lunes, 16 de junio de 2014

Jesús Silva-Herzog Márquez - La falacia meritocrática


La gran ventaja de ser un profesor de economía en Francia, escribe Thomas Piketty en las primeras páginas de su famoso libro, es que uno no es muy respetado. Las conclusiones de los economistas en las universidades francesas no son adoptadas como dogma por los políticos o los financieros. Nadie se atrevería a invocar la contundencia de la ciencia para hacerse oír en el espacio público. Sin espacio para pontificar, los economistas necesitan convencer.

Por eso necesitan alimentarse de otras ciencias, de la historia e, incluso, de las sugerencias de la literatura. Ésa me parece la primera aportación del fenómeno editorial de la temporada. “El capital en el Siglo XXI”, el libro que sorprendentemente se ha ubicado como el más vendido de los últimos tiempos y que pronto será publicado por el Fondo de Cultura Económica entabla una discusión con la disciplina económica. ¿Cómo pensar, cómo discutir economía en nuestros días para que la reflexión resulte relevante? El intelectual francés percibe, sobre todo en la academia norteamericana (que nosotros nos empeñamos en copiar), una fijación infantil por los números y un olvido de los grandes problemas públicos. En su imponente trabajo muestra una forma distinta de reflexionar la economía. A pesar de que se trata de un tabique de casi 700 páginas con una fuerte carga de datos, gráficas y algunas fórmulas, es un libro intelectualmente sugerente, académicamente sólido y amable para el público no especializado.
 
 
 
 
 
 
 

No es frecuente que un libro académico genere una discusión tan intensa, tan amplia, tan vehemente. En EU ha capturado la atención de los medios y ha sido comentada con devoción y pánico por los extremos ideológicos. Reseñas van y vienen. Unos ven en él la comprobación histórica y empírica de que la desigualdad ha llegado a extremos inadmisibles en los países industrializados y que es urgente cambiar de políticas. Otros lo denuncian como un estalinista encubierto que pretende derruir las bases de la libertad. El Financial Times prestó munición a los críticos al sugerir que el fundamento cuantitativo del estudio es endeble. Se trata, sin lugar a dudas, del libro del momento. Lo es por la investigación y la exposición del autor, pero lo es, sobre todo, por la naturaleza de nuestro presente. Piketty, han dicho muchos, captura el espíritu del momento porque inserta el problema de la desigualdad como el problema de nuestro tiempo. A entender sus causas y sus efectos; a mitigarla con propuestas atrevidas se dedica el texto.

Es cierto que, si el libro se hubiera publicado hace 10 años, no habría hecho tanto ruido. La desigualdad no estaba, como lo está hoy, en el centro del discurso público. “El capital en el Siglo XXI” permite el raro espectáculo de un académico fresco y brillante, de un escritor con gracia y elocuencia que aborda las grandes preguntas de nuestro tiempo. Piketty nombra el tema crucial del presente, el carácter del futuro inminente. Por eso el título, con todo y su guiño a Marx, es impreciso: se trata de un libro sobre la desigualdad en el Siglo XXI. Hay grandes libros que se abren paso poco a poco: rozan los asuntos medulares de su tiempo, ofrecen críticas y denuncias y se pierden pronto en las conversaciones de los especialistas o en el rumor de las modas. Hay otros libros, raros, infrecuentes que toman el presente por el pescuezo y lo definen. Tiene razón Piketty: el mundo industrializado se dispone a vivir una nueva época de desigualdad como no conoció en muchas décadas. Los liberalistas (me refiero con ese nombre a los dogmáticos del mercado para distinguirlos de los liberales) niegan que ése sea, si quiera, un problema. La desigualdad es queja de envidiosos, dicen con mayor o menor brusquedad.

Paul Krugman, entusiasta lector del libro, encuentra una aportación fundamental en la obra de Piketty: la demolición del mito crucial del mercado. La idea de que el régimen capitalista estimula el florecimiento natural de una meritocracia. El talento, la inteligencia, la creatividad son premiados por el sistema económico, trazando un estímulo virtuoso para todo mundo. Piketty demuestra que la riqueza concentrada no es un premio a los creadores de empleo, ni un trofeo a la inventiva tecnológica como algunos siguen argumentando. Las oportunidades no se distribuyen equitativamente para que, en la abierta competencia de talentos, prosperen los esforzados y los creativos. El bruto azar del nacimiento es, como en tiempos feudales, fijación casi irremontable de la vida.

http://www.reforma.com/blogs/silvaherzog/
Twitter: @jshm00
 
 
 
 

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