sábado, 10 de mayo de 2014

René Delgado - En la ladera

En la ladera
El país comienza a resbalar de nuevo por la misma ladera que, desde hace años, lo viene haciendo: la del desencuentro que crispa los nervios y, en la desesperación, polariza las posturas hasta neutralizar la acción y confunde el futuro anhelado con el pasado reiterado para empantanarse en el presente continuo.
Imaginar que, de nuevo, el sentimiento de incomprensión embargue a quienes llevan las riendas del gobierno y en tal circunstancia incurran en la terquedad de imponer su voluntad, creyendo así salvar la patria a solas, repone la idea de que la alternancia es una cuestión de turno, pero no la oportunidad de construir una alternativa. Imaginar que, de nuevo, las oposiciones hagan de la resistencia o la transa el refugio de su vocación por el no-poder y el modus vivendi de su incompetencia anula la elección como la posibilidad de escoger algo distinto. Imaginar que, en la descomposición de los partidos y la debilidad del gobierno, los poderes fácticos se animen a recuperar y ampliar el territorio perdido inclina en vez de emparejar el terreno de juego. Imaginar que, en el marasmo, los actores activos de la sociedad confundan el vacío con el paraíso de su protagonismo y el fracaso del contrario con su triunfo desvanece la participación ciudadana como factor de equilibrio. Imaginar eso… desmorona la esperanza y repone el horizonte de la confrontación sin destino.




Esta semana quedó exhibido el miedo a reconocer errores y ensayar nuevas fórmulas frente a los problemas y, sobra decirlo, quienes no superan el miedo, se paralizan. Pueden seguir por donde van, pero eso no garantiza llegar a donde quieren. De seguir con miedo, el país resbalará de nuevo por la ladera conocida… pero más rápido.
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De no ser por el peligro que entraña caer más abajo de donde el país se encuentra, es de locos advertir cuanto ocurre en estos días.
Si el año pasado, el gobierno y los partidos encontraron en el arrojo, la velocidad y la secrecía la oportunidad de sacar adelante las reformas estructurales en el nivel constitucional, es evidente que esos recursos agotaron su posibilidad. De ahí, el empantanamiento de la reglamentación y la instrumentación de las reformas. Ahora son muchas las voces individuales y colectivas que reclaman abrir el debate y legislar de cara y no espaldas a la nación.
Insistir en continuar por aquella ruta, cuando el truco de su magia perdió su efecto, está dando lugar a absurdos descomunales. El Senado aventura fechas para realizar periodos extraordinarios, sin contar con los dictámenes legislativos sujetos a discusión y aprobación. En qué cabeza cabe fijar una fecha perentoria para resolver un problema, cuando ni siquiera hay acuerdos mínimos para abordarlo y resolverlo.
En esa tesitura, dictaminar y aprobar la reforma político-electoral como sea, con el único propósito de destrabar las otras reformas, terminará por colapsar el régimen electoral y, el año entrante si no es que antes, se cobrará la dimensión del error que se construye ahora. No sólo habrá conflictos postelectorales, también los habrá preelectorales. Y es que el mazacote legislativo en materia electoral aprobado a nivel constitucional demanda reglamentar el proceso electoral con extremo cuidado, si no se quiere hacer más grande el problema que se pretende resolver.
Al apresuramiento por sacar adelante las reformas se sumó otra locura. Se aprobaron las reformas constitucionales, se integraron los órganos responsables de instrumentarlas, pero no se aprobaron las leyes reglamentarias y, entonces, hoy se da el absurdo de contar con nuevos institutos cuyos órganos de gobierno carecen de las herramientas de trabajo.
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El gobierno se encuentra frente a un desafío enorme. Al abrir tantos frentes al mismo tiempo, y remover las viejas y pesadas estructuras donde los poderes fácticos amparaban sus intereses y privilegios sin haber asegurado la edificación de las nuevas estructuras, se colocó en una situación de extrema fragilidad. El gobierno está en el aire. Cualquier vendaval, relacionado o no con el foco de su interés, puede comprometer su estabilidad.
Aunado a ello, los puntos de apoyo donde el gobierno apalancó la posibilidad de echar andar las reformas desaparecieron. Las oposiciones de derecha e izquierda están muy preocupadas por la situación, pero están más ocupadas en pelear la dirección de su respectivo partido, asegurar las correspondientes prerrogativas y amarrar a su gente en las candidaturas del año entrante. Si las oposiciones sirvieron para asegurar la aprobación de las reformas a nivel constitucional, hoy no garantizan aprobarlas a nivel reglamentario.
En el colmo de la fragilidad, el gobierno no puede apoyarse en éste o aquel factor de poder para asegurar ésta o aquella otra reforma. Tantos frentes abrió, que el recelo domina a esos factores y es más probable que, entre ellos, cierren la pinza para atenazar al gobierno. Y lo peor, el gobierno no voltea a ver a la sociedad como un posible aliado. La mira de lejos, si la mira.
Ahí se explica por qué las preguntas de un cineasta, sobre los términos de la reforma en materia de energía, desbalancean al gobierno. Ahí se explica por qué un puñado de jóvenes diestros en el manejo y en la participación a través de las redes derrumba el dictamen de la ley de telecomunicaciones. Ahí se explica por qué el exhorto del dirigente de unas brigadas de autodefensa a debatir, aunque sea por Skype, tambalea la estrategia de seguridad seguida en Michoacán, y al héroe de ayer se le convierte hoy en villano.
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Los días transcurren y la locura de su expresión advierte que el país está a punto de repetir el camino, más de una vez recorrido: el del desencuentro que paraliza la acción de gobierno y desvanece la posibilidad de reponer un mejor horizonte.
De ahí la insistencia de explorar nuevos derroteros, de replantear la estrategia y fijar una hoja de ruta que asegure consolidar parte de lo avanzado en vez de exponerlo a un rebote que, en su fuerza, haga resbalar al país de nuevo por la ladera conocida.
sobreaviso12@gmail.com


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