La agresión tan artera simplemente es algo que el gobierno no va a tolerar”.
Héctor Serrano
Se va haciendo costumbre. Este 27 de mayo dos policías del Estado de México fueron asesinados y tres quedaron gravemente heridos tras un linchamiento en Tlalamac, en el municipio mexiquense de Atlautla. Los policías habían matado y herido a dos presuntos talamontes que buscaban evadirse de un operativo de Probosque. Un grupo de pobladores secuestró a los policías y los golpeó hasta causar la muerte a dos y dejar a los otros tres gravemente heridos.
Unos días antes, el 22 de mayo, un centenar de policías fueron lesionados en un operativo en San Bartolo Ameyalco, en la Ciudad de México, que buscaba proteger la realización de una obra hidráulica. Cinco de los policías quedaron heridos de gravedad. El secretario de Seguridad Pública de la Ciudad de México, Jesús Rodríguez Almeida, calificó el acto de “brutalidad ciudadana”.
Los casos de ataques y linchamientos de policías son cada vez más frecuentes. Uno de los más dramáticos de los últimos años fue el linchamiento de tres policías federales de investigación en San Juan Ixtayopan, Tláhuac, en 2004. Dos fueron quemados vivos y uno quedó gravemente herido. El entonces secretario de Seguridad Pública capitalino, Marcelo Ebrard, fue destituido por el presidente Vicente Fox por supuestamente no haber actuado de manera oportuna.
Algunos ven los linchamientos como algo normal e incluso deseable. En junio de 2001 el entonces jefe de Gobierno de la Ciudad de México, Andrés Manuel López Obrador, se refirió al linchamiento de un presunto ladrón de imágenes religiosas en Santa Magdalena Petlacalco, Tlalpan, de la manera siguiente: “Con las tradiciones de un pueblo, con sus creencias, vale más no meterse. Es parte de la cultura y creencias de los pueblos originarios, que representan al México que no termina por irse, el México profundo”.
La excusa del México profundo ha sido común para justificar la inacción de las autoridades ante los linchamientos. Sin embargo, la doctora Cristina Oehmichen del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM afirmaba en un escrito en 2004: “Esta caracterización está impregnada de racismo, pues tiende a asociar el modo de vida rural con el atraso, la ignorancia y la barbarie”.
La mayoría de los linchamientos en México quedan impunes, especialmente los de policías. La saña en estos casos es enorme. Nadie que vea el video de un linchamiento puede quedar tranquilo. Pero la autoridad teme sancionar a quienes cometen delitos al amparo de una turba o grupo político. Por otra parte, las comisiones de derechos humanos toman medidas contra los policías que cometen faltas en el ejercicio de su labor, pero no se preocupan por las agresiones contra policías.
Los linchamientos son producto en parte de un Estado que gasta dinero a manos llenas en programas superfluos, subsidios y burocracias, pero que falla en su mandato más importante: garantizar la seguridad de los gobernados. Otro factor es la falta de respeto y legitimidad de la autoridad; de nada han servido las sistemáticas campañas de radio y televisión en que gobierno y legisladores afirman estar trabajando con eficiencia para los gobernados. Quizá el factor principal que promueve los linchamientos, particularmente contra los policías, es, sin embargo, la impunidad. En otros países las agresiones a policías se castigan más severamente que otras; en México agredir a un policía se premia con notoriedad social sin que se reciba ningún castigo.
Si no cambia la actuación de la autoridad seguiremos teniendo linchamientos, especialmente de policías. Los comandantes deberían advertir a sus subalternos antes de mandarlos a un operativo que podrán ser torturados y asesinados sin que nadie pueda defenderlos o castigar a quienes los agreden.
COMPLICAR LAS COSAS
Sólo un presunto responsable ha sido detenido por el linchamiento de cinco policías en Tlalamac pese a que muchos otros han sido identificados. “Ayer las circunstancias no estaban para complicar las cosas”, explicó el secretario de Seguridad mexiquense, Damián Canales.
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