martes, 12 de agosto de 2014

Denisse Maerker - Geografía del rescate: dos esperas

El viernes 1 de agosto a dos hombres les cambió la vida para siempre.

Uno, mexicano, Indalecio Benítez, dueño y locutor de la radio comunitaria Calentana Mexiquense, regresaba a su casa en Luvianos, en el sur del Estado de México, tarde en la noche, junto a su familia, cuando alcanzó a ver en la oscuridad que frente a su domicilio estaba estacionado un taxi con las puertas abiertas. Un hombre armado se bajó y le hizo señas de que se parara. Indalecio pisó el acelerador y cuando parecía que ya había logrado pasar, una ráfaga de tiros alcanzó a su vehículo. Manejó hasta la base de la Marina que está a menos de un kilómetro del centro de Luvianos para tratar de guarecerse, pero Juan Diego, su hijo mayor, de 12 años, ya había sido mortalmente herido.



A miles de kilómetros de ahí, el sacerdote español Miguel Pajares de 75 años, superior del Hospital Católico de San José, en Monrovia, Liberia, estaba siendo aislado junto a otras cinco personas dentro del hospital mientras esperaban los resultados del examen de ébola que les habían practicado. Acababa de morir el director del hospital al que él y las monjas que lo acompañaban habían asistido durante su enfermedad.

El martes siguiente le confirmaron que había sido contagiado de ébola. Ese mismo día, en una entrevista que dio por teléfono, ya muy debilitado, manifestó su esperanza de ser repatriado. "Me gustaría regresar porque tenemos una muy mala experiencia de lo que ha sucedido aquí. (…) Queremos ir a España y que nos traten como personas, como Dios manda"-dijo y agregó: "aunque sé que es muy complicado porque habría que fletar un avión y no es nada fácil".

Al día siguiente, miércoles, el gobierno español envió a Liberia un Airbus A310 del Ejercito del Aire, un avión medicalizado y con personal especializado para buscarlo. El jueves Miguel Pajares ya estaba siendo atendido en un hospital español.

A Indalecio en cambio, nadie fue a ayudarlo. Lo habían tratado de matar y las autoridades lo sabían, pero pasaron los tres días de velorio sin que nadie le ofreciera protección. El sábado le llamó el alcalde para darle el pésame y decirle que estaba de vacaciones, pero nada más. El martes sus vecinos y familiares -hasta 500 contabilizó una colega periodista- se reunieron para el sepelio. Iban con mucho miedo e Indalecio lo sabía, por eso les dijo: "Ahí les va un doble agradecimiento porque sabemos que es difícil salir a acompañarnos cuando son muertes de este tipo". Pidió por la paz y sin que nadie dijera más, todos soltaron globos blancos. La noche cayó en Luvianos y conforme se fueron yendo los vecinos y los familiares, el pánico se apoderó de todos en la casa de Indalecio. Tenían miedo que regresaran los matones. Y tenían razón. ¿Qué se los impedía? Afuera la calle oscura -porque están entubando los cables- y una patrulla sin ocupantes no iban a disuadir a los maleantes si querían terminar con su cometido.

Fue hasta el miércoles, -luego de que Indalecio dio varias entrevistas en medios nacionales- que la policía estatal llegó a su casa. Para entonces ya él había salido del pueblo despistando a sus posibles perseguidores escabulléndose entre la gente del tianguis, y entrando y saliendo por diferentes calles.

Indalecio y su familia ya salieron de Luvianos. No saben de qué van a vivir. Tampoco saben por qué lo trataron de matar. Especulan que quizá los de "Guerreros Unidos", el grupo delincuencial que domina ahora la zona, lo hicieron como represalia porque Indalecio y su familia, que tienen un negocio de banquetes, le hicieron de comer a los de "La Familia" cuando controlaban al pueblo. "No había manera de negarse"-explican.

El dolor de Indalecio y las angustias del padre Miguel Pajares ocurrieron al mismo tiempo y fuero noticia los mismos días. Eso contribuyó a que el contraste entre la reacción del gobierno español y del mexicano fuera tan evidente. Nadie pide que el gobierno mexicano vaya a rescatarnos a Liberia, pero ¿cuántos días se necesitan para que las autoridades municipales, estatales y federales acudan a proteger a un mexicano al que ostensiblemente intentó matar un grupo del crimen organizado? Así también se mide eso que llaman civilización.

Fuente: http://www.eluniversalmas.com.mx/columnas/2014/08/108240.php

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