema de la político-electoral es que, del monopolio del poder, cada uno de los partidos pretende llevarse la mayor tajada posible y acomodar las piezas para asumir el control de él. Ahí el espíritu de unidad se pierde porque, la palabra democracia, en el lenguaje de la élite política, significa poder.
El punto en que se encuentra la decisión de recuperar por sí y para sí la rectoría del Estado por parte de la élite política es delicado: no ha establecido las reglas para controlar el monopolio de la política y el peligro se cifra en la tentación de dominarlo, a partir de la perversión de las otras reformas, sea a través de su reglamentación o de la integración de los institutos y comisiones que las acompañan.
Es claro que la élite política quiere abrir los otros monopolios, pero no el suyo. Debilitar a los poderes fácticos y fortalecer el suyo, la pregunta es en quién se va apoyar: en la ciudadanía o en los otros monopolios... reducidos.
sobreaviso12@gmail.com
Leído en http://plazadearmas.com.mx/rene-delgado-75#more-493158
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