Christine Lagarde, directora gerente del Fondo Monetario Internacional aplaudió durante su reciente visita al país las reformas aprobadas dentro del Pacto por México,y al citar un poema de Octavio Paz dijo: Merece lo que sueñas. Lo que ella, al final de un discurso, tradujo como “atreverse a soñar”.
Sin embargo, en un país donde la perversidad se ha apoderado de la política, soñar puede ser un error. La buena fe, los sueños nacionales del presidente de la república pueden traducirse, en el ejercicio del poder, en una conducta equivocada.
Las reformas estructurales a las que se refirió Lagarde, las que ya se lograron y las que están en vías de ser aprobadas, han sido transmutadas por la oposición en una vulgar mercancía de trueque y chantaje; en un mercado de negociaciones, concesiones y renuncias donde el sueño se ha convertido en pesadilla.
La realidad ha demostrado que en México está prohibido ser un político honorable, un soñador, un idealista. La sinceridad con la que habló el primer mandatario a los partidos políticos, desde el primer día de su mandato, le ha costado caro. A él, a su gobierno y al país mismo.
Haberle confesado al PAN, al PRD y a la opinión pública en general que el eje fundamental de su sexenio sería la aprobación de la reforma energética ha convertido su administración en rehén de un grupo de secuestradores que ponen cada día un precio más alto a la liberación de la víctima.
¿Cuánto le cuesta y le sigue costando al gobierno mantener en la mesa de negociaciones las dos principales fuerzas opositoras? ¿Cuánto dinero, cuánto desgaste? Pero sobre todo: ¿cuánta cesión de dignidad, de autoridad, de imagen?
La autoridad le ha abierto a la oposición el ropero y le ha dado todo: las camisas, los pantalones, los calcetines y la ropa interior.
Más grave todavía: se ve a los secuestradores condicionar la aprobación de la reforma energética a la adulteración de otras reformas. Al país le queda claro que la Ley de Telecomunicaciones, la Político Electoral y otras no son redactadas de acuerdo con lo que el país necesita sino en función de las amenazas que los partidos arrojan, un día y otro también, a la cara del Ejecutivo federal.
Para decirlo de otra forma: la transición mexicana ha dejado de construirse a partir de un pacto democrático serio y responsable, para dejar que la coerción sea la que decida y defina el contenido del cambio nacional.
A estas alturas ya no se sabe qué tipo de reforma energética podrá aprobarse y si valió la pena permitir que se encareciera tanto la negociación.
Se trata, sin duda, de la reforma más cara, no sólo por lo antes dicho, sino porque la “sequedad” de la economía, la falta de recursos en el bolsillo del ciudadano se debe a que mucho de ese dinero, en lugar de ser invertido en fuentes de empleo, se desvía a pagar voluntades políticas.
El final podría ser de tragedia griega: tener una ley que poco aporte a la transformación nacional.
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