Cualquiera que conoce la historia de Miguel Herrera en el futbol lo sabe arrebatado y con un temperamento sanguíneo. Hace unos días, tras el penúltimo encuentro de preparación del seleccionado mexicano para la Copa del Mundo contra Bosnia Herzegovina, explotó contra ese cuadro porque anunció una alineación y salió a la cancha con otra. Lo que no está prohibido está permitido, pero Herrera, que tomó ese cambio de decisión del adversario como una afrenta personal, vomitó la palabra “marranada” en prácticamente cada frase regalada a los periodistas tras el encuentro, para describir la escaramuza técnica de los europeos, que lo volvió a pintar como lo que ha sido toda su vida futbolística: un hombre de mecha corta.
Nada lo describe mejor que su vieja rivalidad con Ricardo Peláez cuando jugaba en el Necaxa y Herrera, que lo hacía en el Atlante hace casi un cuarto de siglo, donde cada vez que se enfrentaban llegaban pintados de guerra para pelearse a insultos en la cancha y se pateaban todo el tiempo hasta ver quien era derrotado por el dolor. Peláez, presidente deportivo del América, y Herrera, entrenador con permiso del América, no jugaban. Hacían de cada encuentro un duelo de egos, fuerza y antipatías.
O también muestra su radiografía existencial un episodio violento en 1994 cuando tras un partido contra el León, se le fue a golpes a uno de los aficionados de ese equipo que los acababa de derrotar. “Yo estaba cansado”, justificó en la prensa tiempo después, “y pasa un tipo, me golpea por atrás con el enfado de haber perdido y me reta a golpes”. Él respondió la afrenta en el mismo terreno del salvajismo, sin ofrecer disculpas en todos estos 20 años que han pasado desde aquél incidente.
Ese incidente le costó mucho. El entonces técnico de la Selección Mexicana, Miguel Mejía Barón, lo excluyó del cuadro que llevó al Mundial de Estados Unidos. Tuvo que esperar todos estos años para que después de un desastroso papel del seleccionado nacional en la etapa de calificación para ir a Brasil, entrara como técnico emergente para rescatar un lugar en el torneo mundial y vistiera con los colores mexicanos al América, al que había llevado al Campeonato del futbol mexicano. Herrera rescató un boleto para México en la última oportunidad que tenía para hacerlo y, en una decisión lógica, lo mantuvieron como el técnico para la Copa del Mundo.
Criticado por sus pares y aficionados, pero a la vez aclamado por quienes lo consideran con los méritos suficientes para ser el líder de un equipo, Herrera es hoy la esperanza de millones de aficionados que, sin embargo, reconocen autocríticamente que el nivel de juego mexicano no es como para preparar la fiesta nacional por la conquista del título. México está entre los pocos equipos que más copas del mundo han jugado, y el único no sólo que jamás haya ganado, sino que ni siquiera alcanzó las semifinales. Saben los mexicanos las limitaciones futbolísticas, aunque el 6% piensa, de acuerdo con una encuesta de Parametría, que sí se coronarán campeones del mundo.
Herrera, que es un enjundioso técnico que encontró en el argentino César Luis Menotti las claves para la motivación de los jugadores, entiende sin embargo, en dónde está parado. Cuando se hizo el sorteo de los grupos en Río de Janeiro en diciembre pasado, se pudieron ver los gestos de Herrera cuando iban apareciendo los rivales de México. Sonrisa con Camerún, preocupación con Croacia, pero desencajado en la preocupación, con la mirada hacia abajo y la mano abrazando la frente, cuando descubrió que el azar había puesto al “Tri” con la cabeza de grupo del país anfitrión, favorito por todos para ganar su sexta Copa del Mundo.
Pero aún así, Herrera ha hecho lo que debe hacer: el espíritu hacia delante. “Estamos preparados para traer la Copa a México”, dijo ante el presidente Enrique Peña Nieto hace un par de semanas, cuando los abanderaron en Palacio Nacional. Un buen desempeño requiere de talento, técnica y preparación, pero mucho de carácter. Lo demostró Uruguay cuando en 1950 enmudeció al estadio “Mario Filho”, el periodista que regaló su nombre al mejor conocido Maracaná, y derrotó a Brasil en la final de la Copa del Mundo, o Francia, cuando en 1998 derrotó a un equipo brasileño sin motivación. Hay otros ejemplos de David y Goliat, como en 1950 y en 1966, cuando dos equipos de amateurs derrotaron a escuadras consagradas. En Brasil, Estados Unidos derrotó uno a cero a Inglaterra, con un gol de un haitiano americano que asesinó la dictadura de François Duvalier años después. En Inglaterra, Corea del Norte metió en shock a Italia, cuando la derrotó por la mínima diferencia.
¿Tendrá Miguel Herrera el toque final que necesita darle a los jugadores y que salgan a morirse en la cancha por un sueño? El técnico tiene, cuando menos, una biografía de lucha y conquista. El portal Futbol Sapiens recordó en octubre del año que Herrera tuvo una infancia carente de lujos. Nació hace 46 años en una zona poco desarrollada, en Cuautepec, en el valle de Tulancingo en Hidalgo, donde todavía en la actualidad no se puede estudiar más allá de la preparatoria. Educado y formado por su madre y su abuela su crecimiento no fue débil, como en muchas ocasiones sucede con ese perfil, sino exactamente al contrario. “Su temperamento siempre ha sido explosivo, y si de agarrarse a golpes se trataba, no lo pensaba dos veces”, escribió Futbol Sapiens.
El carácter es fundamental. ¿Cómo lo transmite? Herrera ha hablado de Menotti, el técnico argentino que llevó a su país a conquistar la Copa del Mundo de 1978, como su abrevadero de motivación y sagacidad técnica. De Enrique Meza, gran técnico a nivel doméstico pero una decepción cuando dirige a las escuadras nacionales, para el manejo de grupo. De Alberto Guerra, que estuvo al frente del Guadalajara varios de los años de campeonísimo, el balance en el equipo. En el América lo aprecian y quieren por lo que ha hecho con un equipo que estuvo años con problemas de actitud. Cuando lo nombraron seleccionador, la mayoría de los aficionados consideraron que, dentro del futbol mexicano, era el mejor que podría estar al frente del “Tri”.
Su papel al frente de las Águilas del América es lo que, pese a la contención de las emociones, lleva a no pocos a abrigar, muy adentro de sí, expectativas superiores a avanzar más allá de la ronda eliminatoria, de los octavos de final y de los cuartos de final, de donde nunca más ha logrado pasar México en las Copas del Mundo, desde que asistió a la primera de todas, en Uruguay, en 1930.
twitter: @rivapa
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Por favor, sean civilizados.