Comparadas con las Leyes de Reforma, las iniciativas de Peña Nieto no sólo desmerecen en grandeza de miras, sino que revelan uno de nuestros mayores rezagos: la incapacidad de usar el lenguaje.
Vivimos en un mundo al revés donde un corrector de estilo recibe un sueldo anual inferior al aguinaldo de un diputado. En tiempos de Juárez, quienes defendían las leyes en el Congreso eran escritores de la talla de Guillermo Prieto e Ignacio Manuel Altamirano. Hoy las leyes se escriben para no ser entendidas. ¿Qué puede decir no sólo el ciudadano común sino una persona culta ante conceptos como “must carry”, “must offer” y “preponderantes”, que enrarecen el debate sobre telecomunicaciones?
La significativa reforma constitucional de los medios se redujo en forma lamentable en la Presidencia. La iniciativa que Peña Nieto devolvió a los senadores elimina el carácter social, cultural y comunitario de la reforma, favorece a los grandes consorcios televisivos, perjudica a la producción independiente, restringe la participación ciudadana y traslada facultades decisivas de un órgano autónomo (el Ifetel) a la Secretaría de Gobernación. Esto atenta contra el derecho a la información. La gran paradoja es que se habla de comunicación en lenguaje cifrado. Así se oculta el daño a una nación de televidentes.
Hace unos días Alfonso Cuarón utilizó su prestigio y sus recursos mediáticos para hacer un cuestionamiento muy razonable sobre la reforma energética. Sus preguntas están en la mente de muchos ciudadanos. Esto se debe a que las reformas son voluntariamente incomprensibles y a que la publicidad oficial al respecto contribuye a la desinformación. En spots que ofenden a la inteligencia y desconocen la igualdad de género, un hombre alecciona a una mujer, anunciándole que con la reforma energética bajará el costo de la luz. Al final una voz pide a la ciudadanía que se informe. En vez de ofrecer datos, la propaganda sugiere que si alguien se opone a la reforma lo hace por ignorancia.
Gracias a las preguntas de Cuarón nos enteramos de que tal vez la luz baje en 2018. En lo que eso llega, ya volvió a subir. Ya sabemos lo que significa la palabra “infórmate”.
La incapacidad de aclarar y debatir confirman que nuestra política sigue mereciendo el nombre de “la tenebra”, donde la principal zona de negociación es “lo oscurito”. Tratar de saber qué pasa puede ser visto como un pecado ciudadano. A propósito del cuestionario de Cuarón, Arturo Escobar, coordinador de diputados del PVEM, dijo: “Si viviera en México, se daría cuenta que todas sus preguntas se respondieron en el debate que se dio en el Congreso”. Escobar descalifica a un mexicano por no vivir en su país, alarde patriotero que recuerda tristemente al nacionalsocialismo. Se puede vivir en China y saber lo que pasa aquí. Por lo demás, quienes vivimos en el país difícilmente entendemos lo que dicen los diputados (para colmo, la reforma energética se aprobó en fast track el día de la Virgen de Guadalupe).
Hay otras preguntas, no planteadas por Cuarón. La política energética dependerá de una Comisión de Hidrocarburos y del Consejo de Administración de Pemex. ¿Cómo se escogerá a esas personas? Lozoya dijo en entrevistas que serán expertos de reconocida independencia. Eso suena muy bien, pero es una valoración subjetiva. Para ser profesor titular C en la UNAM hay que tener doctorado, obra publicada, experiencia docente, participación en congresos; en suma: cumplir con requisitos objetivos. ¿Quiénes serán los superhéroes capaces de resistir las tentaciones multimillonarias de las compañías petroleras, con sabiduría técnica para decidir la explotación e inquebrantable integridad?
El margen de ganancia de las transnacionales dependerá de la dificultad de la explotación en aguas profundas y de la inversión y el tiempo necesarios para hacerla. No hay claridad sobre el grado de participación de Pemex (en este caso sinónimo del país).
La primera víctima de las reformas ha sido el lenguaje. Estamos como en el espacio exterior: nadie oye nuestro grito. La trama de Gravity puede ser vista como una metáfora de la realidad nacional: vamos en una nave a la deriva, donde urge una respuesta orientadora.
En medio del sinsentido, una vieja costumbre cultural adquiere el valor de la rebeldía: hacer preguntas.
Leída en http://criteriohidalgo.com/notas.asp?id=234603
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