Difundir un rumor, consciente de que en efecto se trata de un rumor, es algo que muchos tuiteros hacen en las redes sociales. Pero resulta extraño verlo en alguien que aspira a ser Jefe de Estado. “Existe el rumor de que EPN está enfermo. Ni lo creo, ni lo deseo. Pero es una buena salida para su renuncia por su evidente incapacidad”, tuiteó Andrés Manuel López Obrador el jueves pasado.
A mi juicio, el tuit de López Obrador dice mucho sobre la incertidumbre que enfrenta la izquierda en México. El líder indiscutible de esta fuerza política es un provocador y un activista excepcional, y eso está claro; pero ocurrencias como esta confirman a muchos otros mexicanos que eso no basta para convertirse en el presidente de un país tan complejo y diverso como el nuestro. No se trata de que López Obrador tenga que respetar convenciones políticas vigentes en todo el mundo (no atacar personal y públicamente a un rival con información falsao no comprobada sobre la vida privada). Se trata de que, al utilizar este tipo de recursos, el tabasqueño mina su propia credibilidad frente a la opinión pública. Algo muy costoso en su caso, porque su liderazgo reside en buena medida en la imagen de honestidad que él ha sabido forjarse.
Ningún político mexicano compite con el carisma y el arraigo popular del tabasqueño, y la única ocasión en que la izquierda ha estado en condiciones de llegar al poder ha sido de la mano de su candidatura. El problema es que la fuerza desproporcionada de la figura de AMLO y su peculiar personalidad lo convierten en un factor desestabilizador de cualquier posibilidad de construir una fuerza política de izquierda capaz de participar en la construcción democrática del País.
Nunca sabremos qué tipo de presidente habría sido en caso de que su triunfo de 2006 hubiera sido avalado por el sistema. Si nos atenemos a su experiencia como Jefe de Gobierno en el Distrito Federal, creo que habría sido un mandatario útil para el País (particularmente al compararlo con el calderonismo que vino en su lugar). Pero también me parece que las derrotas y los despojos de los que ha sido víctima han provocado que el polemista desencantado le gane terreno al político imaginativo y responsable que alguna vez apreciamos.
Cuauhtémoc Cárdenas ha dicho, con razón, que la división que López Obrador ha provocado en la izquierda es una tragedia que podría tomar muchos años en sanar. El tabasqueño ha acusado al PRD de traición y de convertirse en un partido palero del gobierno priísta, pero con su escisión le ofrece el mejor de los regalos a Peña Nieto: una izquierda dividida en dos porciones, ninguna de las cuales es una verdadera amenaza.
Las elecciones intermedias del próximo año confirmarán la tragedia a la cual hace alusión Cárdenas. Para lograr su registro como partido, Morena tendrá que ir con candidatos propios y diferentes a los del PRD; eso y las limitaciones introducidas en la ley electoral para construir alianzas formales, significa que habrá dos candidatos de izquierda en cada elección: uno del PRD y otro de Morena. Oro molido para el PRI, que enfrentará el recambio de cámaras legislativas y nueve gubernaturas con mucho mayor optimismo del que le permitiría el desencanto y los bajos niveles de aprobación que inspira la gestión actual.
López Obrador tiene razón al afirmar que el PRD se inclina con demasiada frecuencia ante al soberano. Pero justamente, al llevarse del partido a las corrientes más críticas lo deja aún más descolorido. Y por lo demás el PRD, del cual AMLO fue presidente y candidato presidencial en dos ocasiones, había sido hasta ahora instrumento dúctil de su voluntad. De habérselo, propuesto el líder podría haber movilizado su músculo desde adentro del partido para modificarlo o radicalizarlo. Pero claro, eso habría significado negociar con otras fuerzas, pactar, buscar consensos. Algo que no necesita hacer en Morena. El único problema es que con Morena por sí sola nunca va a ganar, pero tampoco lo hará algún otro candidato de la izquierda.
La decisión de dividir a la izquierda puede ser atribuida a distintos motivos. Exceso de confianza al considerar que puede ganar solo; o quizá una especie de inmolación política, ganas de no irse solo en la derrota.
Lo que está claro es que los hombres de Peña Nieto están de plácemes y nada lo ilustra mejor que la respuesta del vocero de la presidencia, Eduardo Sánchez: “¿@lopezobrador_ podrá correr 10 km en 53´01 como @EPN”? No lo creo. Pero sí se lo deseo.”
@jorgezepedap
www.jorgezepeda.net
Leído en http://www.vanguardia.com.mx/columnas-lasaluddelopezobrador-2070022.HTML
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