Inflación, carestía, ausencia de obra pública, presupuestos incompletos, pérdida de productividad, desempleo, disminución del gasto público y un crecimiento mediocre aumentan la tensión social, la ira y la inconformidad. Esta descripción, que parece actual, no lo es. Se escribió en este mismo espacio el 15 de mayo pasado en un texto intitulado “Toluca no es México”. El señalado con los índices de todos esos males era el secretario de Hacienda, Luis Videgaray, quien decía que no había nada anormal, pese a que el pensamiento convencional sugería que el poderoso funcionario, estaba en declive. Pero percepción no es realidad. Si el Presidente lo respaldaba –y con el paso de los meses amplió sus funciones y poder en el gobierno-, es porque había un diseño detrás.
Hace un año se describió aquí: “Videgaray está haciendo en la tesorería nacional lo mismo que hizo durante los dos primeros años como responsable de la tesorería del estado de México en el gobierno de Peña Nieto cuando deshidrató la economía para que todos se apretaran el cinturón y, medio año antes de las elecciones federales intermedias, abrió la llave del presupuesto para que en la bonanza, los electores se olvidaran de los malos momentos y votaran por el PRI”.
No era un asunto económico, se indicaba, sino de política-electoral. Varios personajes habían señalado al Presidente que no cuadraban los números del secretario y que estaba lastimando mucho a los sectores productivos y a la población. El texto de mayo pasado interpretaba las quejas: “La deshidratación económica que lleva a cabo Videgaray… parece olvidar que Toluca no es la ciudad de México, ni las finanzas estatales son iguales a las nacionales, ni los problemas locales tienen el mismo comportamiento que los nacionales. De eso, aprenderá rápido”. Un año después sólo hay que corregir una afirmación. Toluca sí es México, y no lo aprendió; lo sabía.
El presupuesto no fue entregado hasta el otoño de 2013 y el crecimiento económico tuvo un comportamiento mediocre. El Presidente dijo públicamente que la curva de aprendizaje si había sido larga, y que habían incidido factores exógenos –la economía de Estados Unidos- al comportamiento general, pero las críticas a su secretario de Hacienda no le hicieron mella, ni cambiaron el rumbo del gobierno. En 2014 hay carestía, ausencia de obra pública, presupuestos que no terminan de entregarse, disminución del gasto público, pérdida de productividad, desempleo, y un crecimiento para este año que varias instituciones han reajustado a la baja.
La variable adicional a lo que sucedía hace un año es que el sector empresarial, que tenía altas expectativas con Peña Nieto, está decepcionado y molesto. La reforma fiscal los irritó y los puso en confrontación directa con el gobierno. Pero en los hechos, ciertamente, Toluca sí es México. Los agentes económicos patalean pero se subordinan, gritan, pero agachan la cabeza cuando Videgaray los voltea a ver con ojos de fuego. Todos se quejan de lo inaccesible que es, pero todos actúan –públicamente- en forma domesticada. Se molestan cuando el jefe de la Oficina de la Presidencia, Aurelio Nuño, los convoca a para recordarles cuáles son los objetivos del gobierno, las clases bajas, no ellos, pero no se atreven a dejar de ir a cuanta reunión o evento los citen en Los Pinos.
El Presidente y el secretario de Hacienda parecer tener un diagnóstico atinado de las élites del poder en México y han visto cuánto pueden apretarlas sin que el crujido de sus maderos signifique peligro para la nave que conducen al puerto imaginado. Hay un proyecto claro en la mente de Peña Nieto y un ejecutor en Videgaray. El poder está por encima de todas las cosas, y mantener la Presidencia es el fin. La receta de Toluca se la están aplicando a todo el país sin engaños.
La economía, se puede argumentar, dejará de deshidratarse cuando convenga a los tiempos políticos del Presidente. Este es un gobierno que no engaña. Se maneja con un libreto para el que Videgaray tiene un cronograma sobre qué es lo que va a hacer el gobierno cada semana. Cuando hay un evento inesperado, Peña Nieto, que es un pragmático puro, altera el mapa de navegación, atiende la emergencia política o económica y encuentra otro camino para llegar al destino. La primera meta para mantener la Presidencia son las elecciones federales de junio de 2015, y todo se subordina a ese objetivo, como en Toluca lo hicieron, cuando en las elecciones intermedias arrasaron y plancharon el futuro. El reloj político del Presidente es lo que determina los tiempos y las estrategias. Y como se ha visto en un año, hasta los que más gritan, se aguantan.
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