PRIMER TIEMPO
El que a hierro mata, ¿a hierro debe morir?
Mientras caía Purificación Carpinteyro, debe haber sentido Luis Téllez una justicia poética. En 2009 ella difundió grabaciones privadas de él que eran de carácter privado para tirarlo como secretario de Comunicaciones, el cargo que ambicionaba. Téllez, hundido en un escándalo político, tuvo la inteligencia de presentarle la renuncia al presidente Felipe Calderón para quitarle un problema de encima, y su congruencia pública –sus palabras críticas para personajes políticos le causaron la enemistad eterna de ellos- le valió que la Bolsa Mexicana de Valores lo recuperara como líder del mercado bursátil. Carpinteyro pagó en esos mismos términos esta semana, al difundirse una grabación en donde hablaba de hacer un negocio de telefonía celular virtual cuya legislación para que se creara el mercado, ayudó a construir y a votar. La diputada del PRD entró en un conflicto de interés porque es secretaria de la Comisión de Telecomunicaciones, y violó el reglamento interno de la Cámara porque al entrar en ese dilema, no notificó al Congreso ni se excusó, hasta que fue pillada en la grabación y obligada a hacerlo. Carpinteyro dijo que presentaría una denuncia para que se investigue quién la espió y quién difundió la grabación, porque bien dijo, es un delito.
Eso debió haber reflexionado en 2009, cuando utilizó una grabación igualmente ilegal para sus fines políticos, que ella no hizo, pero sí difundió. Es decir, violó la ley que ahora invoca para que le haga justicia. El recurso de utilizar grabaciones obtenidas ilegalmente se ha vuelto una forma de hacer política, sucia y miserable, pero eficaz. Carpinteyro lo demostró con Téllez y encontró en los medios electrónicos, principalmente, su mejor altoparlante para amplificar el ataque. Carpinteyro lo ha vivido ahora cuando en los mismos medios electrónicos, con el pesar por lo que le sucedió a su aliada, se tuvieron que sumar a la exhibición de los actos ilegítimos de la diputada. Pero una cosa que ha dicho, aunque sea incongruente con sus actos pasados, no puede soslayarse: el espionaje político debe sancionarse.
SEGUNDO TIEMPO:
Cuándo sí, y cuándo brincar la fina línea
Hace varios años, el Chicago Sun-Times estuvo en la antesala de ganar un Premio Pulitzer por periodismo de investigación, por haber expuesto la corrupción en el Departamento de Policía de Chicago que motivó a una profunda reorganización. Todo el jurado votaba por el diario, pero uno de ellos, el legendario director de The Washington Post, Benjamín Bradlee, dijo que no podían premiar a un medio que para denunciar violaciones a la ley, había violado la ley. El Sun-Times, en efecto, había manejado subrepticiamente un bar, el “Myriad”, a un costado de las centrales policiales, atendido por una pareja de reporteros que se hacían pasar como matrimonio. Durante todo el semestre fueron recogiendo información que soltaban los policías en las mesas llenas de cervezas y licores para profundizarla y demostrar su corrupción. El alegato de Bradlee, profundamente ortodoxo, fue persuasivo: el jurado no le otorgó la máxima presea del periodismo estadounidense. Pero podría habérselo dado bajo la racional del utilitarismo de John Stuart Mill del mayor bien para el mayor número de gente. La investigación del periódico llevó un enorme bien a la población de Chicago, donde el beneficio de haber utilizado un recurso ilegal para demostrar la ilegalidad, superó al costo de hacerlo. En términos de ética periodística, la difusión de las grabaciones de Purificación Carpinteyro encajan en la filosofía del utilitarismo, porque al exhibir el conflicto de interés al buscar financiamiento para un negocio de telecomunicaciones mientras es una diputada clave en el tema de las telecomunicaciones, era irrelevante si actuaba con absoluta pulcritud y honestidad en el Congreso; su proceder siempre iba a estar bajo sospecha. Hace años también, una corresponsal del The New York Times que cubría la Suprema Corte de Justicia, Linda Greenhouse, marchó en una manifestación para fortalecer la despenalización del aborto, por lo cual sus editores le llamaron la atención. Su argumento que era un tema de vida privada realizado en su día de descanso, no fue suficiente para convencer a sus jefes que había actuado bien. Al ser un tema que era parte de su cobertura diaria, su equilibrio y balance en la información (la objetividad e imparcialidad) iban siempre a quedar en entredicho por lo difícil que es para un individuo separar sus motivaciones privadas de su trabajo público, y dañaría su credibilidad. Greenhouse ya no volvió a marchar y años después, le otorgaron un Premio Pulitzer por su excepcional cobertura de la Suprema Corte.
TERCER TIEMPO:
Los gritos que tienen verdades y trampas
Al verse forzada a excusarse de la discusión de la ley secundaria de telecomunicaciones, en vísperas de iniciar el debate final, la diputada Purificación Carpinteyro dijo que su acción –que no fue voluntaria- debía servir como ejemplo para todos aquellos legisladores que están vinculados a las televisoras, a las que se llama coloquialmente como la telebancada. El argumento parece sólido, pero no lo es. Primero, porque todos los legisladores, como prácticamente todos de quienes están en la vida pública, representan grupos de interés, por lo que su alegato es un sofisma dirigido a la gradería. Segundo, más importante, porque ella, que también representa intereses políticos y empresariales, no la obligaron a excusarse en medio de un escándalo por defenderlos e impulsarlos, sino porque la atraparon haciendo un negocio en un campo de su competencia parlamentaria. Fue su ilegitimidad, quizás ilegalidad, lo que le costó esta parte de su carrera, no lo otro. Pero más allá de eso, inclusive por encima de que ella pagó con la Ley de Talión lo que hizo en 2009 contra el ex secretario de Comunicaciones, Luis Téllez, el espionaje al que fue sometida es una práctica inaceptable. La verdad es que se puede dar porque durante más de una década en que se ha convertido en la extensión clandestina de la política, nada de ello se han sancionado. Gobiernos panistas y empresarios han utilizado el espionaje para avanzar sus intereses. Políticos priistas se han extasiado golpeándose entre ellos para apagar ambiciones y anular potenciales adversarios. En el camino se han destrozado famas y estigmatizado a personajes. En algunos casos ha sido totalmente injusto, y ya no pueden revertir el descrédito; en otros, sólo por esa vía se han podido frenar sus abusos y formas cínicas de conducirse. En el balance de la última década, han sido más los casos de daño que de beneficio, aunque quedará la duda mientras la línea del tiempo despeja la humareda de estos años, si al final inclusive los excesos resultaron en un beneficio para las mayorías, y si el México que sobrevivió esta larga época donde domina la escuela del escándalo, produjo un mejor país.
rrivapalacio@ejecentral.com.mx
twitter: @rivapa
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