sábado, 19 de julio de 2014

Jaime Sánchez Susarrey - La hora del té

¿Por qué ardió Roma en el año 64 DC? Porque Nerón, cuenta la leyenda, por un capricho insano, mandó prenderle fuego. ¿Por qué no arde, hoy, la Ciudad de México? Porque a AMLO y al PRD se les mojó la mecha. Pero no, eso no es cabalmente cierto. Es, más bien, porque no han querido incendiarla.

Durante todo 2013, el Distrito Federal fue secuestrado por la CNTE. Tanto las autoridades federales como el jefe de Gobierno fueron extremadamente tolerantes. O, más exactamente, fueron omisos e irresponsables. Por eso, en sentido estricto, merecían una sanción por no proteger la seguridad y los derechos de los capitalinos, tal como falló la SCJN para el caso de Oaxaca en 2006.










La lección que dejó 2013, para tirios y troyanos, fue que las movilizaciones y los bloqueos, como el del aeropuerto, serían tolerados y que no hay forma de contenerlos y mucho menos de impedirlos.

Por eso, ante la advertencia de López Obrador y los perredistas: la reforma energética desencadenará el fin del mundo, muchos creímos que las movilizaciones de la CNTE, contra la reforma educativa, serían un juego de niños comparado con lo que se avecinaba.

Pero lo que ha imperado, desde que se promulgó la reforma constitucional hasta ahora, es una calma chicha, en principio, inexplicable. Dónde están las adelitas para defender el petróleo y la soberanía nacional. Por qué no se bloquean las calles, se organiza una megamarcha y se toma el aeropuerto de la Ciudad de México. Vaya, por qué ni siquiera hay un plantón en el Zócalo.

La versión que corre es que el gobierno de la República negoció con el PRD la reforma fiscal a cambio de que se apaciguaran en la energética.

Los indicios de una negociación están registrados: la reforma hacendaria fue cortada a la medida del PRD, se le destinó al gobierno del DF un fondo de capitalidad de 3 mil millones de pesos, y un aporte de 400 millones para la cooperativa Refrescos Pascual.

Los perredistas niegan que esa transacción haya ocurrido, pero lo cierto es que el partido de las movilizaciones y las protestas ha guardado una actitud más que prudente, ante lo que denuncian como el atraco del siglo, es decir, la entrega del petróleo a las empresas transnacionales.

El misterio mayor, sin embargo, no es el PRD, sino AMLO. El gran agitador, que tomó pozos petroleros, cerró la avenida Reforma durante meses y auspició la violencia en la toma de posesión de Felipe Calderón, no ha hecho nada. No cercó el Senado ni la Cámara de Diputados, a finales de 2013, ni tiene intenciones de hacerlo ahora que se aprobará la ley secundaria.

¿Cómo explicar esa civilidad que es más bien parálisis? Cuando se aprobó la reforma constitucional López Obrador fue hospitalizado. La coincidencia de hora y fecha fue sorprendente, porque se infartó la madrugada del día que debía encabezar el bloqueo del Senado de la República.

Luego se anunció un periodo de convalecencia que lo mantuvo fuera de circulación por algunas semanas. Posteriormente, volvió a su activismo y ha recorrido el país de arriba abajo para impulsar el registro de su partido, Morena. Pero, durante ese tiempo, su cruzada por la defensa del petróleo ha brillado por su palidez.

A la luz de estos hechos, vale recordar que en las redes sociales corrió la versión de que el infarto de López Obrador había sido un montaje. Nadie lo pudo probar.

Pero hay un antecedente interesante, que viene a colación. Cuando el gobierno de Salinas de Gortari detuvo a La Quina, el 10 de enero de 1989, Barragán Camacho, secretario general del Sindicato Petrolero, se refugió en la CTM y se negaba a entregarse.

Finalmente, después de una serie de negociaciones, se fingió un ataque al corazón y se le trasladó a un hospital, donde permaneció varios días, antes de ser detenido (la crónica detallada se puede ver en http://www.azteca.com/capitulos/13diasquecambiaronmexico/102930/detencion-de-la-quina).

Lo cierto es que la pasividad de AMLO suscita sospechas e invita a formular hipótesis: a) el gobierno tenía y tiene información y medios para presionarlo y apaciguarlo; b) le ofrecieron algo sustantivo a cambio; c) una combinación de ambos elementos (el garrote y la zanahoria).

En ese contexto ocurre el reciente reconocimiento de Morena, como partido legal, que era la principal meta que se había trazado el rayito de esperanza desde que renunció al PRD.

Pero, sea de ello lo que fuere, la parsimonia de López Obrador y el PRD evoca a los británicos. Esta no es la hora de Nerón, sino la de Chamberlain y las buenas maneras a la hora del té. Ver para creer.


@sanchezsusarrey

        


Leído en Reforma

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