Querían tan poco y les dieron tanto
Tan pronto como Carlos Salinas asumió la Presidencia en diciembre de 1988, el delegado apostólico de la Santa Sede, Girolamo Prigione, que era el entonces embajador del Estado vaticano en México, buscó un acercamiento con Los Pinos. A través de un viejo amigo, se concretó un sábado de 1989 con una comida sabatina en una hermosa casa en el Rancho San Francisco, en el sur poniente boscoso de la ciudad de México. En una mesa de madera, el poderoso director de Comunicación Social de la Presidencia, Otto Granados, le preguntó a Prigione, que estaba enfrente de él: “Y ¿qué es lo que quieren?”. Prigione sorprendió a los pocos presentes del primer encuentro informal entre el representante de El Vaticano y el gobierno de Salinas, quien en su toma de posesión ya había dado señales de querer tener una relación diferente con la Iglesia Católica, al haber invitado a sus jerarcas a la toma de posesión. “Queremos una especie de Protocolo de Belgrado”, respondió el nuncio, un hombre alto y delgado, de finos rasgos y modales. Prigione se refería al documento que firmó la Santa Sede con el gobierno comunista del mariscal Tito en Yugoslavia en 1966, donde se le reconocía personalidad jurídica a la Iglesia Católica y se intercambiaban representantes, con privilegios diplomáticos, sin rango de embajadores.
No quería más El Vaticano del gobierno mexicano que restaurar lo que durante más de un siglo se les había negado: el derecho a existir jurídicamente. Granados llevó el mensaje a Salinas, quien mandó señales públicas que había escuchado con atención, con fotografías religiosas sin contexto alguno en el extinto periódico gubernamental El Nacional, que dirigía uno de los hombres más cercanos al Presidente, José Carreño Carlón. Salinas nombró negociadores para hablar con los representantes de El Vaticano, y el 18 de diciembre de 1992, la Cámara de Diputados aprobó cambios constitucionales en los artículos 3, 5, 24, 27 y 130, con lo que se allanó el camino para que ese mismo mes, se anunciara el restablecimiento de las relaciones entre los dos estados. Este sábado se escribe un nuevo capítulo de esta joven historia del reencuentro entre los estados, cuando el presidente Enrique Peña Nieto se convierta en el primer jefe de Estado mexicano que visita, única y exclusivamente al Papa en Italia, donde se encuentra el enclave vaticano, para una reunión con otro jefe de Estado, de la Iglesia Católica, para hablar de asuntos políticos, no para una visita de cortesía.
SEGUNDO TIEMPO
Líderes religiosos con vidas un poco extrañas
El 24 de mayo de 1993, se aproximaba a Guadalajara el avión comercial en donde viajaba Girolamo Prigione, el delegado de la Santa Sede en México, cuando en el estacionamiento del aeropuerto se suscitó una balacera. Sicarios del Cártel de Tijuana iban a cobrar la afrenta que Joaquín “El Chapo” Guzmán había hecho en noviembre de 1992 en Puerto Vallarta, cuando sus hombres intentaron asesinar a Francisco Javier y Ramón Arellano Félix, jefes del Cártel de Tijuana, en la discoteca “Cristine”. En la balacera murió en el asiento junto al conductor del automóvil Grand Marquis en el que iba, el cardenal Juan José Posadas Ocampo, arzobispo de la Arquidiócesis de Guadalajara. Posadas Ocampo iba a recibir a Prigione, con quien celebraría la fiesta litúrgica de “Cristóbal Magallanes y sus compañeros mártires”, un sacerdote que murió durante la Guerra Cristera. Pero también, fuera del programa oficial, iba a inaugurar una mueblería de un amigo del cardenal, Eduardo González Quirarte, publirrelacionista del Cártel de Juárez, y que fue asesinado pocos años después de Posadas Ocampo. El asesinato del cardenal estremeció a México y sacó a relucir algunas relaciones extrañas de la jerarquía eclesiástica. Posadas Ocampo fue ordenado en la diócesis de Tijuana, donde le sucedió Emilio Berlié, actualmente arzobispo de Yucatán. A Berlié lo sustituyó Gerardo Montaño Rubio, bajo cuya dirección, la diócesis de Tijuana tuvo un importante crecimiento material. Montaño Rubio reunió al jefe del Cártel de Tijuana, Ramón Arellano Félix, con Berlié, que arregló una conversación privada del narcotraficante, en la ciudad de México, con Prigione. Aunque los jefes de los cárteles de Tijuana y Sinaloa venían del árbol de Miguel Ángel Félix Gallardo, jefe del Cártel de Guadalajara, estaban enfrentados. La PGR, entonces encabezada por Jorge Carpizo, concluyó que Posadas Ocampo había sido asesinado por equivocación, lo cual nunca fue aceptado por la Arquidiócesis de Guadalajara, que en la voz del cardenal Juan Sandoval Íñiguez, afirmó que había sido ejecutado deliberadamente. En las cantinas de Mazatlán recogió la PGR información no judicializada, de un sicario apodado “El Güero Jaiba” –un narcotraficante con un apodo similar fue detenido años después en Veracruz-, que vociferaba que había asesinado a Posadas Ocampo. Nunca se pudo saber exactamente a qué se refería, porque no vivió para contarlo.
TERCER TIEMPO
La obsesión de Sandoval Íñiguez
Fue un crimen de Estado dijo desde un primer momento. Consistente, el cardenal Juan Sandoval Íñiguez, vinculado con algunos prominentes miembros de la extrema derecha tapatía, se enfrentó con el procurador Jorge Carpizo cuando afirmó que el cardenal Juan José Posadas Ocampo había muerto por una confusión en un fuego cruzado. Crimen de Estado, ha insistido, porque como dijo un testigo, el ex militar Marco Enrique Torres García en 1999, el cardenal tenía documentos que involucraban a altos funcionarios con los cárteles de la droga. Tenían que recuperar los documentos, cuenta la versión no oficial del asesinato, aunque no resuelve el porqué habrían de asesinarlo al mediodía en una zona altamente congestionada, para quitarle documentos que nunca le quitaron porque, entre otras razones, no llevaba nada. Todos los fiscales para el Caso Posadas Ocampo nombrados desde su asesinato, han sostenido la versión de la confusión y muerte por accidente. Sandoval Íñiguez, quien nunca ha variado su posición, tampoco ha abundado cuál fue la relación de varios de esos miembros de la jerarquía eclesiástica mexicana, con el narcotráfico, o porqué tenían tantas y tan estrechas relaciones con los cárteles. Él mismo llegó a Guadalajara procedente de Ciudad Juárez, en cuya diócesis estuvo mientras florecía el Cártel de Juárez, que encabezaba Amado Carrillo, jefe de Eduardo González Quirarte, a quien iba a ver el nuncio Girolamo Prigione el día del asesinado de Posadas Ocampo. Los dos cárteles más fuertes de la época, Tijuana y Juárez, se cruzaban en Guadalajara, y a diferencia de lo que sucedía entre ellos en las calles, cuando se trataba de hablar con Dios, compartían confesionarios.
Leído en http://www.ejecentral.com.mx/ayuda-de-memoria-los-prelados/
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