sábado, 7 de junio de 2014

Beatriz Pagés - Felipe VI, monarquía incierta

“Los Borbones se han ido al exilio cinco veces y cinco veces han vuelto”, declaró en una entrevista el senador del Partido Nacionalista Vasco, Iñaki Anasagasti.
 
Hoy existeuna placenta que podría derivar en un sexto exilio. Aunque el Partido Popular —actualmente en el gobierno— y el Partido Socialista votarán en el Congreso a favor del relevo de Juan Carlos I, eso no garantiza la estabilidad política de España.
 
Más bien, podría complicarla, porque hay una semilla que ha comenzado a germinar en una parte de la sociedad española, sobre todo entre las nuevas generaciones, que exigen poner fin a la monarquía e iniciar el tránsito hacia una república.
 
El papel que jugó el rey Juan Carlos en el desmantelamiento de la dictadura franquista y en la construcción de las instituciones democráticas es innegable, sin embargo, la España del siglo XXI se cuece aparte.
 
 
 
 
 
 
 
 

 
La crisis económica más severa que sufre la Península Ibérica, desde de la Guerra Civil y a partir —en 2008— del estallido de la Gran Recesión, se ha convertido en una crisis política e institucional de incalculables consecuencias.
 
Esos miles de españoles que hoy salen a las calles —alentados, sobre todo, por Izquierda Unida y el socialismo más radical— para exigir un referéndumque permita a los ciudadanos decidir si quieren una monarquía o una república no estarían en las plazas si la economía no hubiera mermado, como ha mermado, su calidad de vida.
 
La infinidad de casos de corrupción de la Casa Real en la que han estado involucrados lo mismo el rey que sus hijas, hijo, nuera y yernos ha detonado un cambio en la mentalidad no sólo de las nuevas generaciones, sino de los españoles que nacieron y crecieron bajo los valores de la monarquía.
 
Fuenteovejuna presente en cada casa y mesa de millones de familias empobrecidas se pregunta, al comparar el detrimento de su nivel de vida con el enriquecimiento de la familia real: ¿Para qué queremos un rey?
 
Una frase que germina como idea inquietante en la conciencia colectiva española yque conlleva infinitos significados e infinitas consecuencias. El mismo Iñaki Anasagasti lo adelantó: “Mariano Rajoy insiste en que no hay votos suficientes en el Congreso para aprobar el referéndum; que lo siga diciendo, al final eso sirve para desafiar e ir calentando el ambiente”.
 
Se advierte, sin embargo, que los grupos más conservadores insisten en negar la realidad.
 
El indudable despertar de un movimiento social que exige que se tomen las decisiones de gobierno a partir de lo que se dice en la calle, y ya no en la encerrona de palacio, contrasta con quienes creen que asumiendo posiciones de antaño, de corte franquista o monárquico, podrán impedir el paso de un río de conciencia cuya fuerza ya es imparable.
 
Hay frases en altos funcionarios que evidencian una ceguera y cerrazón política que suelen presagiar cosas peores: “La Casa Real dice que no se inicia una nueva época o tiempo”, “Lo que no está en la Constitución no existe”, dijo con absoluta contundencia el fiscal del Estado Español, al fijar su posición con respecto al referéndum.
 
Lo dijo como si la Constitución y la misma sociedad española estuvieran muertas o congeladas en una fotografía del Palacio del Pardo.
 
El proceso separatista de Cataluña se cierne como otra trágica amenaza sobre la unidad de España. Al cierre de esta edición y a unos días de que se discuta en el Congreso el proyecto de ley de abdicación, la Unión Democrática de Cataluña decidió abstenerse de votar por considerar que a ellos ya no les viene ni les va la sucesión.
 
Para decirlo con las mismas palabras que recoge nuestro corresponsal en Madrid, Regino Díaz Redondo: “no nos interesa lo que vaya a pasar en España si nos vamos a ir de ella pronto”.
El príncipe de Asturias será, sin duda, coronado como Felipe VI, pero eso no impedirá que el sino de los Borbón se repita. Todo es cuestión de tiempo.
 
 
 

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