sábado, 7 de junio de 2014

Jaime Sánchez Susarrey - Espejo Europeo

Las elecciones parlamentarias europeas, celebradas a finales de mayo, fueron un terremoto; en particular, para Francia y Gran Bretaña.

El Partido Conservador, en el poder, y el Partido Laborista fueron derrotados por el Partido de la Independencia del Reino Unido (UKIP).

En Francia, los socialistas (encabezados por Hollande) y la UMP (identificada con Sarkozy) fueron batidos por el Frente Nacional.

Tanto el UKIP, como el Frente Nacional son partidos xenófobos, radicalmente opuestos a la integración europea.

El giro del electorado francés y británico se explica por la crisis económica de 2008 y sus terribles consecuencias, que no acaban de ser superadas. El hartazgo y la radicalización son sus sellos.









Pero, ¿qué diablos tiene esto que ver con México? Las diferencias son evidentes: el impacto de la crisis económica fue inmensamente menor aquí; no formamos parte de una comunidad y no hay fuerza que sostenga un giro radical, como la salida del Tratado de Libre Comercio.

Hay, sin embargo, signos y datos que deben ser leídos con atención. La encuesta Mitofsky, al cumplirse el primer cuarto de la administración de Peña Nieto, arroja los siguientes resultados.

EPN tiene una aprobación de 49 por ciento contra 50, lo que no parece muy malo de entrada. Pero si se le compara con los gobiernos anteriores, para el mismo periodo, el resultado es preocupante: CSG, 75 por ciento contra 16; VF, 63 por ciento contra 30; FC, 61 contra 37.

Primera apostilla: EPN sólo supera al gobierno de EZP que, durante el periodo correspondiente, registra 34 por ciento de aprobación contra 63 por ciento. Pero, en mayo de 1996, el país y la economía atravesaban por la peor crisis económica de la historia del siglo XX.

Segunda apostilla: Felipe Calderón tomó posesión en medio de una confrontación sin precedente. El ínfimo margen (0.56 por ciento) con que se impuso y la astuta campaña de López Obrador contra el presunto fraude electoral hicieron que, un año después, el 40 por ciento de la población considerara que el 2 de julio de 2006 se había cometido un gran atraco.

Pese a esa percepción, mayo de 2008 registró una aprobación del 61 por ciento, es decir, 12 puntos por encima de la que obtiene EPN seis años después. Sin embargo, el margen de victoria de Peña sobre López fue de 6 puntos.

A lo que hay que agregar que el saldo del gobierno de Calderón fue lamentable en materia de seguridad (la violencia desatada y los 60 mil muertos o más); amén de la ineficacia y mediocridad del gabinete (verbi gratia, Alejandro Poiré en Gobernación y Marisela Morales en la PGR). Si bien, vale advertir, en 2012 el grado de aprobación de FC era del 45 por ciento.

¿Cómo explicar entonces que EPN, habiendo recibido el país en medio de una crisis de violencia e inseguridad sin precedente, y con una ciudadanía harta de 12 años de alternancia, no logre alcanzar siquiera la popularidad de Calderón en el primer cuarto de su gobierno?

Más aún, cuando después de un impasse de 15 años logró pasar, mediante el Pacto por México, las reformas constitucionales en Educación, Telecomunicaciones, Energía y Fiscal.

Esbozo explicaciones plausibles.

Hay un punto, tal vez el único, donde el balance del gobierno de Calderón fue suficientemente aceptable: libró la crisis de 2008 con un eficaz control de daños, mantuvo la estabilidad económica y cerró su administración con un crecimiento de 3.9 por ciento.

Bajo EPN, en 2013, el crecimiento cayó al 1.3 por ciento y, a la fecha, no hay recuperación. El 73.1 por ciento de la población considera que la economía está peor ahora.

En seguridad ha habido avances (reducción del número de asesinatos), pero también retrocesos (fuerte incremento del número de secuestros). Siete de cada diez ciudadanos consideran malo el desempeño del gobierno en esta materia.

La "reforma fiscal" ha lesionado a diferentes sectores de la población: los de bajos ingresos que deben pagar impuestos a los alimentos azucarados, los pequeños y medianos negocios que son arrinconados por el SAT, los contribuyentes en general que deben someterse a una tramitología compleja y barroca, etcétera.

Finalmente, las cacareadas reformas estructurales no se han traducido en mayor crecimiento y más empleo. Antes al contrario, la avidez del SAT empuja al cierre de pequeños negocios o funciona como un dique a la expansión y crecimiento.

Concluyo: el fracaso de EPN no tiene que ser estrepitoso, basta que sus rendimientos sean nulos o escasos. El hartazgo y desencanto, que así se acumularán, buscarán expresarse en 2018... Y entonces la hora de AMLO habrá llegado.


@sanchezsusarrey

Leído en Reforma

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