jueves, 11 de septiembre de 2014

José Woldenberg - 11 de septiembre, dos recuerdos

1. El 11 de septiembre de 1973 un cruento golpe de Estado desbarrancó a la democracia chilena. Las Fuerzas Armadas derrocaron al presidente legítimo, Salvador Allende, clausuraron el Congreso, conculcaron las libertades e inauguraron una represión amplia y extendida. Fue un día de luto para América Latina y el inicio de una larga noche dictatorial para Chile.

Entonces estudiaba yo la carrera de sociología en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Y recuerdo que la primera ola de lecturas sobre el golpe estuvo marcada por los tópicos típicos de la ultra izquierda. Luego de condenar, por supuesto, a los militares y su golpe, la especulación se dirigía a una zona espinosa: “Que si la Unidad Popular no se había preparado para la confrontación final, que si Allende no había armado al pueblo, que si era una ingenuidad pensar en la edificación del socialismo dentro de un entramado democrático-burgués”, y por ahí.








Pues bien, unos meses después, apareció en la revista Solidaridad, de los sindicalistas democráticos del sector eléctrico, encabezados por Don Rafael Galván, un artículo del entonces dirigente del Movimiento al Socialismo de Venezuela (MAS), Teodoro Petkoff, que abría una línea de reflexión distinta y distante del izquierdismo. No solo insistía en las posibilidades que los procesos electorales le abrían a la izquierda y que desde el radicalismo retórico se empezaba a cuestionar como un expediente intransitable, sino que recreaba las condiciones en las que Allende había llegado al gobierno (no al poder, insistía): “La UP gana las elecciones gracias a la disposición tri-polar de las fuerzas políticas chilenas” con un poco más de un tercio de los sufragios, y Allende puede asumir la presidencia por los votos en el Congreso de la Democracia Cristiana. Eso había sucedido “mediante un proceso esencialmente político y no a través de la lucha armada” y el apego del Presidente a la constitucionalidad siempre había sido “su fuerza y su escudo”. En una situación como esa -especulaba Petkoff, que había insistido en que la única conducta que uno puede controlar en política es la propia- quizá la salida hubiese sido no escalar la confrontación, sino evadirla mediante una convergencia con el “centro”, representado, durante una etapa, por la DC. (Nº 114, segunda quincena de mayo 1974).


Toda discusión sobre lo que pudo haber sido y no fue tiene demasiados bemoles. Pero el texto del venezolano se planteaba en serio reflexionar sobre las posibilidades y límites de la izquierda en el marco de un sistema democrático pluralista que impone sin duda momentos de tensión pero también requiere de acuerdos para dotar de una base suficiente de apoyo a los gobiernos y las políticas. No confundir al gobierno y al poder, aunque el primero sea una pieza fundamental del segundo; ni la presidencia con el Congreso (la izquierda tenía el primero y era minoría en el segundo), quizá hubiesen sido requisitos necesarios para no substituir a la difícil realidad por los deseos.

2. El 11 de septiembre de 2001 dos aviones se estrellaron intencionadamente contra las Torres Gemelas en Nueva York. Los Estados Unidos y el mundo fueron sacudidos por un atentado terrorista de enormes proporciones. No solo el alto costo en víctimas inocentes, no solo que sucediera en una de las ciudades y a uno de los complejos insignia de la mayor potencia del planeta, sino que los autores del atentado no le dieran ningún valor a las vidas de aquellos que serían sacrificados, pero tampoco a las suyas, abrió una etapa de incertidumbre y miedo que no es fácil pronosticar cuándo se cerrará y si incluso ello tiene visos de suceder.

Por el contrario. Todo apunta al crecimiento de movimientos fundamentalistas cuya supuesta guía es Dios y su causa es establecer el reino de los cielos en la tierra. ¿Qué otra cosa es el hoy famoso proyecto de califato que tiene aterrados a quienes se combatían mutuamente ayer? Un islam (no el islam) extremo, que ha fundido religión y política, con su cauda de misoginia, intolerancia religiosa, profundo odio a Occidente, persecutor de infieles (todos aquellos que no resulten idénticos), impregnado de un culto al martirio y por ello a la muerte. Recuerdo que siete días después del atentado a los Torres Gemelas, Martin Amis escribió: “Al pensar en las víctimas, y en los perpetradores, y en el futuro inminente, siento aflicción por la especie, y luego vergüenza por la especie, y luego miedo por la especie”. (El segundo avión. Anagrama. 2009).


Leído en http://criteriohidalgo.com/notas.asp?id=262029


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