Jorge Islas y Maurizio Viroli, especialistas en la materia, coincidieron en la necesidad no sólo de reivindicar el nombre de Maquiavelo —satanizado por el alto clero—, sino en precisar que, para el florentino, la política y el poder son instrumentos cuyo fin último es construir nación.
Para decirlo con más claridad: la perversidad, la intriga, la traición no son —como sus enemigos aseguran y propalan— la sustancia de su filosofía.
Hay, sin embargo, jóvenes funcionarios que, a pesar de haber estudiando en prestigiadas universidades extranjeras, imitan al falso Maquiavelo y hacen política de pacotilla.
Es el caso del senador con licencia y candidato a la dirigencia nacional del PAN Ernesto Cordero, quien a decir de sus propios compañeros de partido “no está hecho para la política”.
Quien lo expresó no sólo dijo una gran verdad sino que, al decirlo en el momento que lo dijo, nos regaló tres radiografías comparadas al mismo tiempo: la de Maquiavelo; la del expresidente de España Adolfo Suárez, apenas fallecido y a quien se honró como hombre de Estado, y la de Cordero, víctima de la peor invalidez que puede sufrir quien aspiró a ser presidente de México.
La frase: “A Cordero no se le da la política”, dicha cuando se conmemoraba El Príncipe y se producía la muerte de Suárez, obligó a comparar la pequeñez con la grandeza; a un candidato que destruye todo para tratar de llegar a la presidencia de su partido, con quien encabezó la Transición política española después de la muerte de Francisco Franco en noviembre de 1975.
Los valores que defiende Maquivelo en su obra —prudencia, lealtad y humildad hacia el país que se sirve— se reconocen con absoluta facilidad en Suárez, uno de los constructores más destacados de la democracia moderna.
Suárez fue un hacedor de nación. Contribuyó —gracias a sus convicciones democráticas, a su sentido de la tolerancia, pero sobre todo a su capacidad de estadista— a evitar que España entrara en una segunda guerra civil.
Regino Díaz Redondo, exdirector de Excélsior y colaborador de Siempre!, actualmente radicado en España, narra en su artículo de la semana pasada cómo Suárez, uno de los hombres de más confianza de Franco, le dijo un día al Generalísimo: “Señor presidente, España debe evolucionar hacia la pluralidad y la modernización, acabar con las desigualdades y elegir dirigentes por mandato popular”.
De acuerdo con esta versión, cuando el joven Suárez terminó, Franco le dijo: “Sí, Adolfo, todo eso sí, pero cuando Franco muera”.
¿Qué hubiera hecho un Cordero en medio de una crisis política? ¿Qué sería de México si en este momento Cordero —y no Enrique Peña Nieto— fuera presidente del país? La respuesta es muy fácil: ahondar la polarización, impedir la transición y, tal vez, declarar la guerra.
En la frase de “a Cordero no se le da la política” está la explicación de porqué Vicente Fox y Calderón no pudieron cumplir con lo que históricamente les tocaba: colocar los cimientos del cambio. Es decir, de la transición mexicana.
Alguien que sufre de ese tipo de invalidez está incapacitado para entender muchas cosas. Especialmente que la política no es gobernar con el hígado y a patadas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Por favor, sean civilizados.